‘El instante’, de Amy Liptrot
El instante
Amy Liptrot
Traducción de María Fernández Ruiz
Volcano
Madrid, 2022
153 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Estamos convencidos de que la belleza pertenece al reino de Apolo y, sin embargo, nos la encontramos constantemente en el de Dionisos. Creemos que algo bello debe ser eterno y procurarnos un bienestar permanente, pero si algo caracteriza a la belleza, es la fugacidad. Y es ahí donde entra lo dionisíaco en juego, pues si tenemos una certeza acerca de una buena borrachera, de una borrachera divertida, es que esta se acaba y luego viene una nube para instalarse allí donde antes estuvieron las risas. La belleza no provoca carcajadas, al contrario que el vino, eso es cierto, pero que se trate de un suceso fugaz la aproxima a cualquier otro instante de euforia. Hemos dicho instante y esa palabra, tan clave, es la que elige Amy Liptrot (1986) para titular este libro, en el que la casi imposible aceptación de la fugacidad es el eje alrededor del que giran los textos.
Estamos leyendo un dietario de año y medio de vida, organizado por meses. Liptrot considera que esa medida, un mes, es la cantidad justa de tiempo que puede dejar pasar para acumular memoria y dar cuenta de ello. Ahora la memoria es bastante inmediata y da fe del mundo contemporáneo: si en su anterior obra, En islas extremas, nos contaba cómo la naturaleza dura ayuda a la reconciliación con un malestar interior capaz de llevarte al alcoholismo, en esta nos saca de lo que hay dentro de su piel para mostrarnos la forma que tenemos de relacionarnos con el mundo. Y el mundo al que va, en el que la ciudad de Berlín se muestra como paradigma de estilo, es un mundo inevitablemente entrelazado por internet.
Al principio creemos que intentará mostrar los escollos para compatibilizar la naturaleza con la tecnología o, para ser más precisos, con los programas de comunicación que nos llegan a través de la tecnología. Pero no es así. Liptrot sabe que no puede sino reconocerse en lo que sucede a través de internet y no lo descarta ni se enfada con ello. La vida, ahora mismo, no es algo que compartamos a través de la red: la vida es lo que sucede en la red. Ahí está Airbnb, MySpace, Google maps y las páginas de citas. Todo esto está condicionando nuestra percepción, y percibir es, en buena medida, ser, o la construcción del ser compete a la percepción, a nuestra forma de mirar, oír, oler, tocar. El punto de extrañeza que Liptrot muestra en este sentido, no parece molestar e indica que no deberíamos de molestarnos por él. Eso sí, sigue empeñada en algo que es, ha sido y será común a todos los mortales: el deseo de enamorarse.
Se abre camino en la ciudad de Berlín, donde encuentra inmigrantes y gente muy bohemia. Pero no cesa de tener citas a través de aplicaciones de móvil, porque no todo lo que somos puede rellenarse a través de la fugacidad de un encuentro, de la fugacidad de un entretenimiento, de las fugacidades de las millones de opciones que nos facilita internet. Estamos frente a alguien que quiere, por encima de todo, ser dueña de su destino. Y ya sabemos que sí, que es posible que la suerte nos la hagamos, pero que no, que el mundo decide mucho por nosotros.
El hecho es que al vivir tanto en las pantallas, se da cuenta de que está creando su vida, y al mismo tiempo está siendo espectador de ella. Esa dualidad se enreda en el mensaje, como la hiedra a un roble. Al igual que se enreda la necesidad del amor con la destrucción del amor. Como comentó Oscar Wilde, todo hombre mata aquello que ama. Ese riesgo acabará por llevarnos a la descripción de un duelo, que tal vez sea inevitable más por que está en nuestra naturaleza tener que superarlos, que por ser imposible evitar estos momentos, estos instantes. Tanta humanidad hace de este libro una obra maestra.