‘Las leyes de la ascensión’, la primera gran novela del siglo XXI
GERARDO GONZALO.
“Quieres conocer de los demás aquello de lo que nunca hablan. Su profesión, su vida familiar, sus horarios me dejan indiferente. Yo quisiera saber no como se ganan la vida ni en compañía de quién, sino cómo conviven con los pensamientos que surgen de sopetón y se fusionan constantemente en su mente” (Celine Curiol, 2022, p.128)
No siempre son del todo previsibles los caminos que te llevan a la lectura de un libro. En mi caso, para embarcarme en Las leyes de la ascensión, se han tenido que producir circunstancias extrañas, casi excepcionales. Mis criterios de elección suelen sustentarse en aspectos como el conocimiento del autor, unas críticas entusiastas, o algún premio significativo. Nada de esto confluía en esta novela, cuya autora me era desconocida, de cuyo libro apenas había leído algunos comentarios que no me dejaron especial huella y no soy consciente de que ni la escritora ni el libro, atesoren en su currículum ningún gran galardón literario que los integre en el canon de obras de obligatoria lectura. Sí que es cierto, que había leído un muy elogioso comentario de Paul Auster, pero tampoco soy un gran fan de este autor, del que solo he leído un par de libros, de ahí que su opinión tampoco pese en exceso sobre mis elecciones lectoras.
Pero en este caso era aún peor, ya que además de no confluir ninguno de los anteriores criterios comentados, tampoco se cumplía con una norma, para mí básica, casi excluyente. Normalmente, no me embarco en libros contemporáneos de más de quinientas o seiscientas páginas (aquí alcanzamos casi las mil). Con toda la literatura que hay que leer y siendo el tiempo finito, invertirlo en una obra no excesivamente refrendada, no haría más que hacerme notar, durante su larga lectura, el fastidio por haber podido enfrentarme, a cambio, a tres o cuatro libros más incontestables que tengo pendiente de leer o releer.
Sin embargo, paseando por la Feria del Libro de Madrid, me encontré otra vez con este libro en unas cuantas casetas. No sé, parecía llamarme, porque el caso es que mi mirada siempre acababa posada en la portada de este tocho. Además, el título me gustaba mucho, pero me seguía resistiendo, hasta que casi al final de mi recorrido en la Feria, topé con la caseta de la editorial (Periférica & Errata naturae), que por supuesto mostraba en un lugar relevante el libro que yo ya había visto salpicado por todo mi recorrido. Lo cogí y le di un largo vistazo. Al mismo tiempo, una mujer al otro lado del mostrador me indicó que era un muy buen libro. Yo le respondí tontamente, enumerándole mis reparos que aquí ya he enunciado.
Ella me contestó que podía leer el libro a trozos, en tramos independientes, incluso abandonarlo y retomarlo. Esa respuesta, más allá de la buena intención de aligerar la carga de mis dudas y venderme el libro, lo que provocó realmente, fue que se apuntalara otro clavo de disuasión. Para mí, un libro debe leerse del tirón, sin abandonarlo ni reencontrarlo, sin soltar su hilo y a ser posible, sin intercalarlo con otra lectura. Si este libro permitía este tipo de lectura, es porque la cosa no podía ser muy seria. Estaba pensando en eso, cuando la mujer me preguntó, yo con el libro aún en la mano, si me lo iba a llevar, y contra toda lógica y sin saber muy bien porqué, de mi boca salió un sí, el libro entró en una bolsa de papel y al momento salía del parque del retiro asiendo el asa de esa bolsa y prontamente arrepentido de mi compra.
Pues a pesar de todo lo aquí comentado, hoy puedo decir, una vez terminada la novela, que leerla ha sido una de las mejores decisiones que como lector he tomado en mi vida. Tras su lectura, tengo la sensación de haber experimentado el placer de haberme asomado a una obra maestra de la literatura desde todos los ámbitos que una novela puede alcanzar. Se trata de una obra capaz de abarcar todas las grandes cuestiones de nuestra época, un libro que desde el microcosmos de unos personajes de un barrio parisino, teje un discurso que nos lleva a los grandes temas que a todos nos afectan. Pero si ya sorprende el éxito intelectual de ejecutar la titánica tarea de que una novela abarque con excelencia las cuestiones más relevantes de nuestro tiempo, lo que resulta más impactante, es que lo haya hecho a través de una trama de varios personajes entrelazados, desarrollada con una brillantez formal, y estética asombrosas, habiendo configurado, sobre la base de un andamiaje literario complejo y superlativo, una obra llena de vida, emoción y accesible para cualquier lector, que quedará atrapado, no solo por el fondo del mensaje, sino por el espléndido ritmo con que están reflejadas las diferentes tramas.
La autora, Céline Curiol (Lyon, 1975) articula una novela en la que se entrelazan las vidas de seis personajes, en cuatro días, de cuatro momentos diferentes a lo largo de un año, en el marco del barrio parisino de Belleville. Orna, una periodista de un medio digital, Selene, hermana de Orna, profesora universitaria, Hope, una joven recién despedida, Modé, inmigrante asimilado, recién jubilado, Pavel, psicoanalista y Mehdi un joven radicalizado de origen magrebí.
La novela nos muestra las inquietudes individuales de sus protagonistas, que realmente reflejan el estado de ánimo de la propia sociedad. Todos los personajes viven una particular encrucijada personal y se deben de enfrentar a cuestiones como la maternidad, la paternidad, la familia, las relaciones laborales, el medio ambiente, el consumismo, internet, las redes sociales, los medios de comunicación, el amor, el sexo, la pareja, el deseo, el terrorismo, el racismo, la integración social, la relación de pareja, la vejez, la muerte,… Todas estos temas se articulan en la novela desde la cotidianidad y la rutina de los personajes, ensamblados en una trama profunda, pero igualmente entretenida, brillante y con algunos momentos de estremecedora emoción, capaces de converger en el marco de una serie de situaciones que dialogan con el lector, que se siente concernido y afectado igualmente, por desafíos personales a los que o bien tarde o temprano nos podríamos enfrentar, o que ya se han asomado a nuestras vidas.
Pulsiones individuales que acaban tomando la temperatura a una sociedad, con unos personajes que se nos presentan en un momento de cierto aletargamiento y que, poco a poco, encuentran las motivaciones para llevar a cabo un necesario cambio de rumbo en su vida, antes de que sea demasiado tarde. Unos seres humanos atenazados por el acecho de un fondo de honda insatisfacción y crisis existencial, inmersos en un contexto de cambio y desmembramiento social, al que todos ellos acaban enfrentándose a través de la acción y la búsqueda de un nuevo rumbo, que cada uno acabará percibiendo como necesario, aunque de compleja articulación, y que arrojará consecuencias dispares en ellos.
La sensación que deja Las leyes de la ascensión no es solo la de una satisfactoria experiencia literaria (lo que ya es mucho), sino que es también uno de esos extraños casos en que una obra, además de estar espléndidamente escrita, penetra en el interior del pensamiento y el sentimiento de un lector, que como es mi caso, tiene la impresión de haber recorrido una experiencia vital, cuya resonancia llevaré dentro durante mucho tiempo. Una de esas escasas obras que toca las teclas más íntimas del lector, que navega por un mundo, que es el nuestro y por unos personajes que nos miran de frente desde el espejo de nuestra realidad. Una compleja, pero accesible a la vez, lectura sobre la que se percibe que tiene detrás un trabajo catedralicio de su autora, que no ha dejado arista alguna ni recoveco sin tratar, generando una sensación de perfecta armonía. Esa es la emoción que transmite la novela, un reflejo amplificado de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser, eso son Las leyes de la Ascensión, las leyes de nuestra propia existencia, de nuestros miedos y de un futuro, que aún está en nuestra mano.