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«Un palacio suficiente», de Jesús Montiel

Por Jorge de Arco.
Es amplia y variada la trayectoria literaria de Jesús Montiel. Granadino del 84, hace tiempo que alterna su tarea docente con la literaria. Ahora, da a la luz Un palacio suficiente (Comares. La Veleta. Granada, 2022), un poemario que se suma a otros títulos ya editados –Placer adámico (2012), Díptico otoñal (2012), Insectario (2013), La puerta entornada (2015), Memoria del pájaro (2016)- y a reconocimientos tales como los premios “Alegría” e “Hiperión”.
En el prefacio a esta nueva entrega, anota el propio autor: «Llegó un momento en que el verso, la métrica, me supuso un verdadero estorbo, y comencé a escribir en prosa. Fue un proceso natural, sin cálculo (…). Este librito es el último que escribí versificando hará cosa de cuatro años (…) Quizá sean estos mis últimos versos, no lo sé (…). El contenido, como sucede con la totalidad de mi escritura, responde al ámbito del testimonio: cada uno de estos poemas es la caja negra de un momento en que la eternidad volcó mi vida».
Tras estos mimbres confesionales, el lector podrá adentrarse en un universo donde se canta y se cuenta de una realidad circundante a un yo que no esconde sus anhelos, sus temores, sus argumentos existenciales…, y que prefiere la claridad a la tiniebla, la costumbre al misterio:
El día es un palacio suficiente.
No hay nada que ambicione
aquí sentado, secreto para el mundo.
En unos cuantos metros.
sucede de una vida lo que nunca se muere.
Junto a esta dosis vitalista, hay en estos textos un condicionante espiritual, una manera propia de alentar los días mediante un aleluya de sentimientos en donde cabe no sólo la experiencia, sino el horizonte que se avista al bornear la mirada. Porque en su palabra, Jesús Montiel asoma su sed de humanismo, el eco de todo cuanto fue suyo y quiere hacer también necesario a los demás. O lo que es lo mismo, una forma de aprehender la luz interior y convertir su reflejo en lumbre común:
Mi abuelo me ha entregado
este verano sus libros:
los muda a otra mirada.
Igual que antes del salto
se desnuda el bañista,
ensaya la ignorancia
subido al trampolín de la pobreza.
Ese imborrable territorio llamado infancia, asalta también al vate andaluz y lo sitúa en un espacio donde lo asombroso, lo fragmentario, lo vívido…, se torna cuerpo elástico, sustancia patente. Nada de lo expresado pareciera quedar al albur de lo arbitrario, sino que se vincula a una extrema condición terrenal, la cual deviene en una geografía doméstica, solidaria con lo latente y consumado:
A veces vuelvo al niño.
(…)
No sé la duración de esta niñez
que mueve la montaña del adulto.
Si más o menos rápida no importa:
un instante será muchos poemas.
Los treinta y tres que conforman este volumen se presentan plenos de cohesión y coherencia, conformando, en suma, un lúcido discurso donde sintaxis y semántica son unitario mensaje, verbo con bello sabor a alianza, tiempo de una verdad que no se distrae en ensoñaciones, cántico que mira hacia paisajes y protagonistas arraigados en la conciencia más íntima:
Ahora, al despertar,
cuando abro otro libro y lo subrayo,
no dejo de pensar que
estas líneas que trazo
serán mañana asfalto, una pista de mí.
Camino que nos choque tras la muerte.

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