Volver a empezar (Herself) (2020), de Phyllida Lloyd – Crítica
Por Francisco Collado.
Phyllida Lloyd presenta un íntimo drama donde el intento de reiniciar una vida se encuentra marcado por el abuso y el maltrato en el pasado.
Volver a empezar (Herself; Phyllida Lloyd, 2020) le da un repaso a la burocracia, a las ayudas que no funcionan, a un sistema que camina a medio gas y practica el victimismo. Y lo hace diseccionando al cadáver a fondo, extrayendo las vísceras. Mostrando el interior del cuerpo. La narración nos muestra un dibujo sobre el pánico que siente la víctima de agresiones y la dificultad del cuidado de los hijos.
Sandra inicia la búsqueda de la independencia económica, uno de los lastres en este tipo de terribles situaciones, añadiendo el hecho de tener que ver a su exmarido para dejar a sus hijas. El acierto de la directora alude a las situaciones de violencia explícita, sin dejar de explicar la perturbación que producen estas situaciones, la paralización o el estrés ante la toxicidad de las personas que las originan.
Todo el aparataje dramático se apoya sobre la interpretación de Clare Dunne y las dos niñas. Los secundarios apoyan la trama con un nivel alto (Lloyd Anderson, Harriet Walter y Conleth Hill), emocionando, enviando un mensaje de comunidad y empatía y desarrollando personajes perfectamente definidos. La trama gira con acierto sobre la reinvención de la persona frente al maltrato y lo hace desde la documentación, pese al improbable epílogo (en el mundo real, las cosas no son tan fáciles).
La mujer como centro del relato en un viaje iniciático que combina la oscuridad con la esperanza, el redescubrimiento con la emancipación. Este mensaje de esperanza, de decencia en las personas, de dignidad, está dibujado sin dejarse llevar demasiado por clichés o lugares comunes, apuntando a la esperanza y a la empatía como dianas.
El guion de Malcolm Campbell (Ackley Bridge, What Richard Did) y la propia actriz nos hablan sobre cómo componer los segmentos del puzle humano, sobre la posibilidad de recomponer el mapa roto, pero siempre desde la perspectiva de futuro, no desde la recreación de la toxicidad de la relación. Una visión sobre cómo renacer de las cenizas antes que dejarse llevar por el efectismo de mostrar o recrearse en los componentes que han producido su situación. La protagonista decide que si no puede tener acceso a una vivienda digna, puede intentar construirse una. Y para ello cuenta con la empatía y la colaboración de otras personas en un mensaje positivo y emotivo sobre el mundo.
Eficaz análisis sobre la decepción que se siente tras depositar la fe en una relación, sobre el trauma que acompaña toda ruptura sentimental y lúcido análisis sobre cómo volver a levantar el castillo de naipes de una vida cuando se ha derrumbado. Los fantasmas, cuando se dejan atrás, ya no asustan tanto. Volver a empezar adolece de un cierto aura capriano y algún sesgo telefilmero que buscan, conscientemente, la connivencia con el espectador en base a un optimismo vitalista y naturalista.
La reconstrucción de la casa es paralela a la reconstrucción de la persona y al compromiso que se solicita al espectador en esta historia en la que una directora con una larga carrera teatral salva el escollo de haber dirigido Mamma mía (2008) con una historia de coraje y superación sobre una mujer con dos trabajos y dificultades para el acceso a una vivienda. El realojo de la familia en un hotel por parte del estado es de matices claramente surrealistas. La familia deberá acceder por la puerta de servicio para que la clientela no pueda observar la pobreza en el vestíbulo. Bebiendo de fuentes kenloachianas (Ladybird, ladybird) y la cinematografía social, un vistazo al realismo inclemente, pero habitada de esperanza y valentía. También está presente la visión irlandesa de la realidad, donde una broma aparece cuando las cosas están saliendo mal, donde el humor supera lo arduo. Y lo consigue con un suave equilibrio, sin dejarse llevar por lo desaforado y la turbiedad ni edulcorar en exceso la crudeza de la realidad.
La protagonista es cualquier cosas menos una víctima. Es una persona que sabe que su fortaleza está en arriesgarse, en olvidar a esa persona que le golpea después de que estuviera bailando con sus hijas mientras escuchaba «Chandelier». De paso, un mensaje sobre la crisis de la vivienda, la toxicidad del patriarcado y las dificultades que pasan las madres solteras. El giro de la directora de cine, teatro y ópera ha sido copernicano, desde el musical y la biografía (La dama de hierro, 2011), para mostrarnos las diferentes facetas de una situación humana y social desde las perspectivas laborales, familiares, jurídicas o asistenciales. Un hachazo al heteropatriarcado más cavernícola, anclado en lo arcaico y la falta de empatía. Un tiro de gracia a un sistema corrupto que conculca los derechos a diario de la mitad de la población mundial.