Vida y opiniones del caballero Mikel Landa

Hablemos por fin de Mikel Landa, el único ciclista (de toda la historia, si no me engaño) que tiene su propio movimiento literario: el landismo. Es algo tan insólito que bien merece una pequeña reflexión literaria y deportiva que debería permitir, a su vez, deshacer un equívoco extendido entre la crítica especializada, que parece no haber entendido bien el significado esencial de esta vanguardia de nuestros días. Porque, en efecto, ¿qué es el landismo? No exactamente el quijotismo ciclista con el que a veces se confunde y que corresponde mucho más, en todo caso, al último Alberto Contador o al siempre enardecido y sufridor Nairo Quintana. Landa no es exactamente, como ellos, un ciclista dispuesto a todo por alcanzar la meta deseada, ni un hombre de acción en constante búsqueda de la aventura, sino un héroe -un antihéroe- infinitamente más doméstico.

¿Quién es, pues, Mikel Landa y en qué consiste el landismo? Tomemos la respuesta de una voz autorizada, la de Juan Gutiérrez, crítico de ciclismo de la prestigiosa revista literaria As, landista de la primera ola y autor de una definición tan contradictoria como intrigante: «El Landismo es ver a un Landa dominador, sobrado en cabeza, resolutivo ante las arrancadas de sus rivales, es ilusionarte con su ataque y que este no se produzca». Cómo es posible que un ciclista «dominador» nunca llegue a atacar es una contradicción, una paradoja retóricamente bellísima, sin duda, cuyo sentido último es quizás imposible de desentrañar y desde luego ajeno a nuestro propósito; pero en todo caso ilustra muy bien el aspecto definitorio del landismo que parece haber escapado a la comprensión del consenso crítico: el no tener lugar, el prometer cosas -ataques, victorias, arrancadas- que no llegan a ocurrir. Landa, más que a don Quijote, se parece a Tristana: es capaz de alumbrar grandes proyectos, pero carece por completo de la fuerza de voluntad, de la locura o del entusiasmo existencial necesarios para ponerlos en marcha. Aunque ni siquiera esto es preciso del todo, porque al contrario que Tristana u otros protagonistas galdosianos, Landa no es un personaje trágico, ni mucho menos derrotado, pesimista o melancólico, sino un optimista irredento y lleno de confianza en el futuro y, ante todo, como Estebanillo González, un hombre de buen humor: «En cuanto al buen humor, nada tengo de que quejarme o muy poco, sino todo lo contrario. Gracias a él me las he arreglado para seguir mi camino en la vida con sus cargas sobre mi espalda. Ante el peligro, ha animado mi horizonte dorándolo con la esperanza y cuando la misma MUERTE ha llamado a mi puerta, le ha dicho que volviera en otro momento, y lo ha hecho con un tono tan despreocupado, festivo e indiferente que ha llegado a hacerla dudar de la certeza de su cita».

Y es que si algo caracteriza al landismo es la dilación. Parece como si todo en Landa estuviera encaminado a retrasar lo más posible el final de su carrera como ciclista profesional y, más aún, parece haber encontrado -una idea realmente brillante- la única forma segura de conseguirlo: no empezarla. Sí, como Tristram Shandy, Mikel Landa lleva siete años anunciando el comienzo de la historia de su vida y al tiempo retrasándola con prólogos, digresiones, antecedentes y desviaciones de todo tipo que burlan al tiempo de forma incontestable. Examinémoslo con detalle.

El landismo nació, según los especialistas más prestigiosos, en mayo de 2015, concretamente en la tercera semana del Giro de Italia, en la que nuestro protagonista ganó dos etapas de montaña consecutivas en Madonna di Campiglio y en Aprica, tras el ascenso al Mortirolo. Más aún: en la penúltima etapa volvió a atacar y consiguió escaparse del grupo de favoritos y provocar una grave crisis del líder, Alberto Contador, que sufrió para conservar el liderato y, al decir de los landistas más exaltados, lo logró solo porque el equipo frenó a Landa para intentar ganar la carrera con Fabio Aru, su compañero y segundo de la general. De aquel Giro Landa salió con un tercer puesto, dos victorias de etapa y una sensación de superioridad en la montaña que, a sus veinticinco años, hacían presagiar grandes éxitos y, ante todo, victorias en grandes vueltas. Fue el primer anuncio del esplendor venidero que nunca llegó.

Desde entonces, Landa ha anunciado cada año su propósito de luchar por las más excelsas victorias, es decir, por las clasificaciones generales del Giro de Italia y del Tour de Francia, relegando incluso la casera y solariega Vuelta a España como un objetivo para él menor, que, de hecho, solo ha disputado dos veces desde entonces, con el botín de un vigésimo quinto puesto y una etapa en 2015 y un abandono en 2021. Su atención, evidentemente, se centraba en los grandes puertos de los Alpes, ya fuera en la Galia Transalpina o en la Cisalpina, y allí prometía toda clase de éxitos o, cuando menos, de intentos arrojados con los que construir la narración épica necesaria para cualquier ciclista que pretenda ser literariamente relevante. Los resultados, por así decir, no se compadecieron con las expectativas. En 2016, enrolado en el por aquel entonces todopoderoso Sky, por el que fichó precisamente para ganar grandes carreras, abandonó en el Giro en la décima etapa sin haber llegado aún a la montaña y tras no poder seguir al pelotón en una etapa llana: una muy inconveniente enfermedad sobrevenida en la siempre peligrosa jornada de descanso; dos meses después, terminó trigésimo quinto en el Tour.

El comienzo de su desarrollo como personaje protagonista se aplazaba, pues, al año siguiente, pero el infortunio se abalanzó sobre él. De vuelta en Italia, fue derribado por una motocicleta de la organización antes de afrontar la ascensión al Blockhaus y perdió toda opción en la clasificación general, aunque se resarció ganando la clasificación de la montaña y arañando, después de varios intentos fallidos, una etapa. Fue realmente el mejor escalador de la carrera, y lo mismo se puede decir de su desempeño en julio en Francia, cuando dio la impresión de tener a su alcance la victoria… pero no pudo luchar por ella por ser el líder su compañero de equipo el inefable Chris Froome, que tuvo incluso la precaución de neutralizar en persona al pobre Landa cuando se distanció mínimamente del grupo de favoritos en la última etapa de montaña. Al menos le quedaba la lucha por el podio, pero, pese a firmar una contrarreloj verdaderamente desdichada, el local Bardet pudo superarle por un segundo y desalojarlo de la codiciada foto de París. Un año frustrante, sin duda, pero ya hemos dicho que el landismo es una corriente ante todo optimista: su rendimiento, más que sus resultados efectivos (entonces, y ahora, solo dos clasificaciones generales: las de la Vuelta a Burgos y el Giro del Trentino) mostraba bien a las claras que, liberado de servidumbres, podía aspirar a lo más alto.

Así, acompañado del animado hashtag #FreeLanda, firmó por el Movistar y afrontó el Tour de Francia por primera vez como líder del equipo para acabar séptimo, resultado un tanto decepcionante que aplazaba de nuevo la explosión de su carrera deportiva. Quizás lo mejor fuera volver a los orígenes y centrarse en el Giro de Italia, como así hizo, con bastante buen desempeño, en 2019, aunque de nuevo sufriendo los embates siempre injustos de la mala suerte. Por segunda vez en su carrera se vio superado por un compañero que se situó líder y, lejos de intentar el asalto a su posición, hubo de trabajar para él con el gesto entre hosco y frustrado pero nunca resentido que parece desde entonces el más característico en él. Por segunda vez, más aún, perdió el podio en la última contrarreloj por el estrecho margen de ocho segundos. De nuevo colíder en el Tour, concluyó séptimo ese mismo año en la carrera francesa.

Decididamente, era hora de afirmarse como líder único e incontestable de su equipo y dejar atrás enojosos colideratos que pudiesen repetir aún otra vez la misma desagradable situación. Con ese propósito fichó por el recién fundado Bahréin, con el que pareció algo más cerca de su objetivo (cuarto de nuevo en el Tour) a la vez que ofreció un curioso condensado de su trayectoria como ciclista, ya narrado en su debido momento, al poner a su equipo a tirar del pelotón durante toda la etapa reina para en la última subida quedarse cortado sin llegar no ya a atacar sino a levantarse del sillín: ejemplo máximo de prometer algo emocionante o incluso grandioso para, finalmente, ni siquiera emprenderlo. Landa se mueve, como es obvio, en la ensoñación, y sabe bien que no es necesariamente buena idea enfrentar los sueños a la realidad si se quiere mantener el optimismo.

2021 volvió a ser un año desafortunado (abandono en el Giro y en la Vuelta), pero las circunstancias, en cambio, fueron especialmente favorables en este 2022. El Giro proponía una carrera con solo veintiséis kilómetros de contrarreloj y por tanto abierta a escaladores puros y no se inscribió ningún corredor del que se pudiera decir que era claramente superior a los otros. Siete años después del nacimiento del landismo, la gran novela de Landa podía, por fin, comenzar. Las primeras etapas transcurrieron, por una vez, sin sobresaltos y nuestro héroe bienhumorado llegó en plenitud de facultades y bien situado en la general a la primera etapa de montaña, con final en el Blockhaus. Allí controló la ascensión y dio sensación de gran suficiencia, pero volvió a aplazar las primeras aventuras: rehusó el ataque y esperó al esprín final, en el que fue superado por todos sus rivales. Quedaba, en todo caso, mucha carrera, aunque sufrió un cierto revés cuando perdió cerca de un minuto en una etapa de media montaña por los alrededores de Turín; pero había circunstancias atenuantes: la explosividad, el calor, la escasa distancia… todo eso no era para él, que retrasó un poco más su aparición en escena: “Mi Giro empieza el martes”. Pero el martes tampoco atacó, o mejor dicho, sí lo hizo: con una leve aceleración de quince o veinte metros que detuvo en seco cuando vio a dos rivales a su rueda, escena que se repitió el miércoles aunque con algo (algo) más de insistencia. Los magros resultados de esta táctica demostraron que sería necesario un ataque lejano apoyado en el equipo si se quería realmente ganar la carrera, y Landa alimentó esta idea antes de la antepenúltima etapa, en la que la subida más exigente se coronaba a más de cuarenta kilómetros de meta. La expectación era grande, pero no ocurrió, sin embargo, nada. Empezaba a extenderse el pesimismo, pero ya hemos dicho que este no tiene cabida en el ánimo de Landa, que seguía viendo el vaso medio lleno: “Estoy contento por llegar todos juntos. […] Mañana es una etapa dura después de veinte días de esfuerzo y soy todavía optimista”. Así que Landa se aprestó a asestar el golpe maestro y, como correspondía, no llegó a atacar antes de quedarse descolgado.

¿No se ve el procedimiento literario, el hallazgo vanguardista? Landa ha separado la palabra de las cosas y no vive en estas, sino en aquella. No se trata de protagonizar una historia, sino de narrarla, y eso es lo que lleva haciendo el landismo desde 2015 siguiendo el camino abierto por Shandy o por Sterne: pasar, no ha pasado propiamente nada, pero ¡hemos disfrutado tanto pensando en lo que podría ocurrir…! Así, en cierto sentido, hemos tenido dos vidas. Más aún: al ser la vida posible más detallada que la vida real, su narración ha sido más lenta que el transcurrir del tiempo externo (en términos narratológicos), de modo que hemos vivido más tiempo. ¿Por qué no? Landa acaba de nacer y marcha, sin embargo, “a mitad del cuarto volumen” de su Vida y opiniones. De hecho, habiendo transcurrido siete años desde que empezó a escribir, hay un desfase de unos dos mil quinientos cincuenta días en el relato. ¿No se entiende aún? ¡Landa le ha ganado dos mil quinientos cincuenta y cuatro días a la muerte!:

“Como a este tenor yo viviría 2554 veces más deprisa de lo que escribiera, se llega a la conclusión –con la venia de vuestras mercedes- de que cuanto más lean ustedes más se verán obligados a leer.

¿Les convendrá esto a los ojos de vuestras mercedes?

A los míos creo que sí. Y de no ser porque mis opiniones han de ser fatalmente la causa de mi muerte, presiento que no me daré mala vida a base de esta autobiografía mía. En otras palabras: que me daré un par de buenas vidas a la vez”.

Y ahí está, si en algún sitio, el quijotismo oculto en el landismo: no en buscar empresas imposibles destinadas al fracaso, sino en una emancipación decidida de la realidad que le salve de la vida misma, y por tanto de la muerte. ¡Sueña, pues, Mikel, y no vivas! Mientras anuncies la historia de tu vida sin llegar a comenzarla, estamos todos a salvo del tiempo. Que tu palabra salvífica nos proteja de él.

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