‘La suerte suprema’, de Mariano Antolín Rato
CARLOS HUERGA.
Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943) es un escritor y traductor importante dentro del panorama literario español desde hace varias décadas. Como narrador, es considerado uno de los innovadores de la novela en los años 70, gracias a obras (influenciadas por el nouveau roman o la técnica del cut-up) como Cuando 900 Mil Mach Aprox o De Vulgari Zyklon B manifestante. Además, destaca por ser el primero en traducir en España a Jack Kerouac o William S. Burroughs y entre su nómina interminable de autores traducidos, se encuentran William Faulkner, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, Ezra Pound, Charles Baudelaire o Anne Waldman. Su reconocimiento institucional llegó en 2014 cuando se le concedió el Premio Nacional a la Obra de un Traductor.
Antolín Rato ha publicado recientemente la novela Silencio tras el telón del sueño en la editorial ovetense Pez de Plata (Premio de la Crítica de Asturias 2017), y en el presente 2022 La suerte suprema en la misma editorial. Lo primero que podemos decir de esta publicación es que entra por los ojos ya desde la portada, con unas imágenes en tonos rojos y amarillos sobre un fondo negro, donde se mezclan un incendio, un dron con una cámara, un ordenador portátil, la silueta de un hombre algo encorvado acompañado por un perro y un camino. No deja de ser una concentración de lo que nos vamos a encontrar en la novela.
La suerte suprema es una suerte de viaje iniciático subvertido de un casi octogenario, o lo que es lo mismo, una Vollendungsroman o “novela de terminación”, como dice el protagonista y narrador; es decir, una novela sobre la etapa final de vida del protagonista. Rafael Lobo (personaje de otras novelas suyas) es un escritor que sufre una crisis creativa y tras recibir un encargo literario, se ve inmerso en una atípica situación a partir de un gran apagón que lo obliga a vivir una experiencia singular.
Lobo está obsesionado con Helwna Troyano, una musa virtual que le hace evadirse de sus problemas, a la vez que supone un obstáculo para cumplir con su encargo literario. El apagón digital le obliga a salir de su retiro espiritual y emprende una peculiar odisea para recuperar a Helwna, pues busca desesperadamente una manera de conectar su ordenador portátil. ¿Es su interés por volver a ver a Helwna Troyano una excusa para procrastinar su encargo literario o simplemente se trata de un octogenario que chochea en el final de sus días?
El sesgo paródico y la intertextualidad son evidentes. Sobresale Helwna Troyano, un claro guiño a la Helena troyana de La Ilíada, siendo aquí un personaje virtual, motivo de las preocupaciones del protagonista, que en vez de un héroe homérico, es un anciano que experimenta su odisea la mayor parte del tiempo andando, en coche y hasta bicicleta, para encontrar a su adorada Helena, que ni siquiera es una mujer de carne y hueso. También destaca el nombre de la editorial que ampara al protagonista, Farrar & Faber, con reminiscencias claras a la editorial independiente Faber & Faber que fue vendida al grupo Farrar, Straus and Giroux, que a su vez forma parte de un conglomerado mayor.
Además, el protagonista ironiza no pocas veces sobre la propia novela y sobre el lenguaje, dando cabida a las glosas y los correlatos (como ya hiciera Antolín Rato en su primera novela Cuando 900 Mil Mach Aprox). Lobo narra en primera persona del presente, conformando un discurso espontáneo y cercano, propiciando una acción viva, pero se trata también de un juego metadiscursivo; de hecho, aparece repetidamente el mismo título que estamos leyendo, La suerte suprema.
La ironía es continua, se cuela casi en cada frase, y la autocomplacencia del narrador se quiebra con toques de atención: “¡Vamos a ver, Lobo! Ya resulta cargante tanta referencia ramplona. Aquí sobran las alusiones vulgarizadas y traídas por los pelos a visiones homéricas con exclusiva permanencia académica”. En otros momentos, el humor paródico nos deja párrafos divertidísimos, como en esta patética confesión en un momento de debilidad del protagonista: “Tendré que buscar una cuerda para imitar, siempre en plan pobretón, a Sergei Esenin o Foster Wallace. O una escopeta y terminar al modo de Kurt Cobain. O más fácil: tirarme desde un piso algo según se dice que hizo José Agustín Goytisolo. Porque ni tengo coche donde meterme e inhalar anhídrido carbónico como Anne Sexton, ni casa donde asfixiarme con el gas del horno copiando a Sylvia Plath”.
Las descripciones tampoco tienen desperdicio y abundan las frases para subrayar: “Su paso como hebras turbias y deshilachadas suscita -cosa nada rara en mí- imágenes pareidólicas que desplazan los presentimientos catastróficos de hace muy poco”.
También hay otros personajes con enjundia, como Tessa May y Carlos Alamar con sus maniobras subrepticias, además de otros secundarios que, si bien aparecen en escasas páginas, su presencia enriquece con matices una propuesta heterogénea que refleja una sociedad cada vez más caótica y deshumanizada, donde la gente aprovecha cualquier situación que se propicie para arrasar con supermercados o gasolineras, al estilo de The Walkind Dead y otras tantas series y videojuegos que evidencian el interés actual por las historias postapocalípticas.
El hombre es un lobo para el hombre. El caos se apodera de la ciudad y en las zonas rurales, espacio de donde parte Rafael en su periplo hacia Madrid, se desencadenan escenas absurdas y surrealistas que resultan más que jugosas (como la casa de la joven punki rodeada de bombas lapa, que recuerda a la saga de videojuegos Fallout, o la pareja de nudistas que parecen extraídas de una pieza teatral de Ionesco o Arrabal).
El cambio climático, la adicción al mundo cibernético o la explotación laboral son problemas derivados de la sociedad de control, y aquí surgen como temáticas secundarias que Antolín Rato logra fundir a la vez que le sirven para crear un mundo distópico. A lo largo de la trama, late una visión crítica sobre la sociedad de consumo y el mercantilismo de la literatura frente a la literatura como arte, más allá de verse y manejarse como un producto.
A todo esto, la novela tiene varios niveles de lectura, y tal vez el más relevante sea el metaliterario, junto al proceso creativo frente al “apagón”. Rafael está mayor y se siente desmotivado, pues reconoce la aceptación que siempre ha suscitado en los críticos, pero le duele el escaso interés por parte de los lectores y tiene miedo de caer en el olvido. Por ello, intenta demostrarse a sí mismo que puede ofrecer un último aporte, aprovechando esa inesperada oportunidad para esquivar lo que, inevitablemente, es la historia de un fracaso. La suerte suprema rezuma frescura, humor, y se encuentran abundantes ingredientes para paladear. ¡ZAS!
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