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‘Los subterráneos’ de Jack Kerouac y la memoria del olvido

ANDRÉS G.MUGLIA.

Cuando nos referimos a algo que no consideramos digno de mención: un libro, una película o un partido de fútbol, es bastante usual referirse a eso con la expresión “es una película para el olvido”, etc. Sin embargo, más allá de este cliché, me ocurrió hace poco, mientras revisaba la lista de libros leídos recientemente en busca de alguno para reseñar, encontrar un título del que no recordaba la menor cosa. No ya la historia, ni siquiera una escena o un personaje. Tal hecho me dejó perplejo.

Si bien no soy Funes el memorioso, a veces juego con la jactancia un poco atolondrada de recordar libros que he leído hace un buen cuarto de siglo, con detalles y hasta frases completas que llamaron mi atención. No es que lo haga a menudo ni en los almuerzos familiares para impresionar tías viejas, pero el lector a veces hace esos ejercicios con el solo objeto de encontrar que muchos personajes o situaciones de algunos libros, le recuerdan otros personajes o situaciones de otros libros, sospechosamente precedentes.

Nunca pude comprender qué era lo que hacía que mi memoria retuviera detalles de ciertos libros. Comenzar a reflexionar en el porqué de que no recordara nada de un libro que había leído hacía poco menos de un mes, echó un poco de una luz indirecta sobre los modos que la memoria (o mi memoria) retiene o deja ir ciertas obras de arte. El libro en cuestión era Los subterráneos de Jack Kerouac.

Descubrí a Kerouac en la adolescencia, cuando leí En el camino y recuerdo muy bien que ese libro fue como un fogonazo en medio de mi educación literaria. La trama, ese perpetuo ir de un lado al otro como en un road movie, el extraordinario Dean Moriarty que más tarde supe estaba inspirado en el más extraordinario Neal Cassady, personaje ubicuo que formó parte de la movida artística de la beat generation sin ser él mismo estrictamente un artista. En fin, Keoruac me gusta, su estilo, su libertad al escribir. No era entonces eso lo que motivaba mi olvido con respecto a Los subterráneos.

Tomé el libro (la tablet) dispuesto, si era necesario, a releerlo de cabo a rabo (tampoco es muy largo) hasta que pudiera recordar aquello que había olvidado. De a poco fue llegando el argumento, los personajes, el escenario, y entonces comprendí algo. Los libros no son solamente un ejercicio de escritura. Los libros tienen que contar algo. Tiene que ser estimulantes para el lector. Pero no solamente estimulantes por el estilo del autor, que puede ser deslumbrante, como en algunos pasajes de Los subterráneos. Tiene que haber algo más que una superficie brillante y pulida, existir algo debajo de eso. Comprendí que en el caso de Los subterráneos eso no estaba, al menos para mí. Todo el libro es un ejercicio de estilo. Es una demostración de lo mucho y bien que se puede escribir sin transmitir al lector otra cosa que algún asombro ocasional por tal o cual frase, un deslumbramiento pasajero por el modo de expresar alguna idea o impresión, pero sin calar hasta el fondo de la historia o de los personajes.

¿Hay una historia en Los subterráneos? Desde luego que la hay. Es una historia de amor entre Leo Precepied, un escritor que ha publicado una novela y que todavía vive con su madre, y Mardou Fox, una muchacha afroamericana a punto de naufragar entre la bohemia, las drogas y los tratamientos psiquiátricos. El San Francisco de los años ´50s con su agotadora vida nocturna en bares llenos de jazz y personajes viviendo al borde, es el escenario para esta historia de amor imposible. Imposible porque Precepied no se anima a llevarla hasta el fondo de sus consecuencias, imposible porque Mardou es negra y él es blanco, imposible porque nunca llega a quedar claro si en esta historia de amor que transcurre entre es Precepied machista que destrata todo el tiempo a su amante (si, como se supone, Kerouac es casi autobiográfico en esta novela la obra no lo deja muy bien parado) y esta muchacha que nunca llega a imponerse, es en realidad una historia de amor. ¿Precepied ama a Mardou? ¿Ella lo ama a él? Las amargas idas y vueltas entre los dos son una excusa para que Kerouac desgrane todo una batería de recursos que han llevado a que se lo comparase con Charlie Parker, en su manera de improvisar en torno a un tema y (yo no encuentro esta analogía, quizás se perciba en el idioma original) en su fraseo.

Empujando un poco más el carro de esa comparación, podría apuntar que Charlie Parker nunca fue de mis músicos de jazz favoritos, y quizás por esto mismo, si es que el estilo de ambos se emparenta, tampoco este sea de mis favoritos de Kerouac. Evidentemente la improvisación deslumbrante y las acrobacias de estilo no son mi taza de té, ni en la música ni en la literatura.

Conclusión, íntima pero que desarrollo aquí por si alguien algunas vez tuvo una experiencia similar, lo que se expresa brillantemente pero no tiene una historia, un mensaje, algo sólido y profundo que persista luego de que todo lo superficial de desvanezca, tiene destino de olvido. Eso aprendí con este libro de Kerouac que, paradójicamente, no me han enseñado otros libros más profundos ni más apreciados por mí. Y por lo que, ahora sí, quizás lo recuerde dentro de muchos, muchos años.

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