Tras la esquina de la conciencia

 

Miguel Ángel Gómez.- Juan Manuel Uría escribe su Apuntes sobre pintura (Polibea), un libro que es como sentarse para almorzar, por ejemplo, con un lápiz entre las manos y un papel durante una hora o más (estoy convencido de ello) para moverse en esferas inmutables. Afirma: “No tengo una respuesta al enigma central de lo que somos. No soy tan pretencioso (o, afortunadamente, dejé de serlo). Solo esbozo acaso una interrogante, extraigo en ella una humilde y contundente duda”. Juan Manuel Uría es un autor en el que podemos confiar: su actividad es revivir experiencias que tuviera si fuera un niño, el instante en que uno ve y oye algo por primera vez.

Anotaciones majestuosas que encuentran las emociones del lector, tranquila y rápidamente. Pero es la de Juan Manuel Uría una majestuosidad limpia que proviene de los gestos que murmuran cuando nos vamos, de bellezas fragmentadas, de puras innovaciones ejemplares. Sus aforismos significan la liberación del trabajo, la respiración, la plenitud, las realidades nuevas, el resurgimiento, lo humano. Incluye temas culturalistas que aceptar incondicionalmente (“Franz Kline y la arquitectura del pensamiento plástico”), de los que tienen importancia relevante (“Ya lo dijo Picasso: me tomó cuatro años pintar como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño).

Con lenguaje retórico descolgándose de la oscuridad, Juan Manuel Uría reúne en Apuntes sobre pintura un puñado de aforismos de arquitectura visual. El pensamiento de la mano es improvisado, corre, se para, camina, se agacha, a veces se dobla sencillamente por la cintura, sin aliento. “El mismo universo y otro, en diferente orden, multiverso que dialoga y crea realidades que no puedo atrapar, que se me escapan nada más aparecer”, “Realidad mono vs. realidad estéreo”, “El realismo, esa trampa de la razón”. Hay deseo de escapar de esa realidad que es lo contrario de un gran sol que nos rodea.

Se trata de un libro, dicho sea de paso, con pretensiones de repetir lo ya dicho con variaciones y amplificaciones. Las “invenciones” tienen que ver con todo, todo lo que pasa cuando no pasa nada. ¿No es asombroso? Los lectores no buscarán aquí un mero pasatiempo, como si fueran lectores de Gogol, Swift o Borges. Es un buen producto de vanguardia expresada en lenguaje humano. Su intención es hacer sentir el aroma con la Gran Visión del Pintor. Puede empezar a leerse por cualquier sitio: “Ver es fácil, mirar no. Porque mirar es una actitud. Es una lectura. Desde luego no es lo mismo”; “Si solo piensas en la gloria, el éxito (otra vez la vanidad), deja el pincel. Te has equivocado de camino”, página 79).

Las fuentes de Juan Manuel Uría son muy amplias, con ellas trabaja hombro con hombro: “El creador debe pensar su propia creación, su arte. Su disciplina, su obra, su proceso, en un autoanálisis permanente. Aquí pienso en Goethe, por ejemplo”. Decía César Aira que para que la literatura sirva para algo en una comunidad debe ser buena literatura, y es imposible hacerla si no se es un buen escritor, y nadie ha logrado ser un buen escritor sin ser un escritor. Esto es aplicable a Juan Manuel Uría, él es un escritor al que se le oirá retumbar al otro lado, allí donde está la buena literatura. Lo escribiría inclusive en las paredes de una casa subterránea: “¿Camino de solitario? Bien. Camino poco hollado y, como tal, sin embarrar. No como esas sendas consuetudinarias creadas por tanto paso y que ya marcan psicológicamente una dirección, una inercia”. La literatura es un asunto de libros que se leen bajo la farola del banco de arena donde se arrojan furtivas piedras. La importancia de las ensoñaciones es clave, las ensoñaciones deben de estar, como mínimo, en la mitad del puente cercano.

Como toda gran obra, Apuntes sobre pintura es una experiencia con un estilo que es una especie de locura trascendental situada detrás de la esquina de la conciencia. Juan Manuel Uría es un maestro de poesía, y el maestro se empeña, poseyendo el conocimiento de cosas ocultas para el erudito, en ser discípulo para convertirse en artista de proliferación al lado de los suyos, en espléndida felicidad pues “veo cómo mi hija se emociona al abrir un libro. Al coger un lápiz. Al dibujar algo, libremente, sin preocupaciones formales, en un papel”.

 

 

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