Polifonías híbridas

Ricardo Álamo.- Me pregunto qué sería de los géneros literarios menos populares o que habitan en los márgenes de los circuitos comerciales, casi sistemáticamente ninguneados por las grandes firmas editoriales, si no fuera por la valentía y el denuedo, amén del mimo y el cuidado, que pequeños sellos editoriales emplean en la ímproba tarea de poner en circulación libros de aforismos, de versos o de relatos para un público lector acostumbrado —o más bien dirigido— a creer que en el mundo de las letras todo empieza y todo termina donde empiezan y terminan las novelas, que como todo el mundo sabe es el género narrativo más demandado y consumido hoy en día, sobre todo por quienes solo tangencial u ocasionalmente reparan en las novedades literarias que sin solución de continuidad abarrotan las mesas y los estantes de grandes almacenes y librerías. Por suerte, y gracias al arrojo de editores como José Luis Trullo, que sacrifican el interés meramente crematístico por diligencias de calado más espiritual, el mercado literario no permanece huérfano de obras que al atento lector le pueden aprovechar tanto o más —yo diría que mucho más— que el mecánico consumo de tanta mala novela como se edita en la actualidad. Yendo contra esta tiranía novelera del mercado, y en una linea similar a la emprendida por pequeñas editoriales como Trea, Cuadernos del Vigía, Polibea o More, Trullo se ha embarcado en la difícil y a la vez estimulante aventura de publicar libros de aforismos, tanto de autores que empiezan como de aquellos que ya tienen una reconocida trayectoria en el género. Por eso no es de extrañar que Infancias sea algo así como un libro híbrido, en el que algunos de los nombres mayores de la aforística española aparecen junto a otros menos conocidos. Y es híbrido también porque, en un alarde de atrevimiento, no solo reúne una muestra variopinta de aforismos sobre la infancia, sino también un conjunto de textos de diversa índole que van del relato confesional a un considerable número de poemas que tratan el mismo tema. La razón de esta hibridez nos la da el propio José Luis Trullo en su prólogo, al entender que la falta de coherencia del conjunto no solo es buena, sino necesaria, ya que «como ocurre con tantas otras cosas (el amor, la amistad, la soledad… la muerte), de la infancia solo se puede hablar en primera persona, de modo que la heterogeneidad va de suyo». Y sí, la apuesta por esta polifonía de voces y de géneros es arriesgada, pero tal vez por eso mismo Infancias sea un libro original, esa clase de libros que ninguna gran editorial se atrevería a publicar y que quienes en literatura perseguimos algo distinto a lo ya consabido nunca dejamos de celebrar, sobre todo si, como ocurre en este caso, la mayoría de los textos no nos dejan indiferentes.

Florencio Luque, Julia Bellido, Jesús Cotta, Antonio Rivero Taravillo, Carmen Canet, Manuel Neila, Alonso Pinto Molina, Aitor Francos y Elias Moro son los nueve autores elegidos en esta antología para poemizar, relatar o reflexionar, en un «ejercicio de retrospección literaria y vital», sobre un mundo y un tiempo en los que las cosas que ocurren no tienen parangón posible, dada su naturaleza auroral y su carácter primigenio, y que por ello mismo suelen dejar en quien las padece una huella indeleble, tanto para bien (la infancia como paraíso) como para mal (los traumas de la infancia). De ahí que dos de las más poderosas sensaciones que acucian a los adultos, una vez ya superada esa mítica etapa existencial, sean por un lado la nostalgia por su pérdida y, por otro, la tristeza o el rencor por las malas experiencias vividas cuando niños. De uno y de otro caso da muestras, por ejemplo, Carmen Canet en algunos de sus aforismos: «Los que de pequeños veraneábamos en pueblos aún añoramos el olor a panadería, a hierba recién segada, a agua fresca de los cántaros, y ese aroma único de biblioteca» o «Es común que el recuerdo de la infancia y la adolescencia acabe siendo sombrío».

Cierto que el tono nostálgico abunda en la mayoría de los textos, como no podía ser de otra manera al tratarse de un tema que de suyo se presta a la épica evocadora. Quizá sea este el único punto crítico por el que se pueda tambalear el libro. Pero, pasando por alto este escollo, seríamos injustos si no reconociéramos que algunos de los autores, como por ejemplo Alonso Pinto Molina, indagan en aspectos más controvertidos y políticamente incorrectos en los que no se suele reparar y que dan pie a que reorientemos nuestra mirada sobre lo que significa ser niño en la actualidad. Como muestra de lo que digo, valgan estos tres extraordinarios aforismos: «En una época como la nuestra, obstinada en adelantar etapas y anticipar conocimientos en los niños, no hay precocidad más extraordinaria que la de conservar la inocencia», «Si el Estado moderno orienta a los niños contra la potestad de sus padres no es porque pretenda abolir la potestad, sino porque pretende usurparla» y «Adelantar libertades en el hombre tiene como objetivo tiranizarlo desde niño, pues una vez que obedezca ciegamente a sus pasiones, obedecerá ciegamente al Estado que se las facilite».

Que Infancias es un libro de viaje a la infancia es más que evidente, pero como podrá comprobar el lector que se adentre en sus páginas no todo el elenco de textos que las recorren ofrece una imagen arcádica. También lo espectral y fantasmagórico, como esboza Antonio Rivero Taravillo en uno de sus poemas, cabe en sus entretelas: En el tiovivo / o el carrusel, // muy agarrado al volante / con pequeñas manos de niebla, // quien va en el asiento vacío, / ese soy yo.

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