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‘La Frontera’, de Can Xue: Un mundo de sombras

MARTÍN SIBILA.

La escritora china Can Xue nos propone en ‘La Frontera’ el ingreso a un mundo fantasmal en el que personas, objetos y muertos tienen formas, pesos y aromas distintos a los habituales. No en vano dice la protagonista: “He llegado a la conclusión de que todos los pájaros y todas las flores de este lugar son falsos, una pura parafernalia, el decorado de una obra de teatro…”

La trama es simple: Liu Jin decide volver al pueblo del Guijarro, donde sus padres la criaron. Ubicado en la provincia de Xinjiang, el lugar representa lo que una frontera literaria debería ser: es el límite oeste del país, fue lugar para exiliados, la etnia predominante en china (la han) no es allí preponderante.

Y si fuera poco, el Guijarro al que llega Liu está cercado por la pobreza: “¿Por qué había regresado al pueblo fronterizo? ¿No tendría que haberse dirigido a una gran ciudad próspera para trabajar en lugar de un pueblo miserable?”

Esta frontera marca también una línea entre lo imaginario y lo real, entre la juventud y la vejez, y deja entrever algo parecido al no tiempo, a la trascendencia o la inmortalidad.

Los personajes de los ancianos y los jóvenes tienden puentes entre ellos para ayudarse a flotar en esa realidad que invita al naufragio. La relación entre Liu Jin, A Yi (joven mujer que se presenta con un delicado trazo erótico) y el viejo Shi, dejan la sensación de que las edades de la vida están en constante pugna, o en una solidaridad con la que a duras penas sobrevivimos.      

La novela tiene un recurso técnico que aporta más quebraderos, acentúa lo que podría describirse como una encrucijada espiritual: está narrada de forma no lineal y fragmentada. En la cabeza del lector, el tiempo transcurre como una máquina averiada.

Esta característica, sumada a la constante interacción entre jóvenes y viejos, hace del tiempo narrativo e histórico del relato algo gelatinoso, resbaladizo. 

Can Xue expone, más que una historia con una narrativa basada en el desarrollo de una historia, un estado de ánimo, una visión de la existencia. Es de esas novelas que transpiran poesía y dejan en el lector la sensación de haber transitado por un escenario en que el lenguaje, la psicología y la imaginación son el fundamento de las páginas escritas.    

Línea a línea, capítulo a capítulo, la propuesta estética y filosófica del texto queda expuesta en inquietantes pasajes. A continuación uno escogido casi al azar:

“Liu jin se puso a pensar en el vecindario y sus gentes. Cada uno de sus habitantes parecía salido del centro de la Tierra. Todos eran viejos, pensó, como si estuvieran hechos de piedra o roca de una edad que se remontaba al origen de los tiempos. Sólo había que ver sus cuerpos para llegar a esa conclusión”.

Y sigue: “¿Cómo iba ella a encontrar un amante en ese mundo salido de la Edad de piedra? ¿Cómo podría entender ese universo para el que no estaba preparada? Liu Jin parecía comprender mejor el reino vegetal y el animal, el mundo vivo, con el que creía comunicarse, que ese reino mineral opaco e impenetrable donde residía e intentaba sobrevivir día tras día”.

Los lectores hispanohablantes encontrarán en la novela de Can Xue similitudes con la obra del mexicano Juan Rulfo. Otros intuirán a Kafka. La autora, según las pistas que nos dan los pies de página propuestos por el traductor, Blas Piñero, busca a Dante. Sea como sea, es una novela de lectura imprescindible.   

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