El realismo le sienta muy bien a la locura
Los cómics de pijameo, esos que se consideran que no tienen gran profundidad y que habitualmente son producidos en los Estados Unidos de América, están cambiando. Algunos de los personajes de esta industria ha dejado de ser anodino o simplemente espectacular, para ser profundo y repleto de matices. Hace algún tiempo hablamos de como Ojo de Halcón y de su interesante cambio hacia un cómic realista y urbano. Esta misma idea ha sido el fundamento cinematográfico de las películas de DC, especialmente de Batman y Joker. Pues bien, este último personaje también ha visto transformado su habitual cariz en la obra Joker. Sonrisa asesina.
La obra firmada por Lemire, Sorretino y Bellaire está repleta de diversos aspectos que plantean dificultades interpretativas. Por ello esta no es una reseña habitual, sino más bien un análisis hermenéutico de la obra. En este sentido, el trabajo es profundamente psicológico. Tanto es así que la obra pivota sobre un proceso terapéutico. Este proceso puede tener cierto aspecto de psicodrama, aunque también puede interpretarse como una especie de ecopraxia. Es difícil determinar este aspecto, por lo que cabe la posibilidad de entender que todo esto no son más que artefactos narrativos sin más.
La historia presenta una profunda concomitancia con el trabajo de Sam Kieth. En este sentido, se plantea una historia con elementos ontológicos que trascienden a los propios personajes. Me explicaré. El personaje del Joker es mostrado como la personificación de una locura cuerda. Una fuente de generación de demencia. Una especie de ser infectivo. En este sentido, ya lo hemos mencionado en otras ocasiones, el Joker logra transforman la percepción de las personas que están a su alrededor. Este elemento ya fue utilizado también en el exitoso film, aunque, en esa obra, parecía que su influencia estaba relacionada con el poder y la subversión del mismo.
En la obra de Lemire Joker es más que un demente. Es un ser que logra alterar a su terapeuta. En este sentido, incluso Arkham es conformado como una puerta hacia un mundo especial. En este juego narrativo, Lemire se apoya en Sorrentino para, de un modo perverso, transmitir una transformación profunda en las personas. En este sentido, la contaminación se produce cuando los elementos internos de una persona se alteran. Me pregunto si la teoría de los humores subyace a toda esta construcción narrativa de la que estamos hablando.
Este proceso de alteración seguirá y terminará afectando a otros personajes de la obra. Personajes que materializan los elementos positivos de la sociedad actual. Ahora bien, es un proceso que puede interpretarse como generado por un personaje, pero que también podría haber sido autoinducido por otro. Al fin y al cabo, la obra pretende jugar constantemente con la percepción de la realidad. En este juego de interpretaciones y percepciones el lector tiene una importancia inusitada. No obstante, la obra no logra despegar y se termina quedando en un convencionalismo que desinfla todo el potencial creado.
Todo este juego es transmitido a la perfección por Sorrentino. Su trabajo nos confunde, nos aclara, nos muestra o nos oculta muchos elementos de la historia para que ella pueda fluir con esa ausencia de lógica necesaria. La conformación de la estructura de las páginas. El desarrollo de la narración visual entra, magistralmente, en este juego.
Ahora bien, esta convención social de la que hemos hablado también puede ser interpretada como una especie de rechazo y aislamiento ante la potencial perversión de uno mismo. Sea como sea, nada o todo está claro. Todo dependerá del prisma que utilicemos y de lo que queramos interpretar. Yo me quedo con la idea final de que la historia del médico, del Sr. Sonrisas y el Sr. Muecas es un cuento más. Una manera de contar la realidad social en la que nos encontramos. En ella, cada personaje hace su papel ya que sin él el cuento no podría continuar.
La cuestión estaría, entonces, en decidir qué lugar queremos tener cada uno de nosotros en esta historia.