‘Fingimientos’, de Fernando Menéndez y José Ramón González
RICARDO MARTÍNEZ.
Los fingimientos, entiéndase, han de ser atribuidos aquí, si acaso, a los autores que fingen en su ficción, pero nada de culpabilidad dolosa hacia los versados autores que nos proponen una lectura tan jugosa como trascendente. Ellos, en su afamada profesionalidad, se limitan a transmitirnos las sugerencias de la imaginación, los decires acertados de un buen puñado de aforistas que, por una u otra razón injusta, no suelen gozar del conocimiento del lector.
Pero he aquí que lo oculto significa en buena medida discreción, y un aquel de sabiduría y sustancioso entendimiento. Y este libro viene a hacerles justicia para que ‘quien leyera que entienda’ A buen seguro que así será.
Por ejemplo, ¿quien se sentiría ajeno siendo interpelado
or una máxima como: “Detrás de cualquier disputa teologal está la ausencia de sentido” Eso sabemos, o intuimos, casi todos. O bien, cuando el aforista tira contra su tejado: “No hay aforismo que satisfaga todas las expectativas” Una aportación muy razonable para hacer amigos
El aforismo –alguien susurró un día- es como el guiso: exige una dedicación-inteligencia minuciosa, de lo contrario o se queda crudo o se quema. Y el aforista, es bien sabido, procura cuidar con esmero su yo transitivo.
El libro es un regalo para el sentido común y el humor y la concordancia de tantas vicisitudes como nos depara el ser en cada día: es un alimento necesario para el bien ser y estar. Y esta mesa está bien servida, es cierto
“Solo el idealista se interesa por lo imposible” ¿Y a quién en su sano juicio (idealista) puede interesarle lo demás?, sobre todo a sabiendas de cómo va el mundo.
“La honestidad es una tentación” Y ahí se queda. Que pregunten si no a los leones del Congreso de los Diputados
(ellos no pecan nunca, pobrecitos, pero lo saben)
Y las posibles posturas de los humanos, bien comprensivamente entendidos, son tan distintas que es difícil de hacerse cargo de tal variedad; pero hasta ahí llega también -un aforista de verdad es eso-, quien advierte de inmediato al incauto: “tanto pensar para ser nubes”
El lector, aquí, es colocado delante de un espejo que rebosa prosaísmo, versatilidad, cualidades poéticas y muchas maneras más de ser. Y como sea que nadie puede eludir el espejo (o le encuentras tú, o te encuentra) ese mismo mosca-lector quedará, de una u otra manera, atrapado, aludido por esta sinfín continuidad de advertencias éticas y estéticas, tal como los espejos han sido siempre en su noble, serena, silenciosa y arraigada función. O sea:” “toda metafísica es metafísica del esfuerzo” “Querer rozar la nada para acariciarse a sí mismo” Todo ello a sabiendas de que “Existir es una apuesta por lo incierto”
El lector, en efecto, al subirse al libro es como entrar en un fabuloso, colorido e infinito carrusel donde tiene garantizado el entretenimiento, la diversión, la didáctica de la vida y la tristeza, y todo ello a costa de algo bien sencillo, a costa de sí mismo.
¿Es que hay algo más en lo que entretenerse? Vivir es un juego en el que se desarrolla la mentira, ya se sabe, el ser de la mentira.
¿Recuerdan aquel acertijo que le propusieron al hombre sabio? “¿Y usted qué religión sigue?” Yo… el darwinismo!”
Fernando y José Ramón, los compiladores de esta nube aforista, son como saberes acuñados en la tarea.