La ternura de los libros

 

Ricardo Álamo.- No hace mucho le leí a un célebre (y celebrado) escritor de diarios y crítico literario que los libros de aforismos acostumbran a ser invertebrados, como la España de Ortega y Gasset: una articulación de ocurrencias que oscilan entre el tópico y la arbitrariedad, el juego de palabras y la moralina. Y sí. Puede que tenga razón. Pero,¿toda la razón? Veamos. La primera parte de su frase es ocurrente, quizá porque al hermanar los libros de aforismos con el título de una de las obras más famosas del filósofo español aún no deja ver a las claras a qué puede estar refiriéndose. Sin embargo, después de los puntos y seguidos, con la explicación que da sobre lo que significa que los libros de aforismos acostumbren a ser invertebrados, se entiende crudamente el juicio peyorativo con que los califica. Pero que haya libros de aforismos en los que las ocurrencias, el tópico, la arbitrariedad, el juego de palabras y la moralina menudeen entre sus páginas no implica necesariamente que sean malos libros. También en las novelas, en los libros de poesía o en los de relatos hay tópicos, ocurrencias y juegos de palabras y no por ello son libros infumables. Y no es una cuestión de si esos elementos brillan más o menos, sino de si están bien escogidos o bien dosificados o bien justificados dentro de la índole del género literario del que se trate. Tratándose de un libro de aforismos sería bien raro que no los contuviera. Porque si hay un género literario que más que ningún otro se presta a las greguerías, las agudezas, las ingeniosidades y cuantos caprichos lingüísticos puedan imaginarse, sin ser por ello un baldón ni una merma, ese es, sin duda, el de los aforismos.

Viene todo esto a cuento porque, dentro de la escritura aforística, el nuevo libro de Guillermo Busutil, Papiroflexia, no renuncia a ninguno de esos elementos literarios que venimos comentando. Y, en efecto, hay en él juegos de palabras, frases ingeniosas, reflexiones agudas, pero también, como dice en el prólogo Nuria Barrios, algunas críticas y numerosos homenajes a escritores desconocidos y a escritores amigos, aunque, por encima de todo, lo que más hay es un inmenso amor a la imaginación, al lenguaje y a los libros, cosa que no es muy difícil no pensar si se advierte que su subtítulo es precisamente Sobre el libro y la lectura. Si exceptuamos aquel Escritos y dichos sobre el libro que publicaran Manuel Bartolomé y María Vidal en la célebre colección que la editorial Edhasa consagró a finales del siglo pasado exclusivamente a los aforismos, no son muchos los libros de esta clase de género que estén dedicados, de principio a fin, a trenzar hilo tras hilo de pensamientos sobre la escritura, la lectura, los escritores, los libros y todo lo que tiene que ver con la profusa madeja de las palabras.

En este sentido el libro de Busutil es de los pocos que se atreven a discurrir, sin solución de continuidad, aforismo tras aforismo, por la peligrosa senda de no hablar de otra cosa que no sean los libros y sus más inmediatas confluencias. Peligrosa senda porque, a fuer de insistir una y otra vez sobre los mismos temas, corre el riesgo de llevar al lector a una saturación o a un hartazgo sobrevenidos por no encontrar otra cosa que una eterna repetición de lo mismo aunque con más o menos ligeras variaciones. Así ocurre en aforismos como estos: «A veces las palabras tienen crisis de conciencia» y «Las palabras también tienen crisis vitales». No obstante este peligro (al que habría que sumar la reiteración de una fórmula consistente en homenajear a un escritor o escritora con alusiones a los títulos de algunas de sus obras, y valgan como ejemplos los siguientes aforismos: «Baricco vistió de seda las palabras que se ondulan», Dickens tuvo grandes esperanzas en las palabras en tiempos difíciles», «Manuel Vicent reconoce a las palabras por su son de mar», «Nabokov cazaba palabras pálidas o con ardor» o «La fantasía del libro es ser de arena como en Borges»), no obstante ese peligro, decía, el mérito del libro de Busutil estriba en la capacidad que tiene de ampliar sutilmente el espectro de lecturas sobre la lectura y los libros, a veces escogiendo formas de expresión poéticas y otras recurriendo al dictum enfático. De lo primero son pruebas innegables estas perlas:

«La palabra es la mariposa de la escritura»
«Guardar libros bajo la cama eleva los sueños»
«La pestaña de un lector es un guardapelo»
«Existen palabras con vocación de pétalo»
«Las palabras con insomnio mudan en grillos»
«La ternura de los libros es contemplarte dormir desde la mesita de noche»

Como decía al principio, también en Papiroflexia hay ocasión para la crítica («La enseñanza ha deshabitado el lenguaje», «La mercantilización del libro produce monstruos») o para la reflexión («No permitamos nunca que nos desahucien de leer», «El lenguaje infunde poder, procura comunicación, crea encantamientos»), si bien es verdad que el leitmotiv que mueve a casi todo el libro es la contundente afirmación de que al ser del hombre lo singulariza la palabra. Así lo dice Busutil sin tapujos en uno de sus aforismos más afortunados: «Somos seres del lenguaje y sus ficciones». Aforismo que lo emparenta con el heideggeriano el lenguaje es la casa del ser y con el valverdiano (de José María Valverde) Ser de palabras, pues como bien se encarga de sentenciar el propio Busutil en otro de sus más logrados aforismos «el lenguaje es un árbol al que no dejan de crecerle ramas». Pero, eso sí, unas ramas que no pretenden buscar solamente la luz de la realidad o de la verdad objetiva, sino que se alargan más allá de esta persiguiendo mundos de fábula, mundos de ficción o realidades novelescas. No en vano, la mayoría de los escritores a los que se homenajea en el libro son literatos, novelistas, poetas o narradores, clásicos y modernos, muchos de ellos contemporáneos, en cuyos libros Busutil ha encontrado las palabras, las historias o los versos de su vida. De ahí que se atreva a confesar que ha vivido hasta el final en los libros en los que estuvo, que es la mejor manera de agradecer a los libros y a quienes los escribieron su amor por ellos. Y en eso Papiroflexia, en sus múltiples escrituras, pese a ser un libro pequeño, no se queda ni mucho menos corto.

 

 

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