«La cabeza del dragón»: un Valle Inclán casi inverosímil
Horacio Otheguy Riveira.
Varios Valle de cartón piedra diseminados por la sala, los actores con símil de su barba característica, y un ambiente de fiesta que termina con canción popular de homenaje al que poco se estrenó en vida y después de muerto todos le adoran. Y ellos, esta Compañía de jóvenes muy voluntariosos, dicen revivirlo entre canciones, brotes surrealistas, mucho cachondeo sobre la base de una farsa escrita para títeres hacia comienzos del siglo XX. Los estudiosos del escritor aseguran que ya rumiaba el esperpento, y sin duda lo hay en la caricatura de la aristocracia, muy presente también en esta versión, aunque excesivamente derrochada entre situaciones mal hilvanadas, mejor cantadas que interpretadas, y en definitiva una decepcionante aventura de su autora y directora Lucía Miranda, generalmente admirable en espectáculos de rigurosas libertades o, mejor dicho, de creatividad donde el ingenio, la rebeldía ante el sistema de vida estandarizado y una filosofía del arte escénico se han unido de manera formidable.
En esta Cabeza del dragón que ella considera «Una propuesta wagneriana, cinematográfica y anacrónica», encuentro puro anacronismo sin base suficiente para ahondar en el objetivo principal, ciertamente bienintencionado: «En un momento de profundos cambios en la tradición española, La cabeza del dragón es una invitación a preguntarnos qué es la tradición, cómo decidimos cuál es buena o mala, quién lo decide y cómo construimos las nuevas. ¿Sabemos nosotros del pasado? ¿Cómo nos relacionamos con él? ¿Podemos saber del porvenir? Tal vez, si evocamos nuestra sombra de niños, lo consigamos…».
El resultado es una juerga que intenta borrar el estigma trágico sobre el barbado “Marqués de Bradomín”, después de las últimas representaciones en el mismo teatro: dos Luces de Bohemia (director Lluís Homar en 2015; Alfredo Sanzol, 2018) y Divinas palabras, José Carlos Plaza, 2019. La farsa es un género harto difícil, siempre proclive a desmanes que aquí sobran, con un travestismo más propio de un cabaret al uso y una actualización de algunas letras que no están nada mal, pero en un contexto desprolijo, sin emoción alguna con algunos contactos con el público que provocan vergüenza ajena por lo muy visto, lo antiguo en un envoltorio de supuesto ingenio revoltoso… con el genial don Ramón María del Valle Inclán (1866-1936) multipresente en una serie de esculturas, es decir, sin vida, sin alma, sin farsa alguna, aunque todo explosione en un festejo aparentemente vitalista.
La pena es grande para este cronista, ya que todo cuenta con un equipo de artistas tan importantes como Alessio Meloni (escenografía), Anna Tusell (vestuario), Pedro Yagüe (iluminación)… cuyo talento se difumina en la sucesión de escenas que presenta la fascinante voz de José Sacristán, en una función que va de más a menos irremediablemente.
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Otras creaciones de Lucía Miranda:
Fiesta, fiesta, fiesta (texto y dirección)
Nora, 1959 (dramaturgia y dirección en torno a Casa de muñecas)
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LA CABEZA DEL DRAGÓN
Texto Ramón María del Valle-Inclán
Dirección Lucía Miranda
Reparto Francesc Aparicio, Ares B. Fernández, Carmen Escudero, María Gálvez, Carlos González, Marina Moltó, Juan Paños, Chelís Quinzá, Marta Ruiz, Víctor Sáinz Ramírez y Clara Sans
Voz en off José Sacristán
Escenografía Alessio Meloni
Iluminación Pedro Yagüe
Vestuario Anna Tusell
Dirección musical y composición Nacho Bilbao
Sonido Eduardo Ruiz “Chini”
Dirección conjunto instrumental Guillem Ferrer
Canciones bufón Juan Paños
Caracterización Mónica Gascó
Asesor de máscaras José Troncoso
Asesoría de objetos Małgosia Szkandera Hernangómez
Ayudante de dirección Belén de Santiago
Ayudante de escenografía Mauro Coll
Ayudante de iluminación Eduardo Berja
Ayudante de vestuario Carlos Pinilla
UNA PRODUCCIÓN DEL CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL