‘Lluvia oblicua’, la anatomía de los sueños y la dignidad del fracaso
ANA ISABEL ALVEA SÁNCHEZ.
Parece que Manuel Moya estaba trabajando en la biografía de Fernando Pessoa cuando le irrumpió dentro (como le aparecían a Pessoa sus heterónimos) esta novela sobre los penúltimos días de este inmenso escritor y poeta.
Arranca el relato con su desmayo en el baño. El personaje prefiere este final, morir joven, antes que sufrir los estragos de la vejez, igual que optó por el paraíso artificial de la bebida para escapar de una realidad que siempre le ha disgustado y maltratado: “El alcohol se había convertido en una forma de aligerar el sufrimiento y la soledad”.
Un narrador omnisciente nos va detallando sus actos y pensamientos, ofreciéndonos un delicado y tierno retrato psicológico de Pessoa, quien llegará a convertirse casi en un miembro más de la familia del lector, con su leve tartamudeo. Nos revela una persona soñadora, frágil, quien lleva sus derrotas con dignidad, pero con el peso del fracaso sobre sus hombros; quien conoció desde muy temprano el dolor y la ausencia por la muerte de su padre, y después la de su hermano, y se las tiene que ver con la locura. Y nos habla de su esoterismo o de su patriotismo extremo, de sus relaciones con la dictadura o de su amor por Ofelia, entre otros temas.
La lluvia es un elemento recurrente en la narración, tal vez símbolo de su vida, en la que respira un aire de tristeza, al igual que en Verlaine. El título de la novela alude a un poema que escribió Pessoa -sobre la identidad, la memoria y sus recuerdos, aquella infancia en la que conoció la felicidad, cuando todavía vivía su padre-, publicado en el segundo número de la revista Orpheu. En estos versos no se sabe bien qué es real o sueño, o tal vez todo es un sueño, como dijo Calderón. Y este sentimiento íntimo de confusión se traslada a la novela: “A cada momento pareciera que estuviese a punto de entrar en la ilusión del despertar de un sueño no dormido…”. El autor sabe crear en la novela la atmósfera de los escritos de Pessoa, los cuales conoce en profundidad.
Mezcla de realidad -gracias a su trabajo de investigación- y ficción o imaginación, en su devenir se encuentra a sus heterónimos, a los que da vida ( Bernardo Soares, Caeiro, el ingeniero Álvaro Campos, Ricardo Reis…) o a Ofelia, a quien cita en un café para darle una explicación en la que será su última despedida. Llega incluso a escribir dos estupendos poemas inéditos de Álvaro de Campos y de Ricardo Reis, simulando el estilo de cada uno. Aparecen igualmente a su alrededor los vecinos, quienes lo acompañan y asisten con amabilidad y afecto, y en general gente sencilla con la que acostumbra a encontrarse, como su barbero, compañeros de la oficina o el camarero de las tabernas que frecuenta.
“Lluvia oblicua” es una emotiva novela, un hermoso homenaje en el que se detalla cómo podría ser el final de su vida, acosado por los síntomas de su enfermedad hepática, a la vez que nos encontramos con estampas de la ciudad de Lisboa, mágica y hermosa, y variadas reflexiones, al estilo de Javier Marías, como : “…el éxito y el fracaso no son más que dos equívocos, dos ficciones sin valor. Éxito y fracaso son la misma cosa: nada”; o bien: “ A una ficción le seguía otra ficción y así parecía funcionar la lógica oxidada y chirriante del mundo de los hombres”. Cavilaciones que suponen un análisis sobre la existencia y el ser humano , además de un ajuste de cuenta con su propia vida, mientras deambula por la ciudad camino de sus diferentes oficinas donde traducir las cartas comerciales , parándose en alguna taberna, o camino del cementerio para hablar con su madre, donde tendrá lugar un monólogo interior que resulta imprescindible.
Sus páginas se van alzando con un lenguaje lleno de lirismo: “Desde hacía meses esas punzadas eran como los pespuntes que se soltaban del tejido desgarrado de la vida”; “Sin sospecharlo, todas las ilusiones, una tras otra, habían ido quedando atrás, como cacharro inservible que ahora tintinea en el carro de un buhonero”.
A pesar de conocerse su final, al igual que “Crónica de una muerte anunciada”, despierta y crea interés su lectura.
Al terminar la novela he sentido el mismo pesar que tuve cuando de adolescente leí la muerte del Quijote, pero hoy me ha parecido ver a Pessoa fumando un cigarro en la esquina, acompañado del humo de todos sus sueños, resguardándose de la intensa lluvia que le acompañó en vida. Menos mal que nos queda su excelente escritura, publicada la mayor parte post mortem. Quienes se acerquen a esta novela lo sentirán más cerca, sin duda.