El último barco de Domingo Villar: una narración muy serena para una trama muy perversa

Horacio Otheguy Riveira

Una trama narrada con la serenidad de un observador meticuloso, de un hombre reposado que ansía justicia pero en el camino sabe que habrá de tropezar con perturbadoras perversiones.

La hija de un altivo cirujano ha desaparecido. No responde su teléfono, y su pista se pierde en un laberinto de posibilidades que quita el sueño al equipo del Inspector Leo Caldas, un hombre tranquilo, de moderado beber, buen comer y excesivo apego al tabaco. Melancólico solitario, aunque feliz amante cuando se tercia, pone en juego su amplia experiencia, y sobre todo sus pálpitos que muchas veces le han dado excelentes resultados. Pero este es un caso muy complicado: la desaparecida Mónica Andrade es un personaje que se va tornando más interesante a medida que las 700 páginas se deslizan por nuestra propia inquietud. Nos atrae de diversas maneras, intentando comprenderla con los pocos elementos que se nos brindan, pero en todo momento estamos tan pendientes de su posible existencia como el policía a cargo de la investigación, y a su lado mal soportamos las presiones sociales de un periodista sin escrúpulos y del arrogante padre que utiliza su prestigio para alterar el curso de la investigación tratándolos a todos de incompetentes.

En este marco, personajes de primer plano conviven con secundarios de lujo como el bueno de Napoleón, un sin techo, vagabundo culto que consulta el inspector y del que aprende latín, a cambio  de dos monedas en el tarro por cada aprendizaje. Sutil humor, erotismo que flota en el ambiente pero en líneas muy pudorosas, creciente interés en la intriga al tiempo que se desarrolla con parsimonia, y feliz cadencia en el singular estilo del escritor, que falleció recientemente, dejando en marcha su cuarta novela (tras la edición de Algunos cuentos completos).

El último barco es una novela con muchas sorpresas, que se permite varios guiños a los lectores de novela negra con especial cita de una obra maestra del género negro Cualquier otro día, del bostoniano Dennis Lehane: un gesto afectuoso de Villar hacia el exterior de esta notable obra que se mueve entre tragedias que nunca llegan a empañar la voluntad de algunos hombres justos.

El último barco de Domingo Villar es un aliciente para quienes nunca lo han leído todavía, y sin duda la mejor de sus novelas, lo que presagiaba un futuro espléndido, prematuramente roto, con la aparición de un aciago destino enfundado en implacable enfermedad. Las aguas de la Ría de Vigo, sus playas, sus feroces tormentas, su lluvia pertinaz… cuentan con su compañía, su voz como comunicador deportivo y sobre todo su escritura, ya con un lugar de honor en la gran literatura gallega bien servida al mundo con numerosas traducciones y ediciones muy cuidadas en castellano.

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[…] «Le pregunté si se encontraba bien y me dijo que sí con la cabeza, sin mirarme, aunque se veía que no era cierto. Me pidió que la dejase sola pero, al cabo de un poco, entré otra vez por si necesitaba algo. Me volvió a decir que no y que me fuese. De todas formas no le hice caso. Me quedé haciendo tiempo hasta pasadas las nueve, que me asome para advertirle de que, si no se marchaba ya, iba a perder el barco. Me ofrecí a acompañarla hasta el puerto, pero insistió en que estaba bien y que me marchara.

—¿Y la dejaste sola?

—Mucho más no podía hacer.

Caldas recordó las palabras de la marinera del Pirada de Ons: Mónica Andrade no había vuelto a Moaña en el barco de las nueve y media, como solía, sino en el último, el de las diez y media. Había subido a bordo cuando estaban a punto de zarpar y se había sentado en uno de los bancos de la parte posterior de la cabina.

—Cuando dice que Mónica no estaba bien, ¿a qué se refería?

—Diría que estaba como aturdida.

El término sorprendió a Caldas.

—¿Aturdida?

—Tenía esa cara que se te queda cuando te dan una mala noticia. Le pregunté si le había sucedido algo a algún familiar o a un amigo, pero no me quiso contestar. Solo me dirigió un gesto con la mano para volver a pedirme que la dejara tranquila».

 

«Cuando el vapor dejó atrás las bateas y aumentó la velocidad, Caldas volvió a sentarse en el banco. Dos barcos mercantes se cruzaban cerca del muelle de carga y varios pesqueros regresaban a puerto escoltados desde el aire por bandadas de gaviotas».

 

En esta Escuela Municipal de Artes y Oficios del Concello de Vigo transcurre parte de la acción como si se tratara de un castillo medieval. Por sus hornos para cerámica, clases de dibujo y de luthiers circulan rumores, miedos, sospechas… en un entramado muy cercano al género gótico.

 

El fantástico paisaje de la Península del Morrazo —en barco, a unos 20 minutos de Vigo— guarda secretos inquietantes que se van desvelando con el placer de una escritura sosegada, rumbo a un desenlace que suma escalofríos.

 

Tres novelas independientes con el protagonismo de un inspector y su ayudante. Galicia, el mar, y sobre todo la gente singular que la habita: Ojos de agua, 2006. La playa de los ahogados, 2009. El último barco, 2019.

 

Domingo Villar fallece a causa de una hemorragia cerebral en 2022, con 51 años. Minucioso en sus tramas y en el rico lenguaje castellano con que edita sus novelas, además de hacerlo in lingua galega. Las palabras se entrecruzan en historias bucólicas de amor a su tierra y sus personajes pequeños, esa poca-mucha gente que da color a las pesquisas comandadas por un vigués como el inspector Leo Caldas, hijo dilecto del Inspector Maigret de Simenon, aunque nunca lo haya leído.

 

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Extracto de la entrevista de Antón Castro en Heraldo; foto: Elena Palacios (marzo 2019):

‘El último barco’ se ha dilatado en el tiempo. “Lo sé. Creo que en 2013 arrojé a la basura, literalmente, la novela. Tenía 400 páginas. Sufrí una doble crisis: por una parte, me parecía que le faltaba emoción, y no quería entregar algo que me conmoviese a mí en primer lugar, y se había muerto mi padre. Todo aquello me trastornó. Volví a empezar, me quedé con algunas páginas, apuntes y detalles, y creo que ahora he hecho el libro que quería”, explica el escritor gallego, que reside en Madrid.

 

 

Más que una novela policiaca o negra al uso, Domingo Villar dice que ha “escrito una novela costumbrista de personajes”. Añade: “Yo me reconozco en Manuel Vázquez Montalbán, que da una visión maravillosa de la Transición; en Andrea Camilleri, que cuenta la vida y los secretos de Sicilia. Creo que tengo un lugar ideal para situar mis ficciones: puerto de mar, que es el lugar por donde entran y salen tantas mercancías, un mar misterioso a veces, encrespado otros, playas multitudinarias y playas solitarias, casi secretas, pero también hay montañas, un paisaje de gran belleza. En ese sentido, me siento privilegiado”. Quizá en esta novela, además de Vázquez Montalbán y Camilleri, se perciben los métodos deductivos de Simenon.

 

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