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‘El mago’, la historia de Thomas Mann

RICARDO MARTÍNEZ.

Acaso, lector, estemos ante uno de los escritores más interesantes de la literatura europea actual. E interesante, aquí, no posee solamente el sentido de un adjetivo más o menos prosaico: Toíbín es dúctil en la palabra, humanamente gráfico en los ambientes, rico en sugerencias devenidas dentro del texto, inteligente por su afinado sentido del humor… Y esta novela da buena prueba de ello por cuanto se ha decidido, una vez más, a observar desde dentro al personaje-escritor (alguien tan exquisito y esquivo como Mann), lo que conlleva una serena y fecunda ‘amenaza’ para el buen lector: será inevitable que se sienta implicado; por el matiz sicológico, por ese su observar minucioso y sutil.

Un breve ejemplo: “Cuando se estrecharon la mano, advirtió que Adrian se sonrojaba. Pensó que él era demasiado viejo para que sus rubores se notaran, pero albergaba la esperanza de haber mostrado la agitación que sentía” Se ha definido aquí una nube emocional, y los implicados han de estar de manifiesto en ello.

La novela –un poco, tal vez, rememorando el título suyo anterior, ‘Retrato del novelista adulto’ cuando se interesó por la figura del autor Henry James- se ocupa ahora de la persona de Thomas Mann, hombre exquisito y atormentado, un narrador claro y definidor en el interior  sicológico  de los personajes, en los armoniosos ambientes, y todo ello bajo el marchamo de un ritmo estético que ha sido bien resaltado en el conjunto de su obra: ‘Los Bundenbruck’, Muerte en Venecia…

Toibin le trata con plácida y rigurosa mesura, con respeto admirado pero sin perder su libertad de observador que se interesa no solo por el hombre sino por el trascendente significado del escritor. Y aquí acaso quepa señalar, resaltado, dos posturas críticas que, como lector inteligente, le merezca la figura del maestro.

De una parte, el ser interior, sexuado a su manera, del escritor Thomas Mann: “Sus fantasías sexuales se habían filtrado en sus relatos y novelas, pero en la ficción era fácil interpretarlas como juegos literarios. Dado que tenía seis hijos, nadie le había acusado nunca abiertamente de tener perversiones privadas. Sin embargo, si se publicaban los diarios (las revelaciones son muy nítidas en ellos, sobre todo en relación con el atractivo sentido hacia su hija Elisabeth o su hijo Klaus. Y aquí hagamos una precisión necesaria: dicho sea de paso, Katia, como mujer y esposa no solo no ignoraba, sino que, de alguna manera, era comprensiva en sentido humano de tal tendencia, a la vez que defendía el vinculo que les unía) revelarían quién era y con qué fantaseaba”

Tales realidades “mostrarían que su tono distante y erudito, su frialdad personal, su interés por que le respetaran y le prestaran atención eran máscaras concebidas para ocultar sus infames deseos sexuales” En este sentido cabe decir, a la vez, que la figura del joven Klaus Heuser (el afamado protagonista de ‘Muerte en Venecia’) no juega sino un papel secundario, representativo pero más bien delator, si bien en una categoría casual.

La otra cuestión a considerar en la postura humana y social de Mann es su papel jugado ante la significación influyente y progresiva del nazismo. Se viene en considerar que su postura, en un primer momento, fue, si no comprensiva hacia el nuevo régimen, sí tibia, si bien, con el tiempo y en lo que le podía afectar (puesto de manifiesto acerca de sus posesiones familiares en Munich, donde habían quedado sus diarios) fue, con el tiempo, rotunda en cuanto a una condena sin paliativos: los nazis, para él, “eran camorristas que habían llegado al poder sin que disminuyera su influencia en las calles. Se las ingeniaban para ser al mismo tiempo gobierno y oposición. Se crecían pensando en los enemigos, incluidos los de dentro de sus filas. No temían la publicidad negativa; antes bien, querían hasta sus leales, tuvieran miedo.

Como autor metódico, quepa señalar que a Mann “le asustaba no estar en casa. Algunos días se acordaba de un libro y visualizaba en qué lugar de su gabinete se encontraba. La imposibilidad de cogerlo y abrirlo le provocaba tristeza y en ocasiones también pánico” El escritor, tal vez de una manera más definida al tiempo que secreta, también es de un paisaje, tal como defiende Magris.

Al fin, luego de su estancia en Lugano, América sería el lugar de su exilio hasta poder recobrar, luego de los cruentos acontecimientos de la II guerra mundial, pudo de nuevo recuperar, su tierra, su amada Alemania.

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