‘Los tipos duros no bailan’, de Norman Mailer
ANDRÉS G. MUGLIA.
Tim Madden, el protagonista de esta novela escrita en primera persona, se despierta una mañana en su casa de Provincetown, en Cape Cod, Nueva Inglaterra, con una resaca demoledora. Su esposa Patty lo ha dejado hace casi un mes y él se dedicó desde ese día a tomar whisky y fumar marihuana hasta reventar. No puede recordar nada de la última noche que pasó. Solo escenas inconexas que se mezclan con sueños. Siente una molestia en el brazo, al estudiar el motivo encuentra un tatuaje que el día anterior no estaba allí. Cuando decide salir de su casa ve que su automóvil, un Porsche que Patty le compró, tiene el asiento del acompañante cubierto de sangre.
Así comienza Los tipos… con un argumento que nos suena de muchas películas de Hollywood: alguien se despierta después de una noche de juerga y no puede recordar lo que ocurrió, tiene un nuevo tatuaje con un nombre desconocido y hay un tigre durmiendo en su bañera.
Lejos del bromista talante de esas películas, Madden se ve envuelto en una trama policíaca que lo tiene como eje, aunque él no sepa de qué manera pues no puede recordar nada. El desarrollo de la novela es básicamente su lucha por descubrir la verdad.
El escenario es Cape Cod, balneario situado al sur de Boston, muy popular en la época hippie por acoger a artistas, outsiders y miembros de la contracultura estadounidense; quienes estaban deseosos de vivir fuera del sistema (o un poquito al costado sin caerse del todo) experimentando con LSD y cannabis, practicando el sexo grupal, e inventándose un simulacro de existencia conectado con los elementos agrestes de este paisaje de dunas y cabañas de pescadores, bañado por las aguas del Atlántico Norte.
Por allí anduvo Mailer por esos años, lo mismo que Jackson Pollock y Edward Hopper, que se enamoró de sus costas repletas de faros y las inmortalizó en sus telas, cuyo recorrido es un buen modo de entender Cape Cod y su filosofía. No es menor el dato de que la trama transcurre en invierno, cuando la pequeña ciudad de Provincetown está vacía de turistas, y el paisaje triste de las dunas contribuye a dar un ambiente de ensoñación a la acción de la novela.
Los personajes que pululan en Los tipos… son una mezcla muy Mailer de vividores, borrachines, junkies, policías corruptos, ricachones viciosos y mujeres al borde de perder la cabeza. Entre este reparto Madden deberá evolucionar sin confiar en nadie, para poder develar el misterio que se cierra cada vez más para acorralarlo e inculparlo.
El relato podría rotularse como novela negra, pero algunas de sus facetas exceden al género. Por ejemplo, la presencia constante de lo sobrenatural: fantasmas que susurran al oído del protagonista, premoniciones, telequinesis y sesiones de espiritismo; que suman una buena dosis de clichés parapsicológicos propios del género de terror. En más de una escena la presencia demoníaca se anuncia con su olor nauseabundo. Mailer, es sabido, estaba fascinado por la figura del diablo, que aparece repetido en el imaginario de su obra, hasta convertirlo incluso en el narrador principal (no exactamente el diablo sino uno de sus esbirros) de su novela El castillo en el bosque, sobre la infancia y la adolescencia de Adolf Hitler.
A pesar de tener todo el universo aparentemente en contra, Madden contará con la ayuda invalorable de su padre; quizás el único tipo realmente duro de todo el relato, un gigantesco irlandés que durante años trabajó como dueño de un bar. Su lejana relación con este padre se estrechará para ayudarlo a tratar de salir de este laberinto donde el protagonista lucha contra el destino, los personajes que tratan de atraparlo, los espíritus malignos que conspiran en su contra, y su propia memoria que se niega a reconstruir una noche agitada repleta de hechos de sangre que lo involucran.
Los tipos… es un libro lleno de facetas que por momentos se tornan tan abundantes que pierden el hilo de la trama, sobre todo cuando sobre el final, como en todo texto con aspiraciones propias del género policial, el autor se pone a la tarea de dar una explicación a los crímenes que dan eje a la acción. En el caso de Los tipos… estos son de los pasajes más farragosos y menos logrados, tanto que cuesta entender quién y por qué hizo tal o cual cosa. Escritor al fin y no científico, Mailer parece ignorar esa premisa de toda teoría científica que apunta que, de toda explicación posible a un fenómeno, la más simple es siempre la mejor. Y esta máxima, que curiosamente el propio Mailer cita durante la novela, parece que no fue atendida a la hora de redactar el desenlace de Los tipos…
Una obra ciento por ciento Mailer; sórdida, inteligente, con pasajes brillantes y que por momentos se pierde en su propia exuberancia; lo cual, después de todo, también es muy Mailer.