‘La bestia’, de Carmen Mola
HÉCTOR PEÑA MANTEROLA.
Hoy me voy a tomar la libertad de empezar esta reseña de forma poco habitual. Creo que a un servidor y a la gran mayoría de los lectores constantes lo primero que les llamó la atención de la novela fue la aparente contradicción entre el título y la portada. ¿Una rosa con una serpiente? ¿De verdad?
De verdad, y de la buena.
Hay novelas que en cuanto las tomas entre tus manos, acaricias su áspero lomo y pasas una página detrás de otra, ya sabes de lo que va. Lees por inercia, por descubrir los pequeños misterios. Pero la tienes calada, y ya te crees en condiciones de realizar juicios de valor o de tomar parte en las tertulias. La Bestia no es una de esas obras.
La novela, narrada casi como un guion de cine, nos transporta al Madrid de la cólera. El siglo XIX será la ambientación de una novela oscura y trepidante donde los miserables cobran el protagonismo. La apertura nos retrata el paisaje urbano en toda su crudeza; un perro devorando a una niña muerta, ciudadanos de las clases bajas escandalizados, y la Bestia. ¡Ha sido la Bestia! O eso dicen…
Para algunos un monstruo, para otros un hombre, una vez superado el primer tercio de la obra el misterio parece resuelto y solucionado. Y es ahí cuando la novela de verdad empieza. Se escondía ante nuestros ojos, alimentándonos con la Bestia, dándonos lo que queríamos mientras tejía sus hilos de seda alrededor de nosotros, pobres lectores.
La Bestia es una novela donde los poderosos se enfrentan a los desamparados, donde la moral queda a un lado en pos de la supervivencia, donde los pequeños gestos (tal como dijo Tolkien) terminan marcando la diferencia. Porque alguien está secuestrando niñas en Madrid, jóvenes que, cuando aparecen de nuevo, lo hacen desgajadas como una naranja.
Y por eso la portada es perfecta. Carmen Mola, en opinión de este redactor, combina a la perfección el clásico infantil La Bella y la Bestia en un ambiente lóbrego e inhumano, lleno de intrigas, traiciones y asesinatos. Cada año, una marabunta de lectores y de escritores lanza piedras al tejado del Premio Planeta acusándolo de pactado y de premiar obras de baja calidad literaria. En esta ocasión, me parece merecido.
Los tres escritores unificados bajo el seudónimo de Carmen Mola han dado cima con «La Bestia» a una novela histórica altamente interesante. La obra principia con ritmo trepidante y, tras algún altibajo inevitable en una extensa narración de 541 páginas y 85 capítulos, nos trasmite conocimientos y disfrute durante las cuatro partes que la constituyen. La trama se contextúa en el trágico Madrid de 1834, con el trasfondo de la primera guerra carlista y de la epidemia del cólera. Si a ello le añadimos un asesino serial psicópata y despiadado (pues desde el temprano capítulo 13 se nos revelará que La Bestia en realidad es un hombre) están dados los ingredientes para capturar al lector. El ambiente opresivo que permea la ficción se inicia mediante una descripción tremenda. Estamos en el Cerrillo del Rastro «no lejos del matadero de Madrid». En ese barrio pobre, y bajo una lluvia pertinaz, los vecinos descubren el cadáver despedazado de una niña. Un perro escuálido y hambriento muerde con desesperada avidez su cabeza cercenada, y los niños del vecindario lo ahuyentan arrojándole piedras. Según se pretende, el culpable de ese asesinato y de otros similares es «La Bestia», un animal sanguinario y semi demoníaco, o al menos eso es lo que creen los habitantes. El hilo narrativo lo conduce un relator omnisciente, pero el peso argumental gravita sobre la adolescente Lucía, que debe cargar con Clara, su hermana menor y con Cándida, su moribunda madre enferma de cólera. El otro personaje clave es el joven periodista Diego Ruiz. Este último es un individuo que nos genera empatía. Es un idealista que no duda en fingir ser médico para ingresar en el lazareto donde se apiña a los pacientes terminales del cólera. Allí visitará al desfalleciente padre de la niña desmembrada, en busca de información con la cual redactar una nota impactante sobre «La Bestia». Los capítulos que componen la primera parte se alternan, con cadencia perfecta, entre las tribulaciones de Lucía en el sórdido mundo en que sobrevive, y las andanzas del reportero Diego. Conforme advertí, el entramado, aunque es cautivante y escrito con calidad, tiene sus claroscuros. Ocurre que la crónica se desvía en varios de sus cauces, menoscabando su fuerza y su fluidez. Por ejemplo, cuando se nos obliga a seguir a Diego en su relación amorosa y adúltera con la aristocrática esposa de un ministro de la reina regente. Varias escenas de ese jaez, que no aportan al nudo argumental, lastran la acción y disminuyen la tensión extraordinaria que los capítulos iniciales nos han producido. No obstante, en líneas generales, la historia es notable. Se palpa que los autores supieron documentarse a conciencia en el plano histórico, y que poseen talento.