Wolfwalkers: La adaptación de una película repleta de éxitos
ECC está haciendo una apuesta fuerte e interesante por su línea Kodomo. En ella nos vamos a encontrar con una serie de trabajos diseñados y pensados para el público más juvenil. En esta línea vamos a encontrar los personajes clásicos de DC, junto a obras diferentes y novedosas.
La obra que sobre la que vamos a hablar hoy es una adaptación, con guión de Sam Sattin e ilustraciones de Tomm Moore y Ross Stewart, de la película homónima. El film ha cosechado un buen número de premios y nominaciones. En este sentido podemos destacar los cinco premios Annie, los premios de las asociaciones de críticos de Los Ángeles y Chicago, así como un Satellite Awards. Un buen número de reconocimientos a una obra de gran interés. A raíz de este éxito se ha realizado una adaptación comiquera en la que se han mantenido, sin cambios, la propia historia, las ilustraciones y los personajes de las películas.
La obra parte de los elementos básicos de la mitología irlandesa. De hecho, la obra toma, por lo menos en cierto modo, el simbolismo vinculado a la diosa Morrigan. Morrigan era una deidad pagana que, como suele ser habitual, está vinculada a la creación y a la destrucción, a la protección y a la guerra. Esta deidad se ve alterada, en su estructura básica, para dar forma a uno de los personajes principales de la obra. Ello es así, ya que Morrigan, en ocasiones, se transformaba en lobo y mantenía conversaciones con los humanos.
Evidentemente, la obra evita otros de los múltiples personajes míticos de la mitología irlandesa. Esto es comprensible ya que, así, se facilita la comprensión de la obra por un público más joven. En este sentido, la obra pretende llamar la atención de los jóvenes, desde una perspectiva actual y conocida. La narración emplea una estrategia reiterada en otros tipos de trabajos previos (como, por ejemplo, Frozen). Una protagonista femenina que se ve constreñida por los presupuestos sociales de una época pasada, opta por su libertad. Esta libertad, a su vez, está representada por el mundo natural en una especie de giro ilustrado.
Al fin y al cabo, en el mundo antiguo la naturaleza no era percibida como algo positivo. Al contrario, la naturaleza era, por lo menos en parte, la representación de la muerte y la desgracia. Por esta razón, en esta historia (como en otras previas) la naturaleza es la expresión de la libertad y de cierto feminismo un tanto particular. En este sentido, este feminismo resulta un tanto descafeinado y reconvertido a un ejercicio anodino de confrontación con ciertos valores sociales. Estamos, entonces, ante una obra paradójica y posmoderna en la que se defienden determinados aspectos tradicionales, mientras que se muestra una visión negativa de tal tradición.
Wolfwalkers es un cómic dinámico, con una narración escrita muy escueta. Esto hace que la velocidad de lectura sea realmente rápida y uno avance en la obra con sorprendente rapidez. Esto hace que la obra no sea profunda, aunque sí francamente divertida. Además, permite que el lector se emocione con facilidad e interiorice la amistad que se nos ofrece. Un trabajo que logra atrapar a los más jóvenes, que es lo que pretende, al tiempo que emociona y hace vibrar. Por lo tanto, cumple sobradamente lo que pretende.
La narración visual mantiene el carácter posmoderno de la obra y opta por una estrategia habitual en el mundo del cine. Al observar con detalle las viñetas podemos detectar que los fondos son algo difusos, mientras que los personajes son más nítidos. Esto establece una doble maniobra que ayuda a centrar el interés de la lectura en los personajes. Por otro lado, el dibujo opta por el uso de trazos circulares que transmite dulzura y sencillez. La estructura formal de la obra no se ajusta a ninguna estrategia concreta. Yo diría que el diseño de la página es funcional y no narrativo. Por último, la utilización de los colores se ajusta a las necesidades narrativas.
En definitiva, estamos ante una obra divertida y atractiva. Un trabajo que va a hacer las delicias de los más jóvenes de la casa.
Por Juan R. Coca