‘La voluntad’, de Azorín
GASPAR JOVER POLO.
Tal vez sea conveniente recordar la importancia que alcanzó hace algún tiempo el escritor José Martínez Ruiz, alias “Azorín”, un novelista al que se vinculó con una generación de escritores que también fue famosa hace tiempo, con la llamada generación del 98. Hoy en día, sin embargo, apenas se habla de Martínez Ruiz y de sus compañeros escritores, y esta es la razón principal que me mueve a escribir sobre el autor de La voluntad y de otras muchas novelas y colecciones de relatos. Hoy son otras las preferencias del público lector y también las inquietudes de los entendidos, de los profesionales de la literatura, y por eso resulta tal vez necesario recordar a una generación que tuvo su plenitud creadora a principios del siglo XX. Tal vez, este grupo nunca llegó a ser demasiado estimado por el público en general, pero no cabe duda de que gozó de una gran atención por parte de los expertos, de los profesores.
Hoy en día ya no se recomienda la lectura de las obras de Azorín, de Unamuno, de Baroja…, se habla poco o nada de ellos en los programas culturales o en las secciones dedicas a la cultura y a la literatura de los programas de radio o de la prensa escrita, y me parece que tampoco se comentan sus obras en los clubes de lectura. Recuerdo que, hace cuatro o cinco décadas, un grupo de amigos tuvo el valor de inaugurar en mi pueblo una librería papelería a la que le pusieron el nombre precisamente del escritor Azorín, la llamaron “Librería Azorín”, lo que quiere decir que este novelista alicantino todavía era famoso por aquellas fechas.
Me atrevo a recordar y a reivindicar a este escritor a pesar de que no sea un novelista fácil de leer, a pesar de que sus novelas presenten un argumento mínimo en comparación con el caudal de ideas y de descripciones de que se componen. Y lo reivindico porque, a pesar del predominio del tema filosófico en su novela más famosa, en La voluntad, un tema existencialista y más bien tristón, se da también en este libro el juego, la sorpresa, el vaivén en el pensamiento, el tránsito repentino desde un concepto al concepto contrario, de una manera de entender la vida a la manera opuesta, lo que aleja al lector perspicaz de la monotonía y del consiguiente aburrimiento.
La única acción apreciable en La voluntad, la única en la que se basa el desarrollo del argumento reside en la evolución del pensamiento del joven protagonista, de Antonio Azorín, y de su amigo y maestro Yuste, que empiezan con un planteamiento anarquista y llegan, pocas páginas después, a la concepción de la vida como valle de lágrimas, una idea típica del pensamiento católico más rancio. Estos dos personajes llegan a la conclusión de la insignificancia del ser humano y de la falta de interés que presenta la vida: “Azorín piensa un momento en la dolorosa, inútil y estúpida evolución de los mundos hacia la nada”; pero en otro momento de la obra, unas páginas después, este mismo personaje protagonista, Antonio Azorín, es capaz de sentirse atraído por los encantos más a la vista, por la carne tersa y turgente de una joven toledana con la que se cruza por la calle.
Muchas veces alaban estos dos amigos e intelectuales de pueblo a las personas creyentes y el mensaje esencialmente conformista que transmite la religión católica; pero, en otros renglones de este mismo libro, el joven protagonista se muestra crítico en extremo y nada respetuoso con esta popular institución al proclamar: “El catolicismo en España es pleito perdido: entre obispos cursis y clérigos patanes acabarán por matarlo en pocos años”. Hay párrafos en los que se ensalza la fe religiosa como única fuente de alivio para los seres humanos, y otros párrafos en los que el personaje principal se muestra radicalmente descreído: parece viajar subido continuamente en una montaña rusa emocional pues su actitud resulta conformista a ratos y otras veces, radical y rebelde. La voluntad incluye la paradoja, la contradicción, el constante fluir de las ideas; ofrece un pensamiento vivo, impetuoso incluso, y por ahí se salva de los excesos de la densidad filosófica y del pesimismo existencialista; el contenido se enriquece por este camino con numerosos y variados ingredientes.
La acción a lo largo de La voluntad es imparable, es un torrente inagotable; pero se desarrolla de forma muy mayoritaria en el terreno de las ideas y de los estados de ánimo. El propio José Martínez Ruiz define el pensamiento un tanto errático de su protagonista, de Antonio Azorín, como un ”mariposeo intelectual”, como una “simpática protesta contra la rigidez del canon”. Y por este camino del mariposeo, el atolondrado intelectual de pueblo crece, cobra volumen, alcanza, hacia el final de la novela y en forma de otra llamativa paradoja, una dimensión casi trágica.