El Tour como ficción 2022 (I). De Cajal a Pogačar: psicología del ciclista y el quijotismo
Wout Van Aert tiene un problema. O varios. Si se hace memoria, resulta difícil poder vislumbrar en el pasado una marca semejante a la de la multiherramienta belga: acabar en segunda posición en las tres etapas iniciales del Tour. El domingo, y no es para menos, comentaba que la situación ya no era graciosa. Cronistas mucho más serios y concienzudos le dedicaron un escrito al asunto, y, con cierta razón, señalaban el hecho de que los segundos puestos iban camino de erigirse en un fatum insalvable. El problema de Van Aert se acrecienta cuando, de corrillo y carretilla, quiere ganar al menos una etapa, el maillot verde de la regularidad, y ayudar al Primo y al Vinagres en su loca idea de destronar a Pogačar. «Quien mucho abarca, poco aprieta»: ya veremos si ante la firme resolución de sus líderes, a Van Aert se le anubla el cielo y se le caen las alas del corazón: la gloria no parece estar en los parciales, sino en la hazaña de destronar al ciclista con el mejor entendimiento de todos, flor del pelotón andante, que no es otro que Tadej Pogačar. Van Aert necesita unas clases aceleradas de quijotismo, visto lo visto.
Precisamente, en el prólogo de hace pocos días, te mencioné, querido lector, un ensayito de Cajal, Psicología de don Quijote y el quijotismo: en su interpretación sobre la obra cervantina, el médico aragonés intenta entregar un ejemplo a seguir a los científicos en general y a los españoles en particular. El fenómeno del quijotismo parece resumirse en una mezcolanza entre el sentido práctico de Sancho Panza y el idealismo de don Quijote. De esta guisa, este parece estar hecho, en su búsqueda del doblete Tour-Vuelta, para Odiseo Pogačar: además, para que la mezcla funcione, Cajal propugna la existencia de una serie de características que habitan en la psicología quijotesca: “la sed devoradora de gloria, el desprecio a la vida, y la sana ambición de poder y de mando”. El perfil psicológico de un ciclista como el doble ganador del Tour no solo posee tales propiedades, sino que rebosa a raudales de algo capital para don Santiago: la voluntad. De esto último también está muy sobrado su mayor contrincante, el gran Primoz Roglič: sus tres Vueltas a España, su medalla de oro olímpica y su Lieja-Bastoña-Lieja así lo atestiguan. Pero para triunfar en Francia, el bueno del Primo necesita el apoyo, no solo de Vingegaard, sino el de un escudero como Van Aert, que, sin embargo, habla de la etapa adoquinada como si él fuera por libre: ¿se acordará de sus líderes después de dar hasta tres veces al palo?
El quijotismo nos permite entender mejor la psicología del campeón: al igual que don Quijote, va en búsqueda del amor de Dulcinea; y, al igual que el Quijote cajaliano, anhela el bienestar de la patria, porque su patria y su amor es su deporte. El viaje emprendido no entiende de rechazos a lo extraño y sorprendente, y, como la literatura, se abre a la imaginación y a la realidad. Estas ideas eran las que rondaban por mi cabeza, cuando, tras empezar a escribir estas líneas, dedicado de lleno a mi obligación de carácter investigador, decidí revisar un legajo de documentos a los que en un principio no había dado mucha importancia. Hubo uno que, después de revisar una y otra vez, no supe si era fruto de los muchos disparates que habían acaecido o una señal elegante enviada desde ultratumba por don Santiago.
Era una factura a fecha de marzo de 1894 en la que constaba la adquisición, en Londres, de una “bicicleta moderna”, de lo que se ha denominado “bicicleta de seguridad” debido a la tracción a cadena y el cambio del centro de gravedad, este propiciado por la reestructuración de los elementos del biciclo: fundamentalmente, se igualó el tamaño de la rueda trasera y de la delantera y se centró el sillín para la conducción. La factura está hecha por la John Kemp Starley & Sutton Company, la primera casa de bicicletas que comercializó un modelo de este estilo, la Rover, hacia 1885, a la que desde 1888 añadieron los neumáticos hinchables de caucho desarrollados por Dunlop. Volví a fijar la mirada en la fecha: “marzo de 1884”. Esto me llamó poderosamente la atención, porque, aunque no figuraba el nombre del comprador, don Santiago, por esas fechas, había estado en Londres.
Tal y como narra en la segunda parte de su autobiografía, Historia de mi labor científica (1917), en febrero de ese año le llegó una notificación de la Royal Society de Londres, en la que se le invitaba a impartir uno de los discursos de mayor prestigio del mundo de las ciencias naturales, la Croonian Lecture, cuyos orígenes se remontaban a mediados del siglo XVIII. Esta invitación llevaba aparejada la obtención de un doctorado honoris causa. Cajal aceptó la invitación, impartió la conferencia y le rindieron homenajes en Cambridge. Según se desprende del texto, al menos desde el 5 de marzo, estuvo en Londres. La cuenta encontrada data del 8 de marzo, fecha de la lección pronunciada delante de sus colegas británicos.
Esta conexión entre la factura y la estancia de Cajal en Londres no suponía, por sí misma, una revelación importante, pero en uno de los paseos vespertinos que servían de pretexto para concretar nuestro plan de acción para El Tour como ficción, ya cansados y sombríos de tanto hablar para seguir sin cierto ni determinado camino, nos adentramos por el Rastro para descansar un poco. Nos hallamos en medio del más castizo, deleitoso y ameno mercadillo que pueda imaginar el género humano, y entre obras desconocidas de Lope de Vega, invenciones de Félix Muriel, papeles bíblicos y bolsas de la Operación Puerto, despabilamos los ojos y vimos que no dormidos, debíamos estar despiertos. Fue entonces cuando se nos ofreció a la vista un venerable anciano, vestido con un birrete y una beca de universitario de color amarillo que le ceñía los hombros. Contaba el señor con una barba valleinclanesca de cana pajiza, amén de una voz grave y de ancha presencia. Todo el conjunto nos maravilló y nos acercamos hasta él:
-Luengos tiempos ha, valerosísimos cronistas, don Luis Fernández y el otro, inseparables compañeros de fatigas ciclistas. Los que estamos en estas soledades tan concurridas del Rastro esperábamos veros para que deis noticia al Mundo de lo que está oculto y cubre la plaza por la que habéis entrado, la del Cascorro: esta hazaña solo estaba reservada para aquellos con estupendo corazón y ánimo invencible. Venid conmigo, ficcionalizadores, que os quiero mostrar este prodigio que perteneció a don Santiago que, vive Dios, os guiará para llevar a buen puerto vuestra empresa.
Y nos fue administrando toda una ristra de libros, que al parecer pertenecieron al sin igual premio nobel, hasta que llegó a uno, escrito por un tal Sebastián López Arrojo en 1897, de título muy singular: El orgulloso vago don Quijote de la Máquina. Aventuras de un ciclero:
-Sabed que tenéis aquí en vuestra presencia, aquel libro que don Santiago escribió a pachas después de visitar Lieja y Roubaix, sobre aquellos primeros tiempos de las ya olvidadas academias velocipédicas, las cuales, de nuevo y con mayores ventajas que en los siglos pasados han resucitado en los presentes merced a las aventuras del pelotón andante.
Y a pesar de que este último suceso no parece muy verosímil, como cuadra bien con las aventuras que se han narrado y que narraremos en este especial, dejamos a tu arbitrio, querido lector, que la consideres o no, pero el hecho fundamental, fue que en este ejemplar, anotado de puño y letra por don Santiago, apareció una hoja de papel doblada que no era sino la inscripción en una carrera organizada por la John Kemp Starley & Sutton Company y en la que aparecía una inscripción que decía lo siguiente: “Ensayo Lieja mayo. Sociedad de Velocipedistas de Madrid”. Luis me preguntó si la paternidad del conjunto de signos gráficos correspondía al Nobel y, tras fingir grande sapiencia, lo confirmé cual paleógrafo sobrevenido. La posible pasión ciclista de Cajal parecía confirmarse ante el genial hallazgo: la clave, una vez más, estaba en los libros. El médico aragonés narra en sus Recuerdos de mi vida la gran afición que tuvo al ejercicio físico en su juventud, en especial a los de fuerza, pues desarrolló hasta límites insospechados su figura de forzudo. Quizás, debido a los persistentes efectos del paludismo que sufrió como militar en Cuba, pudo pensar en el ciclismo como un nuevo desafío que le empujara a recuperar la estima por el deporte, por la “manía gimnástica” …
Cuando descubrí al poco, en una hemeroteca, el nombre de Cajal en una revista barcelonesa que cuidaba especialmente los contenidos cicleros, Los deportes, en torno a 1901, conminé a Luis a investigar sobre la compra en Londres de una bicicleta en 1894 y la supuesta inscripción de don Santiago en una carrera preparatoria para la Lieja de ese mismo año, pero mi acto fue inútil, porque en su afán periodístico, Luis ya se había adelantado. Los billetes de avión rumbo a Londres modificaron su itinerario vacacional: no podría seguir a la caravana ciclista durante su periplo danés, pero tenía la esperanza de, al menos, hacer de corresponsal pasados los caminos de pavés: una vez en Francia visitaría la sobreexpuesta Planche des Belles Filles y, como el pelotón, marcharía de los Vosgos a los Alpes para terminar en los Pirineos y gozar de una contrarreloj de kilometraje decente antes de llegar a París.
Y todo esto que te escribo, querido lector, lo hago en Murcia, porque decidí huir del búnker en el que se ha convertido Madrid durante la cumbre atlantista. Mis obligaciones me impiden que acompañe a Luis en sus pesquisas: tengo que continuar con mi escritura profesional y con la lúdica en un pueblecito rico en paparajotes y zarangollo. Tan solo me queda esperar las noticias que lleguen de Londres, mientras reflexiono sobre la psicología, tan menguante, de aquellos ciclistas anhelosos de victorias. ¡Qué terror pensar que Pogačar o Roglič se tengan que volver a casa por un inoportuno positivo!
Porque de la psicología de los demás ciclistas solo cabe esperar el credo conservador que, cual fantasma, campeó a sus anchas durante el pasado Giro de Italia. ¿Podemos esperar grandes gestas por parte de Enriqueto, después de sus declaraciones tras la contrarreloj del primer día? ¿Por parte del menguante imperio inglés comandado por Geraint Thomas, ese galés ganador de todo un Tour y aliñado, no sabemos si lo suficiente, por el flow de un personaje como el colombiano Daddy Martínez? Parece difícil, pero ojalá que se imponga el quijotismo y que la mentalidad marronácea desaparezca, aunque hay milagros que ni la ficcionalización consciente es capaz de obrar, que tan solo pueden materializarse gracias a la maleabilidad del cerebro, ansioso siempre de aprender y de dotar de nuevas herramientas al intelecto, que diría Cajal. Por el momento, consignar la alegría, contento y ufanidad de Lampaert, Jakobsen y Groenewegen, los tres triunfadores en las jornadas danesas, que poco más han propiciado, además del jolgorio y fiesta de los corredores locales. Ah, sí, las primeras diferencias de Pogačar: ocho y nueve segundos endilgados al Primo y al Vinagres. Unos pocos más a Thomas y a Martínez. Y cerca del minuto a escaladores como Enriqueto y el australiano O’Connor, cuarto el año pasado.
No leas más, ni yo te cuente más, querido lector. Solo decirte que este es el quinto año de El Tour como ficción, que nuestros artículos están cortados del mismo paño que los anteriores, y que en ellos te entregaremos un ciclismo con el que daremos noticia de algunos discretos quijotismos. Si esta vía de asueto y conocimiento no casa con tu temperamento, no temas: como siempre, por caridad, te recomendaremos otros medios merecedores de mayor respeto. No se me olvide decir que esperes las próximas crónicas, que, además, algo se ha de decir de don Alejandro.
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