Borges, boxeo histórico y el coraje de vivir en «El combate interminable», novela de Juan José Flores
Por Horacio Otheguy Riveira
Jorge Luis Borges se convierte en un cálido personaje de ficción, protagonista en la sombra, invitado especial en un recorrido por el pasado de otros personajes ficticios y algunos con ficha en el histórico deportivo, como el polémico astro boxístico Josep Gironés, alrededor del cual gira la acción principal, aunque hay muchas vertientes en un caudaloso río novelístico que comienza en una peluquería de un amante del cine y de la buena conversación, donde recibe a un amigo que reside en París desde hace años. Un encuentro con recuerdos grises y luminosos en el que a poco de empezar la feliz conversación aparece Jorge Luis Borges en 1980.
Fatigado de un largo día, logra que su secretaria María Kodama —poco después se casarían— resuelva con habitual eficacia un encuentro con editores, para quedarse en el taxi conversando con el chófer, precisamente el amigo del peluquero que acaba de llegar de Francia por unos días. Todo ocurre en Barcelona. El autor de El Aleph, que pronto recibiría el Premio Cervantes (junto con el poeta Gerardo Diego), habla con su característica voz pausada, envolvente, como si recuperara el arte de las narraciones orales…
Un coche en la gran ciudad y dos hombres muy distintos, un conductor profesional exboxeador, y el pasajero ciego, considerado entonces uno de los más grandes escritores vivos en lengua castellana:
«[…] Germán recordaba aquellos primeros instantes a solas con Borges, cuando aquella mujer menuda y poco habladora acababa de descender resignada del coche, rumbo a aquella cita. Al escritor se le despertó de pronto una afabilidad inesperada, como un niño que hubiera escapado durante un rato de la escuela. “Le propongo que elija usted mismo el recorrido —dijo—. Si decide simplemente dar vueltas a la manzana, como un tiovivo de feria, yo no lo sabré, como puede suponer, o fingiré no saberlo. En cualquier caso, no me opondré ni se lo recriminaré después. Pero si decide recorrer una parte de la ciudad, le agradecería que me fuese describiendo a su manera lo que vea y considere de interés. Sea lazarillo y chófer a un tiempo. No descarto dormirme, como ya he dicho. Si es así no se preocupe, continúe y despiérteme cuando toque regresar para recoger a María. ¿Es usted buen conversador? ¿Siempre fue chófer?”[…]».
Y como Germán también fue boxeador, el duro deporte se introduce en la conversación con la elegancia de los grandes estilistas y la curiosidad siempre viva de quien ya había cumplido 80 años: «Pero, dígame, ¿cómo comenzó todo?, ¿cómo se hizo usted boxeador?».
A partir de este viaje, una novela que fusiona diversas historias para narrar lo que, por momentos, es una crónica deportiva de profundo enlace con acontecimientos sociales y políticos, guerra civil de por medio, a tal punto que entra en la Biblioteca Mundial de Obras del a menudo denostado deporte del boxeo.
Este Combate interminable pertenece ya al admirado anaquel donde se aglutinan obras como Rey del mundo, de David Remnick; El combate, Norman Mailer; Contra las cuerdas, Sergio Núñez Vadillo; Fat City, Leonard Gardner; Knock Out: tres historias de boxeo, de Jack London; Besos a la luz de la lona: Historias de boxeo, de Ignacio Aldecoa. En todas ellas (y hay muchas más) lo que fue bárbaro y cruelmente explotado “ejercicio de ataque y defensa con los puños”, encuentra su vertiente tan poética como vitalista. Como dejó constancia una gran escritora como Joyce Carol Oates en Del boxeo: «ocurre tanto, tan rápidamente y con tal sutileza de infarto que no puede absorberse sino para saber que algo profundo está aconteciendo».
Si el eje de la novela El combate interminable gira alrededor del Crack de Gràcia, Josep Gironés (1904-1982), y la participación activa de Borges como inesperado escucha, su mayor acierto reside en todo lo que desarrolla paralelamente con muy interesantes personajes y situaciones hacia un tramo final urbanita por excelencia, vibrante, amorosamente nostálgico para dejarnos con una enigmática sonrisa, dispuestos a completar nuestro propio e incesante combate.
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He aquí un apretado extracto, a partir del momento en que Borges se siente mal dentro del coche… Ocurre en las páginas 92-93 (de 198).
«— … maestro, no conviene caer a la lona antes de tiempo. A la lona no. Hágalo por mí. Ya sé que ahora le parece estar dentro de una pecera de agua turbia. Alguna vez he tenido yo que aguantar más de un asalto y de dos en semejante estado. Es una borrachera rara, lo sé. Venga, que le doy aire. —Le aflojó el nudo de la corbata, le desabotonó la camisa—. Basta con que mantenga la guardia en su sitio y recuerde la táctica de defensa como un bailarín recordaría los pasos de un tango. ¿Qué tal se le ha dado el baile en la vida, maestro? Vamos, yo le marco el ritmo: un, dos, tres…, un, dos, tres.
— El problema…, ya se imaginará, es que no consigo ver a mi rival. Sé que está ahí, pero no lo veo. ¿Cómo se defiende uno de alguien a quien no se ve?
—Le entiendo. Alguna vez, por culpa de las brechas en las cejas, de la hinchazón de los pómulos, he tenido que pelear muchos minutos prácticamente a ciegas. Pero para eso está aquí su segundo, maestro. Yo le guío, soy su lazarillo. Vamos a cubrirnos bien el flanco izquierdo, que le he visto descuidado y por ahí puede arremeter de nuevo el rival, y ya sabemos que es marrullero, tiene prisa por ganarnos. Pero no le vamos a dar ese gusto…
—Me parece intuirle… Creo que es un muchacho.
—Exacto, maestro. Casi siempre es así el boxeador que creemos que nos tumbará, que acabará con nuestra carrera. Un niñato que no sabe más que arremeter en tromba, que alardea de facultades cuando las nuestras empiezan a flojear. Pero usted protéjase y aguante hasta que el otro se canse. Respire lenta pero profundamente. (…) En cualquier caso, amigo, no dejaré que le hagan daño, de veras. No sería un buen segundo si lo permitiera. Si no puede seguir, dígamelo y tiraré la toalla. No pasa nada por eso. ¿De veras no quiere que llame ahora mismo a una ambulancia? Hay una cabina telefónica ahí mismo y…
—No, eso no. La toalla no se tira, che… Eso nunca… ¿Alguna vez la tiró ese Gironés, ese Crack de Gràcia?
—¡Jamás!
—¿Y usted?
—La duda ofende, maestro.
—Pues nosotros tampoco. La toalla no se tira».
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Dentro de pocos días me entregarán el premio Cervantes. Eso certifica que he sido leído en alguna medida, contra todo pronóstico, que perduraré en muchas memorias, aunque no sea más que por algunos años…
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Cuando duermo muchos sueños, salgo a la calle, con los ojos abiertos, todavía con el rastro y la seguridad de ellos. Y me pasmo de mi automatismo, con el que los demás me desconocen. Porque atravieso la vida cotidiana sin soltar la mano de la nodriza astral, y mis pasos por la calle van de acuerdo y consonantes con oscuros designios de la imaginación del sueño.
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego (Traducción de Ángel Crespo)
Esta cita encabeza la página web del autor Juan José Flores
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