Buyan. La isla de la muerte: Otro esencial de Culturamas
El mundo de lo espiritual se entrelaza constantemente con todo lo humano, tanto que parece que resta poco espacio para nada más. Esto era especialmente relevante en el mundo antiguo donde todas las explicaciones sobre la realidad y lo real estaban vinculadas a ello. Esta espiritualidad no es algo que lleve aparejada la religiosidad o la creencia en una determinada deidad. Muchas veces ocurre, pero no siempre. Pues bien, la espiritualidad también presenta una estrecha vinculación con una metáfora muy conocida sobre la que habló extensamente el filósofo mexicano Mauricio Beuchot. Nos estamos refiriendo a la metáfora del viaje, del camino, del tránsito.
Buyan. La isla de la muerte (Aleta) es una historia de un viaje, un camino de comprensión, reconocimiento y de lucha interior. En todo esto, como era habitual en 1241 -época en la que se sitúa la narración-, en toda vereda era probable encontrarse también con la violencia y la lucha. Estas perspectivas estaban asentadas en una visión algo fanática y sesgada del mundo. Se obviaba, por lo tanto, la capacidad de apertura y libertad que también ofrece ese camino. Por lo tanto, la obra de la que estamos hablando es un hermoso juego de violencia, espiritualidad y amor.
Este juego de réplicas y contrarréplicas narrativas, inserto en este triángulo clásico, se asienta en la expansión del imperio Mongol hacia Europa. En este contexto histórico la sangre escribe la historia, pero siempre existe la posibilidad de alternativas. Estas nuevas posibilidades están asentadas en una visión sosegada y observadora del mundo. ¿Un simple cazador o un observador del mundo? No lo sé. Lo que tengo claro es que el pensamiento humano, por ejemplo, el griego, se asentó sobremanera en la observación de la realidad.
Martin Etxeberría y Xavier Etxeberría son los responsables del guión de este trabajo clásico y actual. Esta reelaboración de la narrativa de la transformación humana en el camino. Un sendero de crecimiento interno (semejante al de las peregrinaciones) donde la realidad no es lo que parece. Esto contrasta con la idea de la que hemos hablado antes. Si el personaje principal es un observador (posible filósofo) ¿Cómo es posible que se apueste por una narración engañosa? La respuesta estaría en el propio camino. A cada paso la verdad se desnuda e iremos comprendiendo, página a página, los entresijos de esa realidad donde la espiritualidad se entrevera en las venas de que tenemos ante nosotros.
El viaje presentará elementos desconcertantes para el lector. En un primer momento no se comprenderá bien quienes son los personajes principales. En algún caso, además, tampoco tendremos claro si hemos sido engañados. Incluso, al final de la obra seguiremos estando desconcertados. Esto podría resultar decepcionante para algún lector, pero abre multitud de posibilidades interpretativas de lo que estamos observando. Al fin y al cabo, el protagonista quiere viajar a la isla de muerte y me pregunto ¿no queremos viajar todos allí? La cuestión estaría en saber si esta isla es otra metáfora o no.
La narración visual está firmada por Aritz Trueba quien logra aportar un carácter poético y, por supuesto, también espiritual a buena parte de la obra. Este elemento juega un papel esencial, ya que la narración escrita se apoya mucho en la visual. Sin ella podría parecer que la narración escrita está fragmentada y pierde esa potencia de la que hemos hablado. El trazo tiene un aire clásico que le sienta muy bien a la obra y está acompañado por un color elegante y medido. Se nota que el uso de la paleta de color se ha medido y logra potencial los elementos narrativos. Por otro lado, el dibujo tiene cierto carácter estático que se contrapone de un modo muy marcado, con el dinamismo de la historia. Un nuevo contrapunto que resulta chocante y que nos impele constantemente. Ello no quiere decir que la obra sea fría o que no sea emocionante. Todo lo contrario. A mi juicio, esta elección de una narración más estática permite potenciar el carácter poético y espiritual del trabajo.
En definitiva, una obra realmente hermosa, con un talante preciosista que se aleja de la perspectiva comercial y se convierte, sin duda, en una obra esencial para el lector de cómics que busque obras con estas características. Una vez más Aleta ha dado en el centro de la diana.
Por Juan R. Coca