«Hogares impropios», de Jorge Pozo Soriano
Por Marina Casado.
La poesía y la trascendencia
Corren tiempos agitados, poco propicios a la reflexión, al detenimiento, a la lectura profunda. Nos hallamos en la época de lo efímero, de lo breve, de la permanencia en la superficie. Triunfan los “poetas de Instagram”, que se vuelven virales a golpe de click, porque resulta más sencillo compartir una publicación de Facebook de tres versos con un fondo de flores que leer un poemario completo de Luis Cernuda. En un contexto de estas características, el alumbramiento de un libro como el que nos ocupa es casi un acto de rebeldía. Hogares impropios (Valparaíso), la ópera prima poética de Jorge Pozo Soriano (Madrid, 1985), empieza declarando que, en el interior de un poema, ha de vivir la tradición, la herencia que debemos transmitir “sin miedo a sentirnos juzgados”.
Una herencia fundamental, en su caso, es la de quien él considera su “Mentor”: Manuel Francisco Reina, autor del prólogo de la obra. Sobre el estilo poético de Jorge afirma: “Es una manera de encarar el futuro, afianzándose en la tradición, en la pertenencia a una corriente más antigua que nosotros, más sólida, lejos de las frivolidades de los que se llaman poetas hoy desde la liquidez de las redes, desde la pose de lo literario, pero sin la profundidad que la palabra poética conlleva”. Se puede decir más alto, pero no más claro.
Y hay más voces que desfilan con elegancia por las páginas del libro, que se enredan entre los versos: Pessoa, Rilke, Gamoneda, Calvino, Szymborska, Irene Vallejo, Hannah Arendt… El autor posee un magnífico fondo de lecturas, porque antes que escritor, ha sido lector, y de ahí la madurez admirable de su primer poemario. Sorprende la elaboración que se trasluce entre versos aparentemente sencillos y directos. Porque Jorge es muy perfeccionista escribiendo, un obseso del ritmo, en el mejor posible de los sentidos. Comprende, acertadamente, que escribir en verso libre no implica abandonar la melodía, la música inherente al poema. Cada una de sus composiciones es formalmente impecable, con un final redondo que incrementa el valor del conjunto de versos.
Este perfeccionismo se refleja también en la estructura del libro, en la que cada poema ocupa el lugar que le corresponde y ninguno sobra. Consta de tres secciones: “La voz poética”, “La palabra que se recuerda” y “Ciegos para siempre”. La primera constituye una reflexión metapoética en la que el autor expresa su perspectiva, según la cual la labor poética requiere una combinación entre lecturas previas, elaboración formal y emoción. Es fundamental esa emoción, ese temblor: “la piel se vuelve transparente / y la intimidad queda al descubierto”. Y “Dudar, siempre dudar”. Solo así será posible alcanzar la trascendencia. Lo opuesto es el “marketing”: “Escribir por vivirlo, / no por vivir de ello”.
La segunda sección es una crítica, precisamente, a los “poetas marketinianos”, al negocio que a menudo se aprovecha de la poesía. Con dureza, pero sin perder la elegancia, Jorge arremete contra las “Cualquiera con el peso suficiente, / con fama, con dinero, con personas / dispuestas a creerse lo que escribe”. Pero él no puede vender su voz ni sus principios a cambio de premios o de lugares privilegiados en los escaparates. “Falsa autoridad” o “Trascender desde la ignorancia” son poemas que, desde su título, gritan verdades que suelen mantenerse silenciadas para no traicionar lo “políticamente correcto”. Porque elevar al Olimpo de los poetas a aquellos que no lo merecen supone arrojar al olvido a los verdaderos, como Safo, la poeta clásica a quien va dedicado el magnífico “Muertos sin rostro”, una de las composiciones más sobresalientes del libro: “En ese mar han muerto más poetas. / Tampoco sus huesos importan / ni sus cuerpos podrán hallar quietud. / Son muertos, como tú, sin piel ni rostro. / Restos que no tendrán dónde pudrirse”. En esta sección, el autor incide, de nuevo, en sus principios poéticos: “Perdurará el verso escrito / que no es dirigido a nadie en concreto / y, sin embargo, / va dirigido a todo el mundo”, “Los poemas no mueren. / […] Habitan hogares impropios / igual que hacen los parásitos”.
Establecida su visión de la poesía y del quehacer poético, el autor despliega la tercera y última sección, en la que contempla el futuro desde una perspectiva emocionada y pesimista, confiando en la trascendencia del conocimiento y la cultura, pero siendo consciente de la creciente frialdad del mundo: “El futuro que asoma por los pliegues del tiempo / deja en mejor lugar a los parásitos / que se alimentan de cadáveres”. También de la soledad del ser humano: “Los creyentes sabrán que están solos / sin sus dioses, sin biblias, sin iglesias. / Los demás no tendremos mejor suerte. / Nunca tuvimos un dios / y todo cuanto somos es historia”. La última composición del libro es bella y desesperanzada. Dedicada a Mnemósine, la diosa griega que personifica la memoria, asume la ignorancia de la sociedad contemporánea, su afán inconsciente de involución. Los dos versos finales son estremecedores: “Sin tu imagen, la imagen del mundo es insoluble. / Sin memoria, los mares devorarán los cielos”.
Resulta paradójico que libros como el de Jorge nos ayuden a reconciliarnos con el idealismo, al constatar que la tradición permanece viva en su generación poética, que también es la mía y la de tantos otros; pero Jorge ha sabido gritarlo con palabras de agua, ha podido hablar en el lenguaje de la lírica y, algún día, él también formará parte de esa tradición.