El Tour como ficción 2022 (y IV). De la vanidad y fragilidad de todo lo humano, con la reunión de cronistas y ciclistas

¡Cuál no sería mi alborozo al recibir la carta de Julio con la invitación del grande don Alejandro a ver en su casa la última etapa del Tour de Francia! Nada más leerla se me alborotó el ánimo y se me hacían los dedos huéspedes, con lo que me faltó tiempo para, sentenciado el Tour el jueves por Vinagres en la cima maldita de Hautacam, abandonar la carrera en Occitania sustrayéndome a la tentación cortazariana de la contrarreloj de Rocamadour y poner rumbo a Murcia, donde ayer domingo, a eso de las seis de la tarde, llegamos Julio y yo a la finca ancha y espaciosa de nuestro anfitrión. En serena quietud, no fuimos recibidos de pastor alemán alguno pese a la caseta que silenciosa y cubierta de polvo se veía en una esquina del jardín, sino por los brazos amables de don Alejandro, que nos dio la bienvenida muy calurosamente agradeciéndonos la visita cuando sabía que nos ocupaba la redacción del último artículo del especial y el tiempo ya apremiaba, a lo que respondimos que nada imaginábamos más provechoso para nuestras crónicas que contrastar algunas opiniones con su sapiencia y que quedábamos muy obligados a él por la gracia que nos hacía de convidarnos a su salón. Pasadas estas formalidades, tuvo a bien presentarnos a un tercer invitado que se había permitido hacer coincidir con nosotros:

-Este -nos dijo, señalando a un individuo que aparecía entonces en el porche- es don Artemio Gonçalves, al que creo que conocéis ya de nombre y que, tras el éxito de la temporada pasada, ha venido a grabarnos viendo y comentando esta última etapa para su documental.

No presté mucha atención sus palabras porque estaba atónito y suspenso de reconocer en la figura de don Artemio al aficionado fatigoso que me había abordado en el aeropuerto de Barajas, pero no me dio tiempo siquiera de improvisar una reacción cuando él, quitándose el sombrero y haciendo una leve reverencia dijo con voz ecuatorial:

-Mucho les agradezco que vengan después de tantas y tan ilustres vueltas por Europa, que han de ser como la sal y la pimienta con que aliñar en mi modesta película las desventuras de este equipo nuestro del Movistar.

Y al preguntarle Julio a qué se refería, nos explicó con solícita prontitud que, ante la inoperancia extrema de los protagonistas con los que él tenía que montar su película, había decidido introducir nuestras investigaciones y encuentros como subtrama con que distraer la impaciencia de los espectadores, y que si habíamos visitado el Rastro, Londres, Roubaix y Alcantarilla en busca de documentos sobre las andanzas ciclistas de Ramón y Cajal se debía a su pericia narrativa y a la atención que, como era sabido, concedía siempre a la estructura interna de sus relatos. No salía yo de mi asombro y le pregunté si acaso esto quería decir que Julio y yo éramos personajes de ficción, a lo que respondió con educada indolencia que naturalmente sí. Con esto enfureció Julio y casi agarrándole de las solapas y tachándole de impertinente, arribista y mequetrefe le dijo:

-Eso sí que no, amigo Artemio, que bien sabes que eres tú invención de mi caletre, que yo soy el ideólogo y concebidor de estas crónicas de El Tour como ficción y que el único personaje inventado de esta reunión eres tú, a quien puedo hacer desaparecer con un solo tachón.

-Eso es imposible, si usted se da cuenta, don Salvador -repuso tranquilamente Artemio-, que no puede ser coincidir como si nada una persona real como don Alejandro y un fantasma de la imaginación como usted pretende que yo lo sea, lo que demuestra bien a las claras mi existencia facticia.

-Ficticia querrás decir -replicó Julio-, que muy pobre argumento me parece para el mundo del ciclismo, donde como se sabe es cosa muy usada que convivan y compitan personas de carne y hueso como este don Alejandro de mis entretelas con seres ficticios de cabo a rabo como Chris Froome o Wout van Aert. Y no te me hagas el unamuniano, que es bien sabido que tu literatura se mueve más bien entre acantos, canéforas, cisnes, jazmines y no sé qué otra bisutería modernista con la que entorpeces tus versos tan a destiempo que van haciendo ruido como de quincalla como si fueras buhonero y no poeta. Y si en algo precias, como sé que lo haces, tu amistad con Javier Marías, recuerda que a mi pluma la debes; conque cesa ya en tus impertinencias existencialistas o lo que sean y comienza si quieres la grabación, que no es de justicia que nos quedemos toda la tarde al sol como mojama, sino que pasemos ya dentro con el aire acondicionado.

-Entremos cuanto antes -dijo don Alejandro- al salón refrigerado, bienaventurado albergue a cualquier hora.

Con esto calló casi lívido don Artemio y pasamos a la casa, tomada en efecto por las cámaras, y yo imaginé que llevaba razón Julio y que podía confiar en mi existencia, aunque aún me queda alguna duda y estaré atento a las posibles señales de mi ficcionalidad para tomar las medidas literarias y legales que en ese caso fueran necesarias. Afortunadamente, don Alejandro, enterado de que me correspondía a mí la redacción del último artículo, me preguntó mientras nos sentábamos por fin a ver el paseo parisino de qué iba a tratar en él y si por ventura lo haría, como él pensaba, de los libros de magia y caballerías.

-No pensaba -le dije- ni se me había ocurrido, ni creo que entienda qué tiene eso que ver con el Tour de este año, que a mí me recuerda como el anterior a la épica griega.

-Enseguida me lo explicas, muchacho, pero no me digas que no te ha parecido cosa de brujería y encantamiento todo lo que ha ocurrido en los Pirineos. Debió ser, por ejemplo -continuó con gran seguridad filológica-, cosa de alguna poción maléfica que Soler se quedase cortado nada más empezar la primera etapa tras el día de descanso con cara de estar más muerto que vivo y sin poder seguir al pelotón en el repecho más modesto y efecto sin duda de algún encantamiento que Majka sufriese repentinamente una lesión muscular por una salida de cadena, con lo que creo yo que algún hechicero ha actuado contra el equipo de Pogacar privándole de sus más sólidos gregarios.

-En ese caso -intervino Julio-, otro debió de velar por ellos reviviendo a Bjerg y Mcnulty para suplir esas dos bajas tan inoportunas.

-Así debió ser -dijo don Alejandro-, que solo la magia puede explicar que el primero, después de cerrar el pelotón todo el Tour y de haberse quedado en el Aspin, sea capaz de reintegrarse al grupo, tomar la cabeza, acelerar el ritmo, y dejarlo reducido a no más de quince o veinte corredores, o que el segundo, anónimo toda la carrera, tome el relevo y vaya soltando favoritos hasta quedarse él solo en cabeza con los dos primeros de la clasificación general y aún sea capaz de tirar de ellos durante más de treinta kilómetros. Y ante esto solo puedo decir, como mi maestro Perico Delgado, que para correr la que será mi última Vuelta, querría desayunar lo mismo que este Bjerg.

-Ya que habla vuesa merced de don Pedro -terció y distrajo entonces Artemio, que quería arrimar el ascua a la sardina de su documental-, él debió de ser sin duda uno de sus referentes al comenzar a pedalear.

-Por descontado que lo fue, y grande, pero con eso no llegó a tanto como Ramón y Cajal, pionero del ciclismo español, espejo de héroes del pedal y admirable corredor al que desde siempre he querido emular, en especial en la carrera para mí más querida de la Lieja.

-Esto me interesa sobremanera -dijo Julio-, y creo que querré citar a vuesa merced como autoridad en mi tesis para este asunto de la mocedad deportiva de don Santiago. ¿Qué se sabe de ello y cómo llegó a su conocimiento?

-Sabe, amigo Julio -contestó don Alejandro-, que Cajal no fue solo introductor esencial del ciclismo en España por la práctica, sino también por la teoría, que dejó escritos no menos de dos cuadernos de apuntes diarísticos, consejos de mecánica y esbozos de crónicas de carreras que yo he podido consultar en el casino de Alcantarilla, del que como él soy socio, donde se guardan, y sobre los que tengo proyectados una edición crítica en la que se me ocurre que podrías colaborar con un estudio introductorio. Y sobre cómo llegué a tener conocimiento de los tales cuadernos, has de saber que es por mi curiosidad natural y mi sed de lectura, que me impulsaron a hacerme socio y patrocinador del casino de Alcantarilla, donde, como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio que encontré un día en el depósito de la biblioteca y vi que tenía la letra de don Santiago, por lo que inicié la lectura e investigación que te digo.

-No sabía -dije yo atónito- que fuera vuesa merced iniciado en las artes de la filología.

-Lo soy, en efecto, como otro día te explicaré -me respondió-. Pero no nos distraigamos por el momento, porque me parece que queda aún mucho por tratar en este asunto de las caballerías pirenaicas.

-Decía -dijo Julio, reponiéndose de la sorpresa y conteniendo la alegría que le daba no sé si la perspectiva de una colaboración con semejante faro del ciclismo y de la ecdótica o la promesa tangible de una publicación que añadir a su currículum investigador- que si dos brujos se disputaron el ayudar o perjudicar al Emirates de Pogacar, fue sin duda más poderoso el que les quería mal, como demuestra el que al día siguiente de volar por las montañas este intrigante Bjerg se quedase en el tramo llano antes de llegar siquiera a la primera subida o que Mcnulty se descolgase con las primeras aceleraciones en los puertos. Y en cambio, era cosa de ver con qué poder y tesón pedaleaban los Jumbo del Vinagres pese a haber perdido también a dos compañeros por caída o enfermedad, y en especial Van Aert, del que, si de pociones se trata, solo podemos decir que debió de caerse en la marmita de Panorámix y aun beberla toda, que es mil veces más fuerte que ese gordinflón de Obélix.

-Más fuerte por cómo sube los puertos -dijo don Alejandro-, pero no menos gordinflón, que pesa lo menos ochenta kilos y, en efecto, es cosa que admira verle pasear su osamenta de bisonte por los picos como si fuese un rebeco o cabra montesa.

-Por eso pensaba yo en Grecia -intervine-, que su versatilidad, aplomo, arrojo, constancia y poder me parece que igualan y superan con mucho los doce trabajos de Hércules, que los suyos han sido veintiuno, tantos como días hay en la carrera, y el que no ha esprintado ha atacado; el que no, ha ido en fuga; el que no, ha tirado del pelotón; y en alguno ha hecho incluso las tres cosas a la vez, como el jueves, cuando atacó para formar la escapada, tiró de ella sin descanso en todos los puertos, esprintó para coronar primero los pasos de montaña, atacó a los dos únicos compañeros que le quedaban en el último puerto, después de ser alcanzado por Pogacar y Vinagres se puso a tirar de ellos con tal fuerza que dejó descolgado al primero, lo que me parece mayor hazaña que sujetar el cielo como el gigante Atlas, y todavía consiguió terminar tercero en la etapa.

-Aún digo que es cosa de magia y caballerías -insistió don Alejandro-, porque me parece que este Van Aert es un gigante desaforado y descomunal, y que muy valeroso ha de ser el caballero que se enfrente a él.

-¿Y podría ser ese caballero nuestro gran Enriqueto? -dijo Artemio, preocupado porque no se hablaba del Movistar y provocando un doliente “¡ay!” de don Alejandro.

-No lo creo -dijo Julio ante su silencio-. Ya dije que se ha dado al quietismo como seminarista navarro. Sus tures futuros serán espirituales.

El comentario no agradó nada a Artemio, que se apresuró a cambiar de tema preguntándome qué veía yo de griego en este Tour de Francia. Empecé por recordar fuerza semidivina del aquileo Pogacar, el de los pedales ligeros, de la que habláramos el año pasado, pero don Alejandro, como leyéndome el pensamiento, se me adelantó:

-Y Pogacar ha sucumbido, como Aquiles, a la soberbia de creerse invencible e igual a los dioses, como le ocurrió en la etapa del Granon, cuando imaginó que él solo podría contener y superar a todo un equipo coordinado y salió a ocho o diez ataques del Primo y del Vinagres, atacó él mismo cuatro veces, marcó el ritmo sin necesidad en el Galibier y aun neutralizó en primera persona una aceleración del descentrado Bardet. Tal actividad guerrera, por admirable que sea, no puede sostenerla ningún corredor, salvo, como ya hemos dicho, Van Aert, y fue una muestra de hybris que…

-Don Alejandro -dijo Artemio-, habla vuesa merced con facundia y rigor filológico, que no parece sino que oyéramos a Menéndez Pidal por su boca. ¿No le importa explicar a la cámara para el documental qué es esto de hidra o cómo se llama?

Hybris, Artemio, que no hidra, que esa debe de ser una de las veintiséis etapas que podría haber ganado Van Aert en el Tour, es la desmesura que sorbe el seso y seca el ánima de muchos héroes al creerse superiores a las mortales e iguales casi a los dioses y les empuja a transgredir los límites que estos impusieron a aquellos, empeño loco del que no sacan sino desgracias, como muestran los ejemplos famosos del titán Prometeo, de Ícaro, que se desplomó tratando de alcanzar el sol como Nairo Quintana en pos de su sueño amarillo y como temo que le ocurra a su rival David Gaudu, de Aquiles o de nuestro Pogacar, que en esta etapa que te digo cayó fulminado como por un rayo de Júpiter Tonante, castigados todos ellos severamente por los dioses con pájaras catastróficas y otros peores tormentos de donde nace la poesía trágica, sobre la que no me extiendo porque va a ser ya el esprín de los Campos Elíseos y no quiero oscurecerlo con tan sombrías lecciones.

-Ya veo… ¿Y hemos de suponer que el divino Pogacar está ya condenado eternamente como Prometeo por su arrogancia o puede aún enmendarse y aprender, como dice vuesa merced, alguna lección?

-Muy cristianos me parecen tus conceptos para hablar de mitos griegos, pero pudiera ser, en efecto, que Pogacar, el de los cabellos rubios, templase su orgullo y añadiese a su furor guerrero algo de la prudencia y el cálculo del astuto Ulises que Julio le atribuyó el año pasado.

-Y a fe mía -dijo este-, que si bien tal atribución se ha demostrado prematura, tengo por seguro que al año próximo le veremos tan parecido a Ulises, rico en recursos, como a Aquiles, semejante a los dioses, y que así fijará, limpiará y dará esplendor a su palmarés. Y con esto quiero decirle antes del esprín, don Alejandro, cuánto nos complacería a Luis y a mí que se animase a compartir en estas páginas de El Tour como ficción su sabiduría e inventiva para entretener los ocios de su jubilación.

-No sé qué decirte, amigo autor. Veamos primero cómo acaba la etapa y cómo resulta el documental de don Artemio y tiempo habrá de hablar de escrituras, bromas y chanzas de esas que dan con los hombres en la hoguera.

Y yo a ti, amigo lector, no te digo más, sino que reflexiones y veas qué cambiante es el mundo y qué frágil la vida humana, que en una tarde quien se creyó invencible campeón ciclista fue sonoramente derrotado, quien se creyó escritor resultó ser personaje de ficción, quien se pensaba ciclista se descubrió filólogo y que tus seguros servidores, los cronistas de El Tour como ficción, se vieron sin comerlo ni beberlo de actores para una serie de televisión, en la que te animo a vernos y celebrarnos cuando la emitan, lo que ocurrirá, creo yo, el día menos pensado.

 

Anteriormente en Culturamas:

El Tour como ficción 2022 (Prólogo). Mil zarandajas impertinentes y necesarias a «El Tour como ficción» sobre cronistas y ciclistas.

El Tour como ficción 2022 (I). De Cajal a Pogačar: psicología del ciclista y el quijotismo

El Tour como ficción 2022 (II). De lo que pasó en la primera semana, con los denuestos de cronistas y ciclistas

El Tour como ficción 2022 (III). Los tónicos de la voluntad: el Vinagres frente al Rey Minero

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