‘Junil en tierra de bárbaros’, de Joan-Lluís Lluís

Junil en tierra de bárbaros

Joan-Lluís Lluís

Traducción de Edgardo Dobry

Club editor

Barcelona, 2022

285 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

El ideal del esclavo, sobra decirlo, es ser libre. El del siervo, también. Y lo será de todo aquel que esté sometido a las formas modernas de disciplina. Al menos eso es lo que pueden pensar quienes hayan leído a Foucault. Sin embargo, admitimos esta disciplina como algo natural, como parte del orden que viene con las leyes del universo. Antes, en la época del imperio romano, se admitía con esa misma convicción y con idéntico espíritu de respetar lo orgánico, la esclavitud y la servidumbre. Han existido esclavos rebeldes, como el gladiador Espartaco, y siervos que se sentían libres en su jaula de oro, como el mayordomo que protagoniza ‘Los restos del día’. En esta novela se nos propone seguir a siervos y esclavos en un itinerario que supone tanto sufrimiento como libertad.

Junil es una joven que ha sido maltratada por su padre, un tipo que proyecta la angustia de la infelicidad en su hija, y no permite que viva a plena conciencia. Sin embargo, dado el oficio del padre, Junil descubre la literatura, los libros, y a su gran autor contemporáneo, Ovidio. Ovidio pasa a ser mucho más que un poeta favorito: será el faro, será la meta, será el guía, será el ideal, será la salvación. Gracias al descubrimiento de los versos, la joven Junil puede permitirse crecer. Su condición de mujer no ayuda en nada en los intentos de significarse y se ve atrapada en lo clandestino. Ante nuevas amenazas, decide huir, buscar a los alanos, pues, ha oído, en su territorio no hay esclavos.

Partirá acompañada de otros esclavos, formando un pequeño grupo que apenas está adaptado a una vida que no sea la de una ciudad de provincias. Carecen de brújula, de nada que les oriente, excepto lo que han escuchado. Pero como los protagonistas de los cuentos de hadas, en el camino irán topándose con gente de diversa ralea, de los que se seleccionarán los ayudantes. Y gracias a ellos, y a la sabiduría funcional que van acumulando, se adaptan a su condición de vagabundos, de sin tierra. Han abandonado los paradigmas de una civilización para encontrarse con algo más salvaje, y esto les llevará a cuestionarse si esos paradigmas no son artificiales, creaciones convencionales de un grupo, que se han implantado como verdades innatas. Frente a ello, están los ideales de belleza que se sostienen en la poesía, otra creación humana, pero esta atañe al alma, mientras que las leyes atañen a la convivencia y a los sistemas de distribución de poder.

La novela, que se lee con delicia, mantiene un tono narrativo constante, una especie de lirismo de inspiración antigua. Para ello debe valerse de la creación de una atmósfera gracias a un lenguaje que cree en el ánimo del lector un ambiente de época. Hemos leído alguna obra que también lo lograba, cuidando mucho las palabras y su cadencia, como ‘El largo aliento’, de Juan Luis Conde, ‘Tengo palabras de fuego’, de Adolfo Muñoz, o ‘Me manda Stradivarius’, de Rodrigo Brunori. Este ‘Junil en tierra de bárbaros’ se inscribe en ese género, que puede confundirse con el histórico, por llevarnos a otra época. En realidad, son obras de ambientación histórica, sí, pero no novelas históricas, en las que los episodios contemporáneos a los personajes se entreveren con la acción de lo que viven, condicionando los sucesos particulares y los que afectan a los movimientos de la historia. Como las obras antes señaladas, esta novela debería ser leída por muchos, por aquellos que quieran disfrutar de buena literatura.

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