‘Tres veranos’, una vida
DAVID LORENZO CARDIEL.
La luz del sol, el oleaje espumoso, el calor efervescente. La algarabía de una juventud que promete ser eterna en una de esas mentiras de la inocencia que pronto acaban por desvelar su verdadero rostro. En medio del paisaje, costero y escarpado, la vida fluye, mientras el horizonte de la mirada se vierte en una imagen lejana, difusa, incierta.
Cuando Margarita Liberaki modificó su apellido para que invocase la idea de libertad había dejado atrás a su hija, a su exmarido y a su país. Se encontraba en un París claroscuro. Mientras el recuerdo de la Gran Guerra resonaba en el presagio de la contienda que se avecinaba irremediablemente, los cafés, los teatros y los salones rebosaban indiferencia. Era todavía la época de las vanguardias artísticas, de la experimentación cultural y la ósmosis.
Aquel éxtasis de bohemia, que se vio fragmentado por la invasión nazi, inspiró a Liberaki para escribir Tres veranos, su obra más célebre. Una novela que, casi desde su publicación en 1946, se ha convertido en el máximo exponente del canon narrativo de la literatura griega contemporánea. Tres veranos sigue cosechando lectores, es estudiada en las aulas del país mediterráneo. El motivo no es insignificante: la novela es un canto a la vida en todo su esplendor.
Releer Tres veranos ha significado en mi caso un reencuentro doble. Primero, con la mejor literatura, expresada con una maestría hilvanada con sencillez, al mismo tiempo que profundidad, párrafo tras párrafo. Pero también porque me ha permitido rememorar un lugar particular que es común en la práctica totalidad de seres humanos a fuerza de semejanza: la manera de otear el mundo propia del adolescente, a medio camino entre la ilusión infantil que permeabiliza en la edad adulta y el desengaño que produce la pujante exposición a los demás. Me refiero a la amistad, del amor y del desafío al modelo de existencia al que parecemos enclaustrarlos los adultos.
La novela tiene como protagonista a Caterina, una muchacha de dieciséis años ensimismada en el romanticismo propio de esa edad. Ella, que vive en un barrio bien a las afueras de Atenas junto con sus otras dos hermanas mayores, su madre y su tía, disfrutará de los primeros amores y de la libertad de encontrarse en la linde de la adultez. Sin embargo, su abuela, la abuela polaca, que abandonó todo para entregarse a la aventura, marcan el deseo de la protagonista, muy diferente a la pulsión más acomodada de sus hermanas.
Margarita Liberaki nos invita a sumergirnos en este chapuzón de magnífica literatura, un canto a la belleza de la existencia humana frente al horror que delimitó su época y que, siempre subyacente, eternamente palpitante, puede volver a desencadenarse en cualquier momento en forma de conflicto bélico, enfermedad o desastre natural o humano.
Editorial Periférica publica Tres veranos con traducción de Laura Salas Rodríguez, en una edición en tapa blanda, muy manejable y con una cuidada tipografía que invita a su lectura y que atrapa con atemporal fruición. No se pierdan esta obra maestra.