“Canto fenicio”, de Juan de Dios García

Por José Ángel García Caballero.

POÉTICA DE UNA GLORIA SUBTERRÁNEA.

Me acerco a estos nuevos poemas de Juan de Dios García con esa aquiesciencia de quien comparte los ecos de una genaración. Y así construye sus poemas, entre las reminiscencias biográficas y las que han elaborado una tradición cultural, como evoca el bello título, Canto fenicio (Chamán ediciones, 2022).

Poemas en prosa, en los que un tono directo convive con un halo de veneración a los sedimentos de la historia. Aquí el poeta busca acercarse a sus circunstancias con una mirada humilde, consciente de su pequeñez en el eje del tiempo.

Estructurado en tres partes (Los hombres púrpura, Nudo de rizo y Pueblo errante), el poemario establecerá un diálogo con la memoria y sus reminiscencias. En la primera parte evoca las pérdidas y los recuerdos que configuran su mirada, que el personaje poético comienza a preparar, desde el primer poema, para este necesario ejercicio de distancia, donde escoge un inteligente segundo plano:

ÍNDOLE

(…)

De niño veía películas bélicas con mis hermanos. Cada uno elegía su papel en el bando de los vencedores. Yo nunca elegía al líder, sino al amigo imprescindible del líder, que también ganaba la guerra, pero en la puesta de medallas estaba en un segundo plano. Los medallistas lo sabían, el público no. Con eso bastaba. De hecho, era maravilloso. Así ha sido mi vida. Y así será: una gloria subterránea.

La segunda parte, Nudo de rizo, nos transporta a los murmullos de una generación nacida en la transición, que experimenta con las primeras libertades o, más bien, probaturas. Lo ilustra muy bien el poema Generación del 75:

(…)

Estábamos hechos de velocidad, pero eso no era la literatura.

No puede uno elevarse sin ensuciarse las manos, por eso hoy solo tengo una tormenta y un paraguas agujereado, por eso nunca he escrito un poema sobre mi madre. ¿No lo estoy haciendo siempre? Me estremece aún ese niño asustado, buscándola, perdido entre la multitud del mercadillo de los miércoles.

Versos que conversan con una cotidianeidad cercana a las drogas y las madres en casa, a los mitos del rock y a los descampados. La escritura sabia del poeta envuelve este paisaje subterráneo con un viento sagrado, el mar cartaginés, por donde llegaba el intercambio y el conocimiento. De este modo, en el poema Plaza de España dirá: Ni se me ocurre pedir permiso a la Historia. (…) Qué suerte de simpatía, barro y otoño en el calor de este poema.

Todo ello prepara el hilo conductor de la última parte, Pueblo errante, que es la navegación, la transitoriedad, ese dinamismo que nos hace efímeros y, tal vez, intrascendentes. Por ello, la escritura poética se atreve a jugar en ese escenario de espejos, intenta adivinar mientras anda o desanda. Un poema lleno de intuición:

APARIENCIA

 Entras tímidamente a una iglesia y te apoyas en la pared del vestíbulo. Buscas paz, incienso, cruces en perspectiva. Descubres tu indumentaria cuando ves a un niño que corre hacia ti, alentado por su madre, para darte una moneda que no has pedido. ¿O sí?

Leo estos poemas y, tras cada pausa, encuentro alteraciones de mi piel, algo se eriza, alguna palabra reconecta imágenes de mi educación sentimental. Creo que García acierta en el tono y en el formato: una sencillez meditada y concienzudamente interiorizada. Porque encuentra referentes para el sujeto escindido contemporáneo, y lo hace con una mirada a la antigüedad clásica, el ancla referente.

 

En definitiva, uno de esos libros destinados a volver, como una vieja canción. Promete relectura, que es la mejor promesa que puede dejar un libro de poemas.

No me resisto a dejaros con el telúrico último poema que, de alguna manera, aglutina lo que he intentado plasmar en estas líneas. Escuchen el ritmo de este canto, léanlo.

UMER, EL ESCRIBANO

Huele a fiesta terminada hace siglos. El hacha gotea sobre la tierra seca. Fumo frente a la chimenea y me fundo con la leña ardiente. Me haré un caldo con los huesos de esta civilización.                                  

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