Pensamiento

Metástasis III, de Luis Tamarit

Metástasis III

Luis Tamarit

Editorial Olifante

Zaragoza 2022    144 páginas

 

ALQUIMIA VITAL DE TAMARIT

 

Por Íñigo Linaje

 

La plaza del Tossal, situada en el barrio del Carmen en Valencia, luce flores de romero y sol primaveral. Son las dos de la tarde de un jueves cualquiera y solo hay una pareja en el interior del café Sant Jaume. Hay un árbol raquítico junto a la entrada del local. En la fachada, desconchada y llena de grafitis, reza un verso de una canción de los ochenta: “La vida es una cruz”. Luis Tamarit, que está sentado en la terraza de la cafetería, solicita otra cerveza al camarero y enciende un cigarrillo, expulsa el humo relajadamente y dice: “La pasión de mi vida ha sido el conocimiento”.

Si hay un hecho que determina por completo lo que Tamarit es en la actualidad -un poeta verdadero- es el magisterio que ejerció sobre él su profesor de literatura. “Estudié en el Instituto Mariano Benlliure, un centro rojo en los años setenta, y tuve la inmensa suerte de que mi maestro fuera Arcadio López Casanova, uno de los renovadores de la poesía gallega de entresiglos”. Él le descubrió a Machado y a Aleixandre, y gracias a su influencia y al afán de curiosidad juvenil, el adolescente comenzó a comprar revistas contestatarias como Triunfo o El viejo topo, lo que definiría más tarde su conciencia política.

“Soy una persona que odia la familia como institución. Y, precisamente, por eso, puedo decir que he tenido unos padres extraordinarios y que tengo una mujer, una hija y una nieta maravillosas”. Nacido en Puçol, en 1961, Luis Tamarit (barba de dos días, visera, rostro circunspecto) se trasladó a la capital del Turia a los seis años y ejerció la docencia en el Departamento de Estética de la Universidad de Valencia. Asimismo, antes de jubilarse, fue profesor de Filosofía en un instituto de Enseñanza Media. Si sus intereses como estudiante se decantaron por la historia y el pensamiento, la literatura pronto llamaría a su puerta. De hecho, a los veinte años, publicó Partituras de silencio, un primer poemario -hoy inencontrable- del que ahora se retracta. Desde ese momento, y guiado, entre otros, por Vladimir Holan, Valente, Eliot y Gamoneda, Tamarit trabaja en un proyecto descomunal titulado Metástasis: una obra en marcha compuesta -inicialmente- por diez volúmenes de cien poemas cada uno. Una obra que lleva “escribiendo y reescribiendo” más de cuarenta años y de la que ahora se publica el tercer tomo.

De su época como profesor, recuerda que le gustaba más aprender que enseñar. “La enseñanza ha sido para mí como una deuda por haber aprendido”. Y no se refiere únicamente a su formación académica, sino al saber adquirido a través de otras personas y a su propia experiencia. “Mi suegro, que era campesino, me enseñó más que todos esos intelectuales que encuentro por ahí con premios y carreras”. Todas esas lecciones existenciales se mezclan con nombres propios de las letras, la música o el pensamiento y dan sentido a su poesía: Nietzsche y Wittgenstein, Paul Celan y Ungaretti, Keith Jarret y Bill Evans.

Y es que las filias artísticas del escritor valenciano abarcan muchos campos: “Soy un melómano empedernido. La vida sin música sería insoportable”. Y precisa: “De joven pensaba que todo lo que no fuera Mozart era ruido. Años después aprendí a disfrutar de estilos como el jazz o el rock. Últimamente escucho cosas dispares: Beatles, Jaques Brel, Bach, Miles Davis”. Persona de espíritu ambulante, el poeta recuerda dos viajes iniciáticos a dos ciudades distintas en las que vivió temporalmente: Marrakech y Milán. A la primera fue por placer y curiosidad; a la segunda gracias a una beca universitaria. En ese momento -tenía veinticinco años- estaba forjándose el hombre que escribirá, tiempo después, esta máxima: El país de los otros no es el tuyo. Eran los días en que se formaba como docente bajo la tutela del antropólogo Joan Linares, otro nombre clave en su trayectoria.

No sin cierta tristeza, el autor habla del olvido como destino de su escritura, aunque confiesa que le gustaría que las generaciones futuras reconocieran su trabajo. “Más que de mis libros, estoy satisfecho de haber conocido a ciertas personas, a mi editora, a Ángel Guinda”. A pesar de su carácter escéptico, Tamarit (que pergeña un ensayo sobre su concepción de la lírica) se siente -como Espriu- un eterno aprendiz de poeta, y persevera en una tarea titánica: revisar a conciencia una obra que tiene mucho de círculo dantesco. “Al contrario de lo que pudiera parecer, uno escribe para sí mismo; y escribe aquello que como lector le gustaría leer. Cada uno de los poemas de Metástasis -invariablemente de cinco versos- puede leerse de forma independiente, aunque el conjunto forma una totalidad insumisa”. Concebido como una sinfonía en diez movimientos, la fugacidad del tiempo y el destino, la soledad y el desencanto de vivir dan sentido a una serie de motivos estructurales que determinan desde el lenguaje simbólico hasta los campos semánticos del libro. Todo alumbrado por pasajes abstractos que contienen proverbios y lecciones morales: Considérate dichoso por velar las despedidas.

Antes de terminar la conversación -con semblante serio- el poeta dice: “Yo he huido muchas veces, pero nunca de lo que pienso y de lo que tengo que hacer. He disfrutado mucho de la vida, pero el conocimiento da dolor”. Ajeno a la nostalgia, Luis Tamarit escribirá mañana -en su refugio de montaña o en cualquier rincón de esta ciudad- el reverso de esta sentencia: Añoramos los días luminosos en el país de la lluvia. Su obra, como la de los creadores verdaderos, está llena de paradojas y contradicciones. Poesía y verdad, que diría Goethe.

Son las seis de la tarde. La plaza del Tossal se llena de solitarios y enamorados que beben solos o en compañía. Por las calles adyacentes, arrastrados por la celeridad de los tiempos, circulan seres inanimados, carentes de expresión: los barre la bruma invisible de la costumbre. Agradecido, el poeta se despide con un abrazo cordial, franco, fraterno: el abrazo de la orfandad humana que todos necesitamos. Y es el sol de Valencia, declinante a esta hora, el que escribe -ahora- el mejor poema.

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