“Canciones”, de Hadewijch
Por Ricardo Martínez.
El volumen Canciones (Siruela, Madrid, 2022) de Hadewijch son canciones de amor. Y el amor, además, tiene un destinatario mayestático desde un principio: es el propio Dios. Es, pues, un libro esencialmente religioso, más, ¿dónde ha de caber más oportunamente la palabra amor que no en los que atañen al vínculo espiritual, tal como la literatura ha venido mostrándonos a lo largo de la historia?
“Tratan (estas canciones) del amor –leemos en la introducción- y lo hacen de un modo nuevo, pues el amor de Hadewijch –mujer religiosa fuera de la orden monástica, culta y también visionaria, que vivió en el siglo XIII en Bravante- es al Creador, pero expresado según el estilo de los poetas del amor profano, trovadores y Minnesänger (derivado de la palabra Minne, amor)
Tal circunstancia añade uno nota más liberadora y poética, acaso, de lo que se podría esperar de un poema de contenido religioso al uso, tal como bellamente se recoge en una de las canciones: “¿Cuál es la carga ligera que impone amor,/ y el yugo suave y tan dulce?/ Es llevar noble e íntimamente/ el amor que acaricia a los amados/ y a él los une con una voluntad/ en un ser único, inmutable” (canción 11) El amor como vínculo y liberación del sentir, a un tiempo, el amor como asunción de un viaje feliz, de profunda y significativa intimidad. El amor que siempre contará con un oyente adicto, sea el lugar donde fuere.
Como lector, me resulta inevitable recordar aquí la figura de la monja, esta sí, vinculada a una regla religiosaHildegarda de Bingen, quien, en su Alemania natal y también en los períodos que en ocasiones tildamos de oscuros (siglo XII), a través de su inteligencia o sus ‘visiones’ o su ‘comunicación divina’ dio lugar a una de las obras –no solo literaria, sino también musical- más rica e interesantes de cuantas nos haya legado mujer alguna. De hecho su reputación hace alusión a su condición de mística, poeta, filósofa, naturalista y compositora a la vez
Hay un rasgo, sin embargo, distintivo en nuestra autora, de quien se ha de reseñar su condición de beguina, esto es, mujer virtuosa, libre de ataduras más o menos dogmáticas. “Y aún maestra de beguinas, según se desprende del tono didáctico de toda su producción, que busca sobre todo ofrecer una orientación espiritual”. Por mi parte señalaría esa libertad manifiesta en su poesía, que sin ser totalmente libre de ataduras espirituales, roza con delicadeza una expresión abierta, libre y valiente que le lleva a elaborar unos versos que lindan con un naturalismo de un encanto extraordinario:
“Ahí está amor,/ allá, no sé dónde,/ libre, sin miedo./Que yo no llegue a entrever a amor/ me desespera,/ y aún más a quienes llevan hierros/ de amor, que les abruman sobremanera./ Eso no duraría/ si amor, con honradez,/ les concediera su abrazo/ en amor”
Amor, siempre amor, delicioso yugo que ata y libera en la medida que exige y concede. Ay!, triste y sutil amor, engranaje vital para todo aquel de humana condición.