“La mujer imposible”, de Ana Pérez Cañamares
Por Ana Pérez Cañamares.
INTRODUCCIÓN A LA MUJER IMPOSIBLE (La Moderna, 2022)
I need to tell my story properly.
Hannah Gadsby
Ser algo imposible para no ser algo incorrecto.
Ser mujer es habitar un estado perpetuo de error.
Rebecca Solnit
Si no tenemos nombre, ¿quiénes somos?
Deborah Levy
Mi educación:
no desees nada demasiado
no te vanaglories ante nadie
—mucho menos de ser feliz—
no sueñes sueños imposibles
—tampoco sueñes la posibilidad—
no rías demasiado alto
no enfades a los dioses
—no creas en ellos ni en sus premios
aunque estarán ahí para castigarte—
no llores delante de los otros
—la tristeza es otra forma de ser presuntuoso—
no te aferres pero no te sueltes del todo del pasado
no te emborraches sin sufrir por la resaca
no te menosprecies
esperando compasión
no luches
todo está perdido desde siempre.
Y ahora sal al mundo, sostente, sé un ejemplo.
Soy mujer, poeta, la menor de cuatro hermanos, he pasado la cincuentena y soy madre de una hija que está a punto de cumplir los veinticinco, trabajo de administrativa en una universidad y cuento los días que me quedan para jubilarme, sufro de fibromialgia y me encuentro en la premenopausia, me he casado dos veces y emparejado ni se sabe, he perdido demasiados amigos e intento conservar a los que permanecen, estoy enganchada a las series, a las pipas de girasol y al tabaco de liar, tengo una casa hipotecada en Madrid y otra ya pagada en un pueblo de Asturias, acabo de sacarme el carnet de conducir y vivo con dos gatos, mi marido y una perra. Y escribo. Por rachas, a ratos robados al tsunami de lo cotidiano —por el que me dejo arrastrar con innata facilidad—, escribo.
Podría continuar con este autorretrato a pinceladas, con datos más o menos objetivos; pero en resumen así es cómo me vivo yo por dentro: soy una mujer imposible. Conviven en mí fuerzas tan contrarias que son el equivalente psicológico de los potros de tortura donde mis antepasadas fueron desmembradas. Me he tragado, y digerido malamente, todos los tópicos y mensajes sobre qué es ser una mujer de mi tiempo, aunque ni siquiera pueda decir con exactitud cuál es mi tiempo, ni qué ideas son heredadas, impuestas o conscientemente asumidas, ni mucho menos cómo se encarna un ideal y su opuesto. Tampoco puedo trazar la línea que separa el daño emocional de los dolores físicos, peajes que hay que pagar religiosamente por haber corrido esta carrera y continuar en su inercia.
Mi madre me colocó el casco de kamikaze y me lanzó a una misión suicida. Sin palabras explícitas me transmitió que yo podría con todo, lo cual, si es una locura para cualquiera, aún lo es más para una mujer, que una vez salida al mundo encuentra un camino minado. Pero al mismo tiempo que mamá me hizo creer en la omnipotencia, me aseguró el fracaso. Un fracaso con raíces familiares, históricas, de clase, de sexo: todo está perdido desde siempre, no importa cuánto estudies, cuánto sepas, cuánto te esfuerces. Todo está perdido y, sin embargo, tú, hala, venga, a darlo todo, como si al final te estuviera esperando el éxito (pero el éxito ¿dónde?, ¿para qué?, ¿en todo?).
Estas contradicciones mamadas que penden sobre mi cabeza me han lanzado al mundo alerta, en tensión y dispuesta siempre a la lucha, pero con la carne como única armadura. Cuando escribí el poema que encabeza este texto, sobre el tira y afloja que llevo toda la vida escenificando, probablemente ya había desarrollado un síndrome fibromiálgico que estalló en mi cuerpo hacia los cuarenta años; y con toda seguridad desde mucho antes ya padecía el síndrome de la impostora, definido como «fenómeno psicológico en el que la persona es incapaz de internalizar sus logros y sufre un miedo persistente a ser descubierta como un fraude». Gracias a los síntomas sabía que algo me pasaba, pero desconocía que tuviera un nombre —y los enfermos y los poetas apreciamos como nadie el sacramento del bautismo—. Y por supuesto ignoraba que los sufrieran sobre todo las mujeres, porque aún no existía para mí un nosotras (gracias, Gerda, Adrienne, Simone, Amelia, Nuria, Silvia, Kate y tantas otras, por abrirme los ojos).
Así que ¿sobre qué quiero escribir exactamente? ¿Otro libro que añadir a todos los que ya se han escrito sobre ser mujer, escritora, enferma crónica? ¿Un libro más acerca de la dificultad y la vital trascendencia de desarrollar una voz propia, de librarse de la culpa, la sospecha y los juicios? ¿Un texto exculpatorio, celebratorio, un alegato, un testamento, una carta de amor? Todo junto o nada de eso. Estoy escribiendo y solo en la escritura se desvela su finalidad. Escribo a pesar de todo o gracias a todo. Porque de todas mis identidades, volátiles y pasajeras, obligadas o voluntarias, la de ser alguien que escribe ha sido la más perdurable. A lo que aspiro es a trazar la cronología de la herida, a fotografiar las corrientes en las que me ahogo y las orillas en las que, ocasionalmente, me permito descansar. Para que ese mapa me ayude no tanto a evitar algunos lugares o a buscar otros, sino a saber dónde y cómo llego cada vez al punto en el que estoy.
Dice Annie Ernaux: «A cada momento del tiempo, junto a lo que se considera natural hacer o decir, junto a lo que hay que pensar por prescripción de los libros, de los carteles del metro y hasta de los chistes, están todas las cosas sobre las que la sociedad guarda silencio y no sabe que lo hace, condenando al malestar solitario a quienes sienten cosas que no pueden nombrar». Y afirma Grace Paley: «De lo que trata el arte —y la justicia— es de iluminar lo que no se conoce, lo que ha sido escondido». No solo escribo: estoy intentando ser justa.
Nombraré, pues, el miedo, la tensión, las contradicciones, los fantasmas, la imposición, el malestar, el cuerpo y todas las tiritas que sirven para cubrir apenas la piel expuesta. Rastrearé quién escribió el papel que represento, ante quiénes actúo y qué diría si me saltara el guion. Despegaré las etiquetas que llevo prendidas a la piel. Porque «aquello que se puede reconocer se puede remediar o resistir», me recuerda Rebecca Solnit.
Le daré palabras a la enfermedad, la cicatriz, la salud; estos malabarismos que ejecuto, que ejecutamos cada día las mujeres imposibles. Por si el acto de nombrar trajera un atisbo de verdad. Por si la verdad sirviera de cura o, al menos, de paliativo.
Me encanta la presentación de “La mujer imposible”.Estoy deseando leerlo.
Es de una gran valentía desnudarse de esta forma tan clara y concisa. Te admiro mucho. Moitos parabéns.
Gracias!!! Estoy muerta de miedo, Teresa, espero que haya valido la pena, eso ya lo diréis vosotras las lectoras. Un beso grande.
Querida, Ana. Tu libro me llega en la treintena y de camino a la década con fibromialgia. Te leo, te siento y empatizo con tu andar. Si hay una cosa que hoy le agradezco a esta enfermedad es haberme abierto los ojos a descubrir una mujer en mi interior con una fortaleza impresionante. Comparto el efecto liberador/sanador de la escritura y muero de ganas por tener ya tu libro en mis manos. Te abrazo.
Cómo te entiendo. Cómo me vas a entender cuando lo leas.
Un abrazo suave y cariñoso.