El Tour como ficción 2022 (Prólogo). Mil zarandajas impertinentes y necesarias a “El Tour como ficción” sobre cronistas y ciclistas
Querido lector, me tomo estas confianzas contigo porque si estás acá en esta página de Culturamas, presto para saber qué te contarán estos dos paladines de la filología y el ciclismo, el muy adelantado Luis Fernández y este otro que tiene a bien saludaros, es porque has manoseado, leído, entendido y celebrado nuestras crónicas no muy serias pero llenas de feliz ficcionalidad sobre el Tour de Francia. Crónicas escritas en verano con las que no sólo has tenido conocimiento de las victorias protagonizadas por un galés que no es Anthony Hopkins, de un colombiano de fisonomía alejada de cánones boterescos y de un esloveno de pelo tintinesco y deseo de perduración. Como no somos historiadores, aunque supuestamente lo hayamos pretendido en túres anteriores, eso nos ha permitido escribir crónicas estivales bajo la influencia de Aquiles y de Ulises, y de muchos otros literatos y personajes. ¿Merecieron la pena? Eso lo habrás juzgado tú, querido lector, y si vuelves a dejarte arrastrar por esta historia que te proponemos es porque es del más gustoso pasatiempo y en ella no hallas palabra deshonesta ni pensamientos alejados de la ficción y del ciclismo.
Sin embargo, durante estos meses la posibilidad de no continuar con estos comentarios estuvo sobrevolando por nuestras mentes por culpa de diversos motivos. Nuestras obligaciones han requerido que pasemos mucho tiempo en silencio, dados a la lectura y a las correcciones, sirviendo como cautivos: el uno, a las nuevas generaciones de escolares; el otro, aparentemente a la investigación. Horas y minutos luchando por obtener la bendición de nuestros respectivos institutos, semejantes en el significante, pero no en el significado, para comenzar dificultosas empresas. La decisión de acabar con un “vale” clamoroso era firme, pero hubo un par de sucesos que corrigieron la intención inicial.
Un día, en una soleada mañana mientras engullía unas medialunas en el mismo café en el que se sentaban Borges, Bioy y Fangio, Luis, atónito, me golpeó el hombro y sin pudor alguno señaló a un hombre vestido con un maillot azul que gruñía, regañaba y maldecía, y tras dejar su bicicleta a uno de los camareros, se dirigió a dónde estábamos nosotros. Por un momento, pensamos que el patrón pamplonica, tras las glorias de Perico y Miguelón, y el chiringuito montado por Pereiro, se disponía a jugar con nosotros, anhelante de hacernos burla, y que había mandado a un gregario cualquiera deseoso de un contrato en el World Tour, pero pronto lo desechamos, pues tendrían que estar tan locos los burladores como los burlados y no parecía tener mucho gollete que una multinacional española pusiera tanto ahínco en embromar a dos escribidores. El ciclista insistía en comunicarse por el pinganillo, pero, por los aspavientos, no parecía que nadie le diera la contestación que él necesitaba. Cargado como venía con un montón de bidones, hizo un mohín cuando vio a un camarero acercarse con una ensaimada de Mallorca, y tras dar un gran suspiro -y cerrarse el maillot, del que brotaron unas letras escritas en un idioma parecido al kazajo- con voz cafetera y debilitada nos dijo:
–Cuando los ciclistas principales y los recatados gregarios dan licencia a la lengua para dar noticia en público de los secretos de un equipo, en estrecho concepto se quedan. Yo, amigos, soy uno de estos, apretado, vencido y apasionado, pero con todo esto, sufrido y honesto: tanto, que, por serlo tanto, reventó mi cuerpo por mi silencio y perdí el pódium. He estado tan juzgado de los que me han visto, que, si no fuera por vuestras historias, allá me hubiera quedado, en ese equipo que no me comprendía.
-Bien pudiera el destino -dijo Luis-, darnos buen pago, que cualquier filólogo lo agradecería. Pero dígame, ciclista, así el cielo le acomode en un nuevo equipo: ¿qué es lo que vio en ese otro que tantos disgustos le dio? ¿Qué hubo en ese infierno?
-La verdad que os diga -respondió el cafetero- yo no debí de correr del todo, pues lo del pódium fue en Galicia, y allí es donde se dice que no se sabe si uno viene o va. Cuando me bajé de la bicicleta, llegué a la puerta del hotel, adonde estaban celebrando el segundo puesto de Enriqueto, todos en calzas y sin maillot, que su moreno de albañil parecía hecho con ultravioletas. Lo que más me admiró fue que los mecánicos estaban examinando las bicicletas como jamás habían hecho conmigo. Al primer pinchazo no quedó rueda que aguantara ni el firme aderezado con el mejor alquitrán, como si las aventuras de un Colbrelli pinchado en Roubaix fuesen cosa de un mágico encantador. Tras las bicicletas, comenzaron a menudear los artículos, crónicas y críticas, todo muy de maravilla. Y hete aquí, que a uno de los médicos del equipo le dieron un golpe, y de sus tripas salieron hojas y más hojas. Dijo un ciclista a otro: “Mirad qué artículo es ese”. Y el diablo, porque diablo debía de ser, le respondió: “Esta es la crítica de la futura adaptación televisiva de El Tour como ficción, no compuesta por don Luis y el otro, sus primeros autores, sino por un poeta panameño metido a cineasta, que dice habérselo rodado a esa empresa que nos patrocina”. “Quitádmelo de ahí -dijo el médico del equipo- y metedle en los abismos de la AMA: no le vean mis ojos”. “¿Tan mala será?” respondió el otro. “Tan malo -replicó el primero- que, si de propósito yo mismo me pusiera a dar positivo por covid y por las infiltraciones de Nadal de las que tanto se queja Francia, no acertara”. Ellos prosiguieron con su infausta cháchara de café, desentrañando otros artículos, y yo, por haber oído nombrar El Tour como ficción, que tanto estimo y quiero, procuré que se me quedase en la imaginación este sueño para advertiros.
-Sueño tuvo que ser, sin duda -dijo Luis- porque no hay otra crónica así escrita en Culturamas, y ya esa historia anda por acá de gente en gente. Muchas veces les digo a los lectores, queridos míos, que no pongan en nosotros sus pensamientos. Pero creo yo, que esto que nos cuentas, ciclista desaforado, no son más que cuitas de risa: bien lo pueden ellos decir, pero hacer, créalo una extraña psicología.
Oyendo lo cual el ciclista cafetero, mostró enojo gigantesco y nos dijo:
-Bueno, yo me quedo por aquí. Fue un placer, señores.
Y se levantó y se subió a un coche que, quizás gracias al embrujo de un Frestón, pasaba por allí.
Si bien todo este suceso no lo quisimos considerar, un temor nos embargó cuando hará cerca de un mes me llegó la noticia de que Artemio Gonçalves, el poeta panameño y buen amigo de Javier Marías, había firmado un contrato para escribir un guion destinado a convertirse en una serie-documental de alcurnia, presta para ser emitida a través de modernas plataformas. Si Pérez-Reverte lo hizo hace dos décadas con el camino de Santiago, por qué no el guadianesco Artemio. Fue como cosa de dos semanas antes de ahora, en una arboleda de la capital del Reino, cuando en medio de la terrible ola de calor, nos socorrió una fuente ni muy clara ni muy limpia y dejamos sin correa al Rocinante particular de Luis, y escuchamos, sin quererlo, pero sin poder evitarlo, la conversación entre un quiosquero y un par de perroflas:
-Por tu vida, Manolo, que en tanto traen las botellas de agua y los porros, cuéntanos algo más de la quinta parte de El Tour como ficción.
-Para qué quieres eso, pues el que hubiera leído las partes anteriores no es posible que tenga anhelo de esta última.
-Con todo, recuerda que no hay texto tan malo que de él no se pueda aprovechar siquiera un fragmento. Lo que a mí me corroe es que este año se pintan a don Luis y al otro muy desenamorados de la literatura, y a don Alejandro, del ciclismo.
Oyendo lo cual, Luis Fernández, lleno de ira y de encono, alzó su voz:
-Quienquiera que mantenga que mi compañero y yo hemos olvidado ni podemos olvidar al ciclismo y a la literatura, le haremos entender con nuestro teclear que, muy a propósito, se aleja de la verdad. Porque estas dos ciencias no pueden ser olvidadas, ni en nosotros cabe olvido.
– ¿Quién es el que nos dirige toda esta verborrea?
– ¿Quién ha de ser sino el mismísimo Luis Fernández, comentador de Culturamas, que hará bueno cuanto ha declarado y lo que declare? Recuerden que al buen pagador no le duelen prendas -les contesté.
Nada más decirles esto, se nos acercaron dos cayetanos, que no ocultaban su condición, y uno de ellos abrazó a Luis con gran efusividad y le dijo:
-Presencia y nombre, nombre y presencia no se pueden separar, y no tengo duda de lo que dice el otro, que sois el verdadero Luis Fernández, sur y linterna de las crónicas periodísticas, a pesar del que ha querido usurpar vuestros nombres y aniquilar vuestra fantasía, autor de esas falsas crónicas y del futuro documental de toda esta ficción, cuyo enlace, si me dais el contacto, os mandaré sin demora por wasap el día menos pensado.
Y tras constatar la verdad de todo lo que nos dijo este buen cayetano, así como del ensueño del ciclista de psicología desaforada, fue así cómo decidimos madrugar, pese a nuestros planes estivales y a nuestras obligaciones, para demostrar que éramos los verdaderos artífices de El Tour como ficción, en definitiva, de la actual ola de ficcionalización ciclista, que comenzó en torno a 2018. Ahora bien, para tamaña empresa, en estos días que hemos estado preparando este nuevo especial, y durante las próximas semanas, nos hemos visto obligados a conjugar nuestros hallazgos y descansos profesionales con todo este afán informativo.
De ahí que, tras continuar con esta vocación en el tiempo de descuento, tuviéramos el problema de pensar qué podíamos contar este año, qué nos podía sugerir un Tour en el que Tadej Pogacar se asoma como favorito absoluto pese a los denodados esfuerzos del Primo y del Vinagres, enrolados en la escuadra holandesa del Jumbo-Visma, y de la constante presencia a lo largo de todo el curso ciclista de un ruso sin bandera. Porque, seguramente, querido lector, hubieras esperado encontrar en este especial vituperios del poeta panameño y de quien lo haya contratado. Y no será así, porque hemos querido dar excepción a esa regla no escrita de que los agravios encienden a los más humildes pechos. Santiago Ramón y Cajal, nuestro primer premio nobel de medicina, al que mucho tiempo, esfuerzo y, quien sabe si algún trabajo de valía, le he estado dedicando en estos últimos años, recomendaba esta misma norma, la de evitar cuitas y disgustos, y se la prescribía al joven investigador: aparece intocable en las diferentes ediciones que publicó de sus Reglas y consejos sobre investigación científica. Así que, como se puede observar, hemos preferido llenarnos de un sano espíritu, alejados de malas envidias, y profundizar en la psicología de nuestros héroes ciclistas a través de la literatura, porque, a nosotros si alguna envidia nos ha venido a visitar, es la que Cervantes denominaba como bienintencionada, noble y santa, una envidia que Cajal también tenía presente ya no solo en su labor científica, sino también en su obra literaria. Esta actitud vital expresada por el manco de Lepanto es asimilada por Cajal en un ensayito de título elocuente, Psicología de Don Quijote y el Quijotismo (1905), opúsculo que escribió para conmemorar el tercer centenario de la novela.
Y, como resulta imperativo parar en este punto, hemos resuelto copiar la estructura del Tour del 22, que por primera vez en la historia cuenta con un tercer día de descanso que delimita un prólogo de tres etapas. Obliga a ello la geografía, al comenzar en la tierra de las galletitas (danesas). Querido lector, le conmino a buscarnos el próximo lunes, para, dadas las circunstancias, comenzar el relato.