Kavafis en Estambul
Por Antonio Costa Gómez.
En un viaje por tierra hasta el Cáucaso pasamos unos días en Estambul. Escuchamos a Leonard Cohen desde un café elevado donde veíamos por un lado Santa Sofía y por el otro el mar que conecta con Asia. Vimos a un monje giróvago conectar con el universo en su danza en espiral. Bajamos a la Cisterna Mística donde la Medusa boca abajo acercaba su boca al agua. Nos embarcamos hacia Asia donde olas remotas y cercanas besaban la torre de Leandro que alcanzó lord Byron nadando. Subimos en un tranvía mágico hacia Taksim y la parte moderna que olía a café.
Y entre el humo de una pipa de agua, mirando al mar entre continentes, me acordé de Kavafis. Todo el mundo lo relaciona con Alejandría, pero su familia procedía de Estambul. Y en esa ciudad pasó su juventud y tuvo sus primeros amantes. Cavafis es un hombre de Estambul, dice su traductor José María Álvarez. Estambul fue en otro tiempo una ciudad transitiva entre culturas y Kavafis era un poeta transitivo entre la sensualidad y la melancolía, entre el instante y el sueño.
Me acordé de su poema “El dios abandona a Antonio”, sobre el momento en que Marco Antonio derrotado contempla su Alejandría perdida con más intensidad que nunca: “Y sobre todo no te engañes, no digas que fue un sueño”. El poeta le dice: “Acércate a la ventana con firmeza./ goza por vez final los sones, /la música exquisita de esa tropa divina/ y despide, despide a Alejandría que así pierdes”.
Una versión anterior se titula “El fin de Antonio” y señala aún más la intensidad en el fin: “Y dijo: no te lamentes, no te humilles / y si ahora sucumbes no es indignamente”. Pero luego me estremecí, porque yo también soy Antonio, y no sé si podré decir esas cosas cuando llegue mi fin. Al menos diré que escribí con todo mi ser hasta el final.