“Golpeando el silencio”, de Concha Lagos
Por Marina Tapia.
No dejéis de leerGolpeando el silencio de Concha Lagos, un libro que ha recuperado la colección Genialogías de la editorial Tigres de Papel y que, por primera vez, se publica completo en España. Os encantará adentraros en su vida creativa y cultural, a través del prólogo tan completo escrito por María Teresa Navarrete, y seguro que disfrutaréis con la entrevista inédita realizada en 1986 por Begoña Alonso, y con las dos cartas a Concha Lagos (una escrita por Emilio Prados y otra por Concha Méndez) que esta edición nos regala.
El libro es un festín de poemas admirables, como algunas de sus elegías (a un cesto de mimbre, a una cocina, a un jardín, a un árbol o a una clase). Ellas nos ilustran certeramente acerca de la labor que han realizado muchas de nuestras poetas y de nuestras mujeres a lo largo de la historia, al vivificar esas entidades rudimentarias, esos espacios íntimos, esos elementos usados
diariamente, al prestarles voz, estableciendo con ellos comunión y comunicación, iluminándolos, para luego partirlos como pan que sacia nuestra hambre de verdad y belleza.
El conjunto está lleno de preguntas, incluso uno de los textos se titula “Pregunto”. Rebosa de reflexiones de gran calado −aunque de apariencia sencilla−: “Que nadie diga ayer / ni vuelva la cabeza. El camino más corto / es el de la esperanza. Por él se llega a Roma. / Y también a la vida.”
Nuestra autora recurre en muchas ocasiones a una sutil ironía, como cuando afirma “¡somos civilizados!”, o cuando en el poema dedicado a los poetas exiliados (no necesariamente católicos) dice “sé que soñáis la plaza y el santo de la ermita”. Pero, en esa línea de homenajear a otros escritores, destaco el bellísimo texto dedicado a Miguel Hernández: “Dicen que era de barro, / con luz en la mirada. / Sembró la flor del trigo / y recogió cizaña […] “no le valió el amor / ni el fuego de la entraña. / Ni siquiera los versos, su canto de esperanza”.
Concha actualiza, da un nuevo valor a la conversación con Dios y a la tradición bíblica, apelando a ese elemento social con el que se ha hermanado, muchas veces, la espiritualidad: “Que solo hable del hambre / el que su pan comparta. / Que solo el agua nombre / el que la sed apague”, “a la puerta del pobre nadie puede llamar/ porque ni puerta tiene”, “Por todos mi oración en cruz elevo / desde estos surcos, mares y salinas,/ arroyos, lomas, tierra de esta España. / Que nadie nos la cerque con alambre de espino”, “Caínes bien nutridos / con un salvoconducto / para toda la inmundicia”.
Sentimos su vocación de diálogo con el lector a lo largo de todo el volumen; sus poemas no son un soliloquio, sino un ejercicio de tender puentes, una invitación a dilucidar, a restaurar −a través de las palabras− el dolor por un mundo destruido por la guerra.
Los seis sonetos que abren el libro, marcan la pauta de los temas que luego la autora desarrollará con otras estructuras más fluidas en su forma, por ejemplo la silva libre.
También es importante resaltar que la poeta retrata con maestría y sin pudor la situación social de la mujer en aquella época: “ Estoy en mi trajín / del verso y de la casa./ Al fin una es mujer / y no está bien mirado / ahondar en las costumbres, / ni enmendarle la plana / a los que tanto saben”.
Este magnífico libro es un compendio vivo de historia filtrado por la pureza y la lucidez de Concha Lagos, una escritora que supo nombrar aquello que latía en el tiempo que le tocó vivir. Su voz recorre con decisión la biografía personal que se mezcla, en un zigzag perfecto, con la existencia colectiva.
Leer Golpeando el silencio es restaurar la memoria, es un acto de justicia con todo el florecimiento cultural que quedó disperso, con todas las exiliadas y los exiliados “errantes, a deshora, andariegos de oficio, peregrinos”.
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