Equipazo de niños cantando y bailando en «Matilda. El musical»
Horacio Otheguy Riveira.
Numerosos niñas y niños que ocupan íntegramente el amplio escenario, tarde a tarde, para dar vida a una emblemática novela de 1988, ahora revitalizada también su película de 1996, y para la mayoría una novedad a la que acercarse entre bailes y canciones. Con un buen elenco de profesionales adultos, son los niños, como personajes entrañables e intérpretes asombrosos, los que destacan, dentro de una puesta en escena poco inspirada, monótona, pobre en efectos especiales y cambios escenográficos. La orquesta, que se supone en vivo debajo del escenario (no figuran sus integrantes en la web) está dirigida con eficacia por el maestro Gaby Goldman.
Matilda es una ávida lectora de solo cinco años. Sensible e inteligente, todos la admiran menos sus mediocres padres, que la desprecian desde el nacimiento por no ser un varón. Ella muy pronto lee, y lee mucho, y sabe lo que está bien y lo que no, ante padres que se afanan en ser delincuentes, aunque nada les sale bien. Además, tiene poderes extraños y maravillosos…
Un día, Matilda decide liberarse del rigor del colegio y empieza a emplearlos contra la abominable y cruel directora, señorita Trunchbull (brillantemente interpretada por un hombre travestido: Oriol Burés). El carácter fantástico de la protagonista está muy poco desarrollado en el escenario, pero el talento de las niñas que se turnan para interpretarla consiguen cautivarnos por completo. En el día de estreno le tocó lucirse a Daniela Berezo, así como a David Herrero en el papel de Bruce, simpáticos y enérgicos, alumbrando un largo camino de artistas creativos.
Roal Dahl (Reino Unido, 1916-1990) triunfó novelando su propio dolor de infancia, con padres fallecidos prematuramente: un mérito extraordinario que circuló por el mundo con el principal apoyo de los niños lectores, plenamente identificados con los protagonistas de sus libros, chavalines que padecieron la tortura de villanos, muertes de padres, familias que les rechazaban, una serie de dramas que, a su vez, se convertían en fantasías truculentas, con su buena dosis de humor negro, en manos de chicas y chicos que no temen indagar en sus propios fantasmas, por mucho que, en general, los buenos papis y mamis intenten protegerlos de las malas noticias.
En esta Matilda que se representa en Madrid hay varias escenas en la Biblioteca, que caracteriza a la protagonista y al autor: son momentos en que la niña cuenta un largo relato a la estupenda bibliotecaria (magnífica Natalie Pinot), todo corazón y respeto por la criatura. Es un cuento que la hace llorar, un drama tremendo que llega a decirle: “Tal vez usted prefiera que no le cuente más, ya que sufre tanto”. Y la buena señora responde: “No, no, estoy ansiosa por saber cómo termina”. “Pues, entonces espere porque todavía hay un poco más de sufrimiento”.
El humor, la ternura, la alegría infinita de encontrar gente noble que les tiende las manos, frente a la familia que los odia y la suprema directora del colegio que los desprecia aún más, son una constante entre bailes y canciones con un lucimiento, sin duda, extraordinario de los niños. En la dirección vocal, una gran actriz-cantante que pronto protagonizará la nueva versión de Mamma Mia: Verónica Ronda, y en las coreografías, Toni Espinosa: son dos personalidades clave para el logro de estos ¡60 niños! que irán alternando las funciones, con 7 actrices-cantantes-bailarinas que cubren el papel de Matilda: una proeza que supera las dificultades del gran trabajo realizado con Billy Eliot, estrenada en esta misma sala del Nuevo Teatro Alcalá.