“Yacimiento”, de Juan Peña

Por Jesús Cárdenas.

Juan Peña (Paradas, Sevilla, 1963) recogió en el volumen titulado La misma monotonía (La Isla de Siltolá, 2013) una antología de cinco libros de poemas publicados hasta la fecha. Es autor conocido, además, por sus letras flamencas (Palo cortado) y por sus traducciones poéticas (El poema extranjero). Yacimiento correspondería a su séptima entrega lírica. Está constituida por ochenta y tres poemas breves, sin agrupaciones, lo que supone un todo orgánico: una celebración del vivir y del asombro de lo que rescatamos. 

El discurso de Peña se basa tanto en la contemplación como en el recuerdo, así el asunto de vivir constituye la dicha, pero también el destrozo que se queda atrás. Se indaga en tiempos remotos mediante el uso de la descripción. Sin embargo no provoca lejanía, pues la expresión empleada es sencilla y llega asequible al lector. El poema nunca se recarga ni contiene alambicadas estructuras; pese a ello, detrás de cada verso hay un trabajo encomiable por el mantenimiento del ritmo. Asimismo, nunca el estilo es forzado para ocupar una gama amplia de recursos literarios. 

En Yacimiento la mirada arraiga en objetos «sin alma, / que no mueren», lo atemporal, «esta tierra cocida / y este metal fundido», así lucernas, un anillo celta, vaso homérico…  En «Objetos» se encuentra sintetizado el sentido: «Lo que al final nos salva / se quedará en las cosas». En su contemplación crece la reflexión del ser sobre la función del proceso artístico: entendimiento y consolación. La cualidad destacada del objeto transmite y, al cabo, transmuta al hombre. A propósito, nos deleitamos con los versos de  «Pequeño jarrón palestino»: «Si ha llegado a mis manos / la sencilla pureza de este ser […] no sólo soy un hombre, / soy unas manos llenas, / soy un noble destino».

La siguiente capa obedece a la capacidad de elaboración del material sonoro, visual… Entran en el aparato textual, además de versos de poetas queridos, letras de canciones, nombres de películas, explicaciones de objetos, distintas coordenadas espaciales (Grecia, Sanlúcar de Barrameda), etc. El poeta paradeño fija su atención en lo primario (comer, la tarde, el fruto, la lluvia…), aquello que provoca vivir, conectarse con el pasado para entender el devenir de los tiempos, como puede leerse en «Milagro en Arcadia». Todo lo pasado tiene un poso de asombro, de ahí que su propuesta sea volver a lo primigenio, a la esencia.  Concluye en «Playa» el imaginario poderoso marítimo que nos devuelve a nuestra tierna infancia: «Si a la orilla volvemos / volvemos al origen, / a una plenitud / y a una pureza».

En el siguiente estrato Peña fija su atención en lo natural, en los dones recibidos por el hombre, productos elaborados por los seres, que nos hacen dignos: huevo, cerezas, higo, miel, queso, etc. Tal vez sea porque no alcanzamos más que la superficie, así «Lo auténtico, lo intacto, / ese centro del alma que buscamos / ansiando sólo un poco de verdad». Algo semejante se confirma en una composición breve magnífica titulada «Sentido».

El sentido de permanencia del ser figura frente a la capacidad atemporal. Se resigna al ciclo de la vida: “No sé de más sacralizad / que esta de ser don y recibir los dones, / comunión inmortal”. Se acepta la vejez como una forma de atarse a la vida, entendida como una etapa de “júbilo”, en su doble etimología descanso y dicha, como se contiene en “Dónde Grecia”: “Y en la vejez descubres / que no huno una estrella / que guía nuestros pasos. / Descubres tantas luces / ciegas contra la luz”.

En esta búsqueda impasible que nos brinda Juan Peña en Yacimiento consigue atrapar por su cadencia, contemplando objetos y haciéndonos reflexionar serenamente sobre nuestro ciclo de vida, asombrándonos por lo rescatado.

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