Sikelianos en Atenas
Por Antonio Costa Gómez.
Ángelos Sikelianos nació en Léucade, una isla en el mar Jónico. Después vivió en la isla de Salamina. Y ahora descansa en el Primer Cementerio de Atenas, a los pies de Anafiotika. El barrio de Anafiótika parece una isla que se posara en Atenas, con sus callejuelas escalonadas que suben como culebra. La construyeron obreros que provenían de las islas. Es un barrio encantado y no tiene nada de clásico, más bien de fantástico. Desde lo alto se ve a lo lejos el monte Likavitos y toda la llanura de Atenas.
Sikelianos se matriculó en Derecho en Atenas pero no estudió mucho, más bien en sus días de estudiante subiría a entusiasmarse y fantasear a la Anafiótika. Recuperó los festivales antiguos de Delfos, y llevó a personalidades del mundo entero, incluso invitó al apasionado Unamuno. Su concuñada Isadora Duncan se inspiró en él para recuperar las danzas clásicas.
En Delfos, donde una vez pasé una noche, se instalaron las musas misteriosas antes de que viniera Apolo a controlarlas. De vez en cuando me entusiasmo como Henry Miller leyendo los poemas de Sikelianos. En “Himno del Gran Retorno” imagina el retorno prodigioso de la creación griega: “noches sin luna, me habéis colmado de sangre ardiente, / mi espíritu fecundo, se conecta de modo mántico con la tierra”. En “Pan” el macho cabrío levanta su cabeza hacia los peñascos, escucha a los ruiseñores y saborea las uvas y el pan. En “John Keats”, el inglés enamorado de Grecia llega a una playa de Grecia con él, se les aparece Helena con su mítica belleza, y les ofrece los vasos de Micenas. En “Nunca escrito” Cristo encuentra un perro muerto a las afueras de Jerusalén pero en medio de la carroña universal refulge la esperanza. Consuelo y yo vagábamos por la Anafiótika, hablábamos con viejecitos que meditaban en medio de parras y nos entusiasmábamos como Sikelianos.