«Con tres heridas, yo», de Juan Calderón Matador
Por Pedro García Cueto.
Juan Calderón Matador tiene una larga trayectoria de poeta desde 1977. Extremeño, de Alburquerque, Juan Calderón nos regala ahora un libro, Con tres heridas, yo (Libros del Libros del Mississippi) que es repaso a su vida, donde ha combinado la creación poética con la faceta teatral, televisiva, radiofónica, etc. Es, desde estos mimbres, donde el poeta crea un espacio de encuentro, una mirada al tiempo, desde el apartado primero “Preámbulo”, en el poema “Tristeza”, cuando dice: «Quizás sea el momento de asomarme / a los balcones del recuerdo, / tenderme en el diván / a desmigar palabras, / cauterizando / esas viejas heridas que supuran».
Es la vida entonces un espacio de reflexión, desde todo lo acumulado, el poeta evoca el pasado, hace cuentas con una vida que ha sido luz y sombra, fulgor y ceniza. Desde la madre que se separa cuando era niño al poema “Visita inoportuna”, los poemas sangran por la herida abierta de un pasado duro que ahora busca su remanso: «Hombre que buscas niños. / si no querías amarme, / por qué me trasmitiste aquel veneno, / aquella desazón / que empujara mi barca / por aguas tan bravías…».
El hombre que después rociara cicuta en sus labios. Poeta herido, que lame sus lamentos, en el libro nos cuenta su paso por el seminario, pero también su amoldarse a la vida, convirtiendo el acto de vivir en resistencia. Y hay un poema que te eriza la piel, que se convierte entonces en el trasunto del libro, que es la ausencia, de seres amados, de seres recordados, de personas que abrieron la senda de la ilusión en el que niño que Juan fue. En “Diecinueve de marzo” dice: «Fueron años sin rosas, / sin vientre que albergara vuestras vidas, / mientras que en mis agendas anotaba / la palabra vedada para mí, / la que no me diría ningún hijo: / padre, padre». La orfandad en el sombrío espacio del tiempo, el deseo de un padre que no estuvo, la vida que se abre como una granada para dejar en su semilla los rostros del dolor, espejos donde aún nada el niño que Juan fue.
Después de las tres heridas que vertebran el libro, la de la vida, la de la muerte y la del amor, evocando a nuestro gran Miguel Hernández, el poeta cierra con la conclusión un libro verdadero, hecho con hogazas de recuerdos, con mimbres tejidos de tristeza, con tapices hilados en la pena, pero que también tuvieron su luz. No hay pena eterna, nos dice Juan Calderón, porque siempre hay una puerta que se cierra, cuando ya hemos dejado la cancela abierta y la marea nos obliga a tapar las compuertas del pasado. Dice en “Sangre limpia”: «El pocillo ya mana sangre limpia. / En la herida, muy pronto, / no quedará ni rastro de su hondura».
La vida debe ser eso, pintar y borrar recuerdos, por ello, José María Herranz, dirá en el epílogo algo hermoso y que adjetiva el libro, que es atributo ya de un hombre sensible y verdadero: «Si Hernández fue el poeta por excelencia del pueblo, podemos decir que Juan Calderón es el poeta de la sencillez y la hondura. Por lo menos a mí así me lo parece».
Se cierra el velo del libro, como una tarde con mar o como un paisaje con luz cuando llega el ocaso. Ya Juan Calderón cumplió su rito de verdades y en sus versos vive su vida y palpita su emoción. Por todo ello, ya ha dejado su corazón por alimento, como diría el bueno de Miguel. Nos nutrimos de él en sus versos y nos emocionamos con sus verdades.
TÍTULO: CON TRES HERIDAS, YO
AUTOR: JUAN CALDERÓN MATADOR
EDITORIAL: LOS LIBROS DEL MISSISSIPPI
AÑO: 2022
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