‘Humor’, de Terry Eagleton
RICARDO MARTÍNEZ.
¿Serían separables, para una mente especulativa e inteligente, humor y realidad? ¿O humor e historia? ¿ O, incluso, humor y verdad?
Hay un apartado dialéctico en el libro que conviene señalar: “Cualquier forma de humor –según Robert Frost, el relevante y humanísimo poeta- es una señal de miedo e inferioridad. La ironía no es más que una forma de cautela; en el fondo, el mundo no es una broma, solo hacemos bromas sobre él para evitar tener problemas con los demás (…) Al fin, el humor es la forma más encantadora de cobardía”
Ahora bien, consideremos la réplica por parte del autor: “podemos sentirnos engreídos al constatar la debilidad ajena y, al mismo tiempo, ser conscientes de que también nosotros la padecemos” Valga decir aquí que Eagleton, gracias a su argumentación seria y clara, se ha hecho acreedor de una fiabilidad muy didáctica en su condición de intelectual. “Incluso aunque todo humor implique calificar algo como inferior, no toda la inferioridad es humorística. No nos partimos de risa porque los bebés no puedan comprender los principios de la teoría de conjuntos ni porque a las serpientes les resulte difícil poner el lavavajillas” El matiz será, siempre, el equilibrio inteligente que ubique cada pieza en su lugar, evitando con ello que un patoso pretenda vender como un abstracto un simple desorden de las piezas.
Consideremos, en palabras del autor: “la palabra humor hacía referencia originalmente a alguien cuyo temperamento diverge. La gente puede reírse de las deformidades ajenas no solo, o en ningún caso, a causa de una sensación de superioridad, sino porque son incongruencias” Y concluye: “Sonreímos ante las personas excéntricas, los bichos raros, porque alteran nuestras estereotipadas expectativas”
Conocemos que Aristóteles, en su Retórica, dice que el humor surge de la ruptura de las expectativas verbales. “Por su parte, Cicerón, en su tratado de Oratoria, afirma que la clase de broma más común se produce cuando se espera una cosa y se dice otra”
Humor, así pues, como un discurso donde, por una u otra razón –siempre el lenguaje como vehículo intermediador; el rasgo de vitalidad- lo que deviene en humor es el resultado de la incongruencia. En tal sentido, los ejemplos que se nos ofrecen del humor de Woody Allen –un muy perspicaz divaqador- no tienen desmerecimiento: ‘No hay duda de que existe otro mundo desconocido y nuevo. Lo que nos falta por saber es si está lejos del centro y hasta qué hora abre’ o bien, ‘No solo no existe Dios; intenta encontrar un fontanero durante el fin de semana’
Humor como recurso, como signo de inteligencia; incluso como desafío de ésta para, al fin, continuar alentado en el viaje de la vida. “A mí me gustan las ostras porque saben a mar”. “Sí, son muy cariñosas”.