Conmovedor Juan Ceacero en El pato salvaje, tragedia de Henrik Ibsen, con gran elenco
Por Horacio Otheguy Riveira
El noruego Henrik Ibsen (1828-1906) asume el simbolismo con una serie de obras, la primera de las cuales es este hermoso pato que un hombre traicionado salva de la muerte provocada por el mismo cazador que a él le desgració, un socio que integra la pléyade de hombres poderosos frente a otros hombres arruinados por un sistema socioeconómico implacable del que resulta imposible levantar cabeza.
Los símbolos son, fundamentalmente, el animal indefenso y una probable ceguera hereditaria en tres personajes clave, pero más allá de esa articulación estético-poética los principales elementos en juego son muy caros al autor de Casa de muñecas (estrenada cinco años antes) donde una mujer se arma de valor y da un portazo a marido e hijas, al descubrir que es solo un objeto de deseo temporal frente al imperioso interés puesto en la apariencia y el dinero.
La tragedia de tener mucho dinero o no tener nada, extremos que sirven en bandeja un derrumbe doloroso sin el cual los hombres pierden todo control sobre su existencia, y las mujeres se adaptan con estoicismo o deciden huir hacia delante, en busca de otra vida, otros mundos.
En esta versión de El pato salvaje no se ha confiado por completo en la fuerza de la obra original y se han tomado libertades en texto y acciones que logran un objetivo singular. Por un lado creo que el texto en sí no necesita tantas apoyaturas (por ejemplo, aquí hay una narradora y personaje a la vez para ofrecer datos del autor, así como de la propia historia). Sin embargo, y contra todo pronóstico (me reconozco harto de la obsesión de muchos directores por demostrar que estamos en el teatro), todo funciona admirablemente.
Vi la última puesta en escena de esta obra, en 1982, dirigida por José Luis Alonso con José Bódalo, Manuel Galiana y Nuria Gallardo, entre otros. Según mis notas, la dominaba una plástica (con escenografía del pintor y escultor Gustavo Torner) muy fría, excesivamente fiel a la composición del dramaturgo. Tal vez por eso me resulte tan interesante esta otra en la que se hace hincapié en el duelo abierto de dos jóvenes atormentados por los sucesos ocurridos hace años con sus padres.
Padre rico, padre arruinado. Hombres que no dejan de ser hijos, con atribulados sentimientos adolescentes. La palabra ciénaga es otro símbolo que hace referencia al mundo de falsedades e inmoralidad en que se vive, pero lo cierto es que los antiguos amigos que no terminan de crecer para enfrentarse a sus demonios, están atrapados en un cenagal que escénicamente se plantea con un realismo sin sombras, dirigido con mano firme que, a su vez, se permite acompañamientos de música, comentarios al margen, e incluso salir en busca del público en un emotivo coro de Cumpleaños feliz. Elementos externos a la obra, que no solo no la dañan sino que la enriquecen.
Juan Ceacero asume un doloroso tránsito con un estado actoral muy intenso, físicamente agotador, ya que la ansiedad del personaje está presente desde la primera escena, y a partir de ahí no hace más que evolucionar en su búsqueda de un mundo más justo, para lo cual se abraza a su esposa y a su hija, y en su exhibición de emociones encontradas halla en Eva Rufo el partenaire perfecto que se aferra al proyecto de salvar su familia con una preciosa contención en una oposición a la desesperación de su marido. Personajes de gran riqueza, con una historia que se va desvelando en el caso de ella, y en el perfil masculino la vertiginosa caída cuando ya parecía no poder caer más bajo. Verdad o autoengaño y la muerte rondando con la literatura dramática de un creador excepcional.
Junto a ellos, todos los demás se implican de modo admirable, imprescindibles en esta danza macabra: Jesús Noguero en dos arquetipos muy trabajados por el autor: el poderoso empresario y el médico borracho que filosofa; Ricardo Joven es el anciano destruido, lírico y fatalista; de la hija se ocupa Nora Hernández con el extra de atractivas aptitudes musicales, y Javier Lara, es el otro hijo hundido en ciénaga diferente, más frío, alejado de los brotes ansiosos de su amigo, destructor de una paz familiar que Ceacero y Rufo desarrollan con un encantador manto erótico.
Dirección Carlos Aladro
Versión Pablo Rosal,
a partir de la traducción de Cristina Gómez-Baggethun
Juan Ceacero – Hjalmar
Pilar Gómez – Berta
Nora Hernández – Hedvig
Ricardo Joven – Capitán Ekdal
Javier Lara – Gregers
Jesús Noguero – Sr. Werle y Dr. Relling
Eva Rufo – Gina
Espacio escénico Eduardo Moreno
Vestuario Almudena Bautista
Iluminación Pau Fullana
Espacio sonoro Jumi
Imagen de cartel Miguel Vallinas (de la serie ‘Segundas pieles’)
Fotos de escena Luz Soria
Ayudante de dirección Paula Castellano
Una nueva creación de La Abadía