Fértil tierra de aforistas
Ricardo Álamo.- Sabido es que el poeta, narrador y también aforista Juan Ramón Jiménez no era muy dado a la chalanería ni a las alabanzas gratuitas a la hora de enjuiciar críticamente cualquier producción artística en cualquiera de sus formas. Sin embargo, esa independencia e integridad de juicio del poeta moguereño algunos enemigos suyos la quisieron hacer pasar por el perfecto camuflaje de su aspereza, cuando no de su malhumor. Y si bien es cierta esa volubilidad anímica del Nobel español, mucho más lo es que nunca se dejara sobornar por ninguna clase de sectarismo a la hora de juzgar, por ejemplo, las verdaderas razones que subyacen en la elaboración de una antología literaria y de por qué se incluye a unos escritores y se excluye a otros. Según él, el principal motivo que explicaría la confección de ese tipo de libros es que se suele tener en cuenta más el grado de amistad, de enemistad o de pura indiferencia existente entre quien elige a los antologados y éstos que la calidad o la importancia de los textos de los autores seleccionados.
Tierra de aforistas es una antología de aforismos preparada al efecto por José Luis Trullo, y si uno se atiene a ese criterio censurador de JRJ sobre las antologías, habría que preguntarse entonces si los veintiún escritores incluidos en ella son realmente los más valiosos de entre los innumerables aforistas andaluces que actualmente se dedican de lleno o en parte a este cada vez más fatigado género literario. La respuesta, obviamente, solo puede dárnosla una lectura minuciosa de los antologados, pero no únicamente de los aforismos contenidos en el libro, sino también de las obras que cada uno de ellos ha ido publicando hasta la fecha, así como de las de los autores no seleccionados.
Naturalmente, una tarea como esa constituiría en sí misma una quimera o una proeza, solo al alcance de un concienzudo y atento lector que estuviera completamente al día de todos los libros de aforismos que se publican en nuestra tierra. ¿Es Trullo ese panóptico y hercúleo lector? Teniendo en cuenta su ya extensa e intensa dedicación al género aforístico, tanto en su función de editor como en la de escritor y antologador, no me cabe ninguna duda de que así es y que, por consiguiente, la nómina de aforistas que participan en su antología es la más representativa de Andalucía, lo cual no quiere decir ni mucho menos que la valía de todos ellos se deba medir por igual, pues la facilidad y capacidad para pergeñar sentencias memorables no afecta de la misma manera a unos y a otros. A Trullo, por otra parte, le llama la atención que, a diferencia de otras regiones de España —a excepción, tal vez, del País Vasco, también pródiga tierra de aforistas, como bien saben los lectores que hayan tenido en sus manos Marcas en la piedra. Doce aforistas vascos (Renacimiento, 2019)—, Andalucía se destaque por mucho en el panorama nacional e internacional de la producción aforística, cosa singular. O no, si nos remitimos a la tradicional habilidad que los autores del sur han tenido para componer refranes, dichos y agudezas (y ahí están para demostrarlo los casos de Séneca, Antonio Machado, Carlos Edmundo de Ory o del propio Juan Ramón Jiménez, quien por cierto aseguraba que tenía escritos y guardados en un cajón más de cinco mil aforismos).
Llama asimismo la atención que un buen número de los participantes en Tierra de aforistas sean poetas o profesores, o poetas-profesores. Por poner solo algunos ejemplos: Emilio López Medina, Miguel Cobo Rosa, Javier Salvago, Álvaro Salvador, Enrique Baltanás, Carmen Canet, Florencio Luque, Enrique García-Máiquez, José Manuel Benítez Ariza, Jesús Cotta, Juan Varo Zafra o Erika Martínez. No sabemos muy bien la razón de esta querencia de los poetas y de los profesores por la brevedad, pero lo cierto es que abundan más que los novelistas y los ensayistas, y ello no se explica —o se explicaría mal— si se pensase que el grueso de los aforismos de estos autores bebe primordialmente de fuentes líricas o que el propósito de sus ideas persigue más que ninguna otra cosa lo edificante. Ni lo uno ni lo otro. Más bien la ironía, el humor inteligente no exento de mordacidad, la (auto)crítica irreverente, cierta causticidad, la necesaria hondura o un decir afín con lo políticamente incorrecto son las formas más expresivas de la mayoría de ellos. En este sentido, como muestra de un humor socarrón y vivaz destacan los apuntes cáusticos, aunque a veces parezcan ingenuos, de Enrique Baltanás, autor que hasta la fecha ha dado a luz un solo libro de aforismos, Minoría absoluta (2010), con mínimas máximas tan punzantes como estas: «Kant tenía una filosofía de solterón: para él, efectivamente, la cosa en sí era impenetrable», «Si las piedras hablaran… pronunciarían discursos muy duros», «Mirarse de reojo en el espejo, ¿no es espiarse a uno mismo?» o «El sol sale para todos, pero no todos se levantan a la misma hora». En esa misma línea de mordacidad y sensible inteligencia crítica se mueve Miguel Cobo Rosa, del que no me resista a ofrecer algunos ejemplos de su tendencia a la acrimonia: «Como humanos, tropezamos más de una vez con la misma piedra; pero siempre hay alguien cambiándola de sitio», «Oxímoron profiláctico.- Por higiene mental, hay que evitar el lavado de cerebro», «Cuando abrazamos una causa con demasiada fuerza, corremos el riesgo de asfixiarla», «Cuando me constituyo en mi abogado defensor, pierdo el juicio», «En todo viaje interior hay un extravío» o «El traje de la vida nunca se ajusta a nuestra medida». Por su parte, los aforismos de José Manuel Benítez Ariza rezuman hondura reflexiva, aunque también en ocasiones los hace volar con cierta gracia o ligereza: «Descartar como inútil todo entusiasmo público que en privado no te parezca más que un disfraz», «No es suciedad: es solo el pasado, que ha dejado su costra», «Atar muy en corto esa parte de nosotros mismos siempre dispuesta a desfilar» o «Una buena manta abriga siempre más que una bandera». El caso, en fin, de José Mateos es quizá el mejor exponente de un tipo de aforismo que, sin ser el que más abunda en esta antología, es de los más logrados en cuanto a elusión del ingenio y el juego verbal, aunque eso no quiera decir que el escritor jerezano no se deje ganar a veces por la perspicacia de la chispa: «Si ves en lo que se ve solo lo que se ve, qué poco ves», «Para creer en la realidad se necesita mucha imaginación», «La verdad es cárcel cuando es refugio», «El paraíso existe. Cada vez que nos alegramos entramos en él», «Leer bien consiste en no olvidar que debajo de cada frase, de cada palabra, hay una promesa»…
Podría seguir poniendo más ejemplos de las diferentes maneras en que muchos de los aforistas aquí reunidos dan muestras de su buen hacer en este difícil y esforzado género, pero mejor será que el lector amante de las breverías no se lo piense dos veces y vaya a explorar por sí mismo esta fértil tierra de aforistas.
Por último, y parafraseando a César González-Ruano, a quien le gustaba repetir que en España antes y después de la Guerra Civil se estaba viviendo, sin que nadie se diera cuenta de ello, la edad de oro del artículo periodístico, se podría decir casi sin miedo a equivocarnos que en la actualidad estamos viviendo la edad de oro del aforismo, aunque con la salvedad, esta vez sí, de que una gran parte de los lectores y una no menos considerable parte de los escritores sí se están dando cuenta de ello. Que tal cosa sea así es motivo de enhorabuena para la literatura, pero también un acicate para no rebajar la exigencia y seguir manteniendo rigurosos criterios de lo que pasa por ser o no ser propio de este lacónico género, evitando de esa manera convertir esta exuberante edad de oro en una espuria edad de oropel.
José Luis Trullo (ed.), Tierra de aforistas. Andalucía y el género más breve. Apeadero de Aforistas, Sevilla, 2021.