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«El tiempo de un café»: original juego en torno al ser y no ser del teatro

Por Horacio Otheguy Riveira

Asistí a la representación especial celebrada el domingo 1 de mayo 2022 en la Sala Tribueñe de Madrid. Comienzo de una serie de funciones por diversas salas de la geografía española.

Ya sabía que iba a tratarse de una función única a sala llena, como primera exhibición en Madrid, ya presentada en otras latitudes con éxito de crítica, como sucedió en su estreno en París. Pero poco más. Me guiaba la garantía de la dirección de Castrillo-Ferrer, a quien sin embargo descubriré en una faceta muy distinta a la acostumbrada con textos muy conocidos (Cyrano de Bergerac, Si la cosa funciona, Ildebrando Biribó…).

No más llegar, una larga cola para entrar se ve atascada por un desajuste técnico. Un muchacho con barba que carga una pequeña mochila sube y baja casi pegado a los espectadores que intentamos entrar: Hay un problema, no se encuentra la llave, no ha venido el regidor. Castrillo se mueve detrás: A ver qué pasa.

La cola cimbrea, los espectadores sonríen o se inquietan, los hay de todas las edades. Luego veré que lo de sonreír e inquietarse será una constante en nuestros cuerpos tras el devenir de los actores.

Una vez encontrada la llave, empezamos a movernos, pero no entramos como de costumbre al patio de butacas, sino (¡Cuidado con el escalón!) al escenario donde nos esperan un montón de sillas rodeando en semicírculo lo que será el lugar indicado para los intérpretes. Allí está una joven solícita, nerviosa, encantadora, cual ama de casa que ha colocado sillas por todas partes como si fuera una invitación dominical… Y entonces empieza todo. ¿Empieza? Bueno, al principio y dada mi tendencia al entusiasmo por el teatro psicológico o social muy estructurado, creo descubrir que arrancarán con una de las piezas breves de Pirandello, tal vez La morsa, porque El gorro de cascabeles no cuadra, quizás El hombre de la flor en la boca, pero ahí no hay actriz… La duda me carcome.

Los que están en escena divagan, nos hablan o se refieren a nosotros como si no estuviéramos, hay una cafetera encendida, bien nutrida, me hace ilusión ya que no tuve tiempo de tomarlo al venir, pero no hay vasos de plástico para repartir, solo unas pocas tacitas, no me llegará el delicioso brebaje. Ya reconozco al actor que iba y venía a ras de la cola, Lucas Casanova, y ella es Claudia Taboada, ya están en marcha componiendo pequeños personajes, breves, un periodista miope con preguntas torpes y una reportera argentina con su brote de pedantería amigable, me pregunto si llegarán a un acuerdo y se ocuparán de una pieza breve de Tennessee Williams, pero no, vuelvo a suspirar por un Pirandello en cuanto aparece Angelo Crotti, magnífico, con su castellano chapurreado y larga parrafada en su nativo italiano que suena de maravilla, como también suena fascinante la actriz al soltarse su hermosa melena negra y aparentar un nuevo personaje…

En efecto, el café no es para mí, sino para una señora de la primera fila. Mientras ella da sorbitos, a mi izquierda Claudia da indicaciones a un espectador, un tal Alejandro, para que haga esto o esto otro… Y la tarde se despereza sin pieza corta, en una búsqueda un tanto pergeñada por Ionesco, aquel rupturista del teatro que recibía en una casa señorial, muy burgués, con traje y corbata, para hablar de lo humano y lo divino. Pero tampoco va por ahí, aquí suena un poco de Hamlet, de La vida es sueño, de todo un poco y nada, en un vacío cargado de atractiva perplejidad, en medio de un cálido desconcierto.

El tiempo de un café, avanza a trompicones con un público que es, a su vez, masa-voyeur de toda la vida, pero también personaje que, en conjunto, cambia de posición, hace suya la sala entera, y las cosas que se dicen y suceden entre los tres intérpretes siguen generando simpatía y asombro en torno a la vulnerabilidad del mundo de los actores y las actrices, así como del tan vulnerable espectador, siempre pagando para que le cuenten algo, para emocionarse o simplemente matar la tarde, con el ruido de los caramelitos, las toses que siempre empiezan a tronar en lo mejor de la función o los móviles que deslumbran o distraen con sus horrendas variaciones. Unos y otros formamos un equipo lanzados al vacío de ver y escuchar una historia que los cómicos buscan pero no encuentran y sin embargo, en su devaneo, su soledad, nos sentimos cómplices, amigables visitantes de una experiencia que, sin enfocar una historia propiamente dicha, se desliza y circula como si lo fuera, como si en el propio ambiente de la sala, al respirar las mutaciones de un teatro existente o apenas entrevisto, nos sintiéramos capaces de volar con alas propias de poetas que desdibujan su pintura, o pintores que borronean sus poemas…

 

Autores Ives Hustad y Eve Bonfanti (Du vent… des Fantômes)

Versión y dirección Alberto Castrillo-Ferrer

Intérpretes Lucas Casanova, Claudia Taboada, Angelo Crotti

Escenografía Manolo Pellicer

Iluminación Alejandro Gallo

Vestuario Arantxa Ezquerro

El Gato Negro y Producciones Mamua

 

2 thoughts on “«El tiempo de un café»: original juego en torno al ser y no ser del teatro

  • Me pareció una obra muy buena y entretenida , en lo que vi, ya que al no poder entrar , al llegar tarde, por la dificultad en aparcar y no haber nadie para abrir la puerta
    Pero la poco mas de la 1/2 hora que vi me gustó mucho
    Sobre todo la actuación de los 3 actores, muy buenos los 3 , aunque yo destacaría a la actriz, estupenda en su expresividad y gestualidad

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    • Muchas gracias por participar. Creo que habrá una actuación en otra sala en junio. En cuanto la sepa lo añado.

      Respuesta

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