Anne Carson en Santo Domingo de la Calzada
Por Antonio Costa Gómez.
Fue en Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja. En esa catedral extraordinaria (con genialidades holandesas, flamencas, valencianas), una gallina me dijo cuando entré: “Hombre, aquí llega un verdadero poeta (al menos a ratos)”. En la Edad Media en esa iglesia una gallina, ya cortada en el plato, testificó en favor de un ahorcado al que condenaron injustamente. Si los humanos escamotean todo (y más ahora con el digitalismo) tendrán que decir la verdad las gallinas. Desde entonces en esa iglesia tienen siempre dos gallinas vivas en una capilla flotante.
Le dije: “Gracias, pero habrán pasado otros verdaderos poetas”. La gallina repuso: “Sí, hace unos años pasó por aquí la canadiense Anne Carson. Hizo el Camino de Santiago y escribió sobre él un libro. Pasó por aquí con calma y acabó meditando en Finisterre. Fue antes de que le dieran el Premio Príncipe de Asturias”.
Entonces pensé en Anne Carson. Fue una poetisa densa y ceñida (me niego a decir una poeta, me parece un capricho tonto). Habló de su marido y habló de su madre. Habló del agua y se sintió borrasca como Emily Bronte. Habló de la soledad de los brezales. Y sobre todo, para mí, habló de un cuadro de Hopper. Es ese de una mujer con sombrero en un café, ella lo llama “El guante del tiempo”.
Dice: “Cierto, no soy más que una sombra de un pasajero en este planeta / pero a mi alma le gusta vestirse con elegancia”. La mujer es una pregunta y es un existir tan sutil: “No es un tiempo vacío, es el momento / en que las cortinas revolotean dentro del cuarto”. El vivir está a punto y se anuncia como en Hopper: “En algún lugar alguien viaja hacia ti. / Viaja día y noche. / Pasan abedules sin hojas”. La poesía de esta mujer es como el silencio del brezal o de Hopper. Y el cantar de la gallina se hace tan hondo.