Entrevista a Joan Vich Montaner

Aquí vivía yo

(Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB)

Joan Vich Montaner

Editorial Libros del K.O.

Madrid 2022   238 páginas

 

ENTREVISTA A JOAN VICH MONTANER

 

Por Íñigo Linaje

 

Nadie diría, a pocos días de su inicio, que aquí va a celebrarse uno de los mayores festivales musicales de Europa. Uno pasea por las calles de Benicàssim y no ve anuncios publicitarios ni carteles promocionales. Nada recuerda que por aquí han pasado las estrellas más eminentes del pop nacional e internacional de las últimas décadas: Arcade Fire, Radiohead, Nick Cave, Bob Dylan, Los Planetas, Morente, Oasis…El etcétera es larguísimo. Interminable.

Hace apenas tres años, Benicàssim -un pueblo de 20.000 habitantes que triplica su población los meses de verano- recibía miles de visitantes llegados de todos los puntos de Europa (especialmente de Inglaterra).  Hoy, viernes 1 de julio -el cielo nublado, escasos bañistas en la playa- nada parece indicar que dentro de trece días se repita la afluencia de antaño…Después de tomar un café en el Paseo Marítimo, desde donde se divisa la extensa costa y las hermosas villas modernistas del siglo pasado, me dirijo a la terraza del hotel Voramar.  Allí me ha citado Joan Vich Montaner (Palma de Mallorca, 1972), que -junto a David Díaz- fue codirector del FIB en su última edición, la de 2019. Hablamos de sus recuerdos del festival, del aura mágica de la ciudad, de periodismo musical y de Aquí vivía yo, su crónica personal y emocional del encuentro a lo largo de 25 años, el debut literario del autor que acaba de publicar Libros del K.O.

Una vez hecha la presentación y sentados frente a frente, lo primero que dice Joan -que comenzó trabajando de camarero en 1996 y terminó dirigiendo el evento- es que este año no acudirá al festival. Afirma con rotundidad que ha pasado página, que ahora tiene otros intereses, que este ya no es su entorno. “No siento nostalgia. Me gusta mirar hacia adelante. A veces, cuando vives las cosas, no te das cuenta de su transcendencia. Solo cuando miras atrás eres consciente de ella. Tengo nostalgia -eso sí- de ser joven, de la energía de la juventud, aunque agradezco la experiencia que da la edad”.

 

Aquí vivía yo no solo es una crónica de sus 25 años en el FIB, sino también una crónica de su propia trayectoria vital. ¿Considera el libro una suerte de memorias personales?

Totalmente. Yo no quería escribir la historia del festival, sino las historias que he vivido en él. He contado una parte de mi vida en este entorno, y el hecho de que esas historias estén enmarcadas aquí me ha permitido hablar de cosas más íntimas. Es un libro personalista, en el que hablo mucho de mí mismo, pero también de toda una generación que ha tenido vivencias similares: el gusto por determinadas bandas de rock, el paso de lo analógico a lo digital, el tránsito del do it yourself a lo profesional. Creo que mucha gente puede identificarse con eso.

-Narra muchas anécdotas en el libro referidas al mundo de la música. ¿Qué no cuenta en él? ¿Tiene material para una cara B de Aquí vivía yo? ¿Han quedado cosas pendientes?

Hay cosas que no he contado ni contaré. No he querido hacer un libro morboso ni sensacionalista. He querido escribir una obra de lectura ligera. Hice la selección del material a partir de un montón de borradores que me permitieron contar lo que quería. Creo que el libro ofrece una panorámica bastante amplia de la historia del festival, de manera que quien no ha estado nunca aquí pueda hacerse una idea de lo que ha sido este encuentro a lo largo de los años.

-La camaradería que se daba en las primeras ediciones entre los organizadores del evento propició una relación casi familiar, que se extendió más tarde a promotores, músicos y aficionados.

Sí. Para mí es lo más importante del festival. Creo que eso es lo que convirtió Benicàssim en un sitio mítico; había una relación emocional del público con la ciudad mucho más fuerte que en otros encuentros de este tipo. Cada verano nos encontrábamos aquí personas que nos veíamos de año en año, y eso reforzó los lazos de amistad entre nosotros. La sensación de comunidad, de formar parte de algo importante es lo que hizo del FIB lo que fue.

 

El libro, que está dedicado a Ernesto González -responsable de prensa fallecido en 2020 y alma en la sombra de la familia fiber– constituye toda una declaración de amor y amistad. De hecho, cada capítulo está encabezado por un nombre de pila, lo que da idea de la proximidad afectiva entre el autor y los personajes que retrata. Más que una mera recopilación de anécdotas, Aquí vivía yo es un libro que tiene mucho de memorial individual y colectivo, en el que Joan Vich Montaner -además de hablarnos de sus experiencias, viajes y amigos- expone los hitos cardinales de su particular educación musical y sentimental. Todo ello narrado con la naturalidad de una prosa directa que bebe del periodismo; un campo que el escritor mallorquín domina sobremanera, ya que ha colaborado en numerosos periódicos y revistas musicales, así como en TVE e IB3.

Los conciertos que ofrecieron en el FIB Amy Winehouse, Belle&Sebastian o Jon Spencer Blues Explosion ocupan un lugar de privilegio en la memoria del escritor, y desfilan por las páginas del libro como las estrellas perdurables que fueron y son. He ahí algunas de las actuaciones memorables que vivió Montaner en el festival, que recuerda especialmente el encuentro entre Björk y Raimundo Amador en 1998. Aunque a lo largo de dos décadas y media fueron muchas las tardes y las noches históricas, nunca olvida las amistades forjadas con músicos como Mark Eitzel o Howe Gelb, líder de Giant Sand. Tampoco las encrucijadas y los malos momentos: las ediciones truncadas por la meteorología o la tristeza enorme que produjo en el equipo el cierre de la empresa Maraworld hace tres años. Ese adiós -el definitivo- se produjo en la terraza del hotel en el que estamos: el 23 de julio de 2019. Fue una reunión de urgencia en la que Melvin Benn anunció que vendía el festival a la promotora The Music Republic, empresa organizadora, entre otros, del Arenal Sound.

 

-¿Qué opina de la sobreabundancia de festivales que existen en la península? ¿Qué tipo de encuentros disfruta más, los de pequeño formato, pero con una identidad definida, como Azkena o Sonorama, o los multitudinarios como Mad Cool o Primavera Sound?

Yo soy manager de artistas; para mí, la abundancia de festivales es buena. Al final, el público es el que hace un filtro y permite que unos se consoliden y otros desaparezcan. Es bueno que existan muchos festivales porque las personas que trabajamos en este oficio vivimos muchas veces en la precariedad y es necesario que se cree una economía sostenible.

Personalmente, como público, me siento cómodo en conciertos de no más de dos mil personas. A pesar de haber trabajado aquí tantísimo tiempo, las grandes masas no me interesan. Eso no quiere decir que, todos los años, acuda a algún festival a ver artistas que no podría ver, por ejemplo, en una sala. Sin embargo, nunca me quedo más de un día.

-Por algunas cosas que cuenta, el entramado de la industria musical -a ciertos niveles- es absolutamente voraz, una extensión del capitalismo más feroz.

En el negocio de la música, especialmente en las actuaciones en directo, vales lo que vendes. Los grandes eventos son muy caros de producir y se arriesga muchísimo dinero. A veces, más de lo que se podría ganar. A los empresarios que asumen ese riesgo les gusta mucho la música y tienen una pasta especial. Pero es verdad que hay mucha competitividad, y que cada uno va a lo suyo. A mucha gente le da igual que al otro le vaya mal si a él le va bien. Eso es capitalismo salvaje. Pero el negocio es así.

-¿Qué opinión le merecen los eventos que se mueven únicamente por criterios comerciales? ¿Son compatibles en un mismo cartel figuras artísticamente tan opuestas como Nacho Vegas y Rigoberta Bandini?

A nosotros nos criticaron mucho cuando trajimos el mismo año a David Guetta y a Bob Dylan. Los programadores de conciertos tenemos que hacer pruebas -cada cierto tiempo- para ver hacia dónde va nuestro público. Es decir, si programas para gente joven no puedes traer lo que traías hace diez años, porque el público original va a dejar de venir en algún momento. Es necesario renovarlo, y, para eso, hay que abrir el abanico. Ahora, la gente joven, escucha de todo, no solo un tipo de música. Es mucho más abierta que las generaciones pasadas. Aunque, en el fondo, yo creo que, en general, a la gente no le gusta la música. La música le gusta a una minoría que la escuchamos. Otros la usan como un simple decorado en un momento de su vida, como un acompañamiento puntual. La pasión auténtica del melómano, evidentemente, no la tiene todo el mundo.

-Usted ha sido músico, programador de conciertos, manager de artistas, periodista musical…Aunque hace diez años que no colabora en prensa, ¿puede servirle este libro de acicate para volver al periodismo musical o para abordar otros proyectos literarios?

No, porque el periodismo musical está muy mal pagado. Aunque las personas que se dedican a él me parecen héroes. El periodismo musical o cultural es muy necesario, pero es un trabajo poco valorado. Si me dedicase a esto todavía, tendría que escribir muchísimo para tener un sueldo digno y eso restaría calidad a mis escritos. Aunque es cierto que los textos del libro tienen la dimensión y el enfoque de un artículo de prensa…

 

Explica el escritor que, al terminar de seleccionar el material para componer Aquí vivía yo, se dio cuenta de que no tenía el grado de obsesión suficiente para estar las veinticuatro horas del día pensando en un libro. “Yo no quiero sufrir para hacer arte y, aunque no descarto seguir escribiendo, todavía no sé si soy escritor”, asevera con enorme humildad. A pesar de todo, Joan Vich está satisfecho de su debut y no descarta abordar nuevos retos. La curiosidad congénita del creador (ya sea en su faceta de músico o memorialista) es su mejor arma. El hombre maduro y polifacético que es Montaner en la actualidad concluye la conversación con esta frase: “No hay que idealizar ni romantizar el pasado. Tenemos que vivir en nuestro tiempo”. Y lo corrobora en el prólogo cuando escribe: “Lo mejor de nuestra vida aún está por ocurrir”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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