Viajes y libros

‘Los alpinistas de Stalin’, de Cédric Gras

Los alpinistas de Stalin

Cédric Gras

Traducción de Palmira Freixas

Crítica

Barcelona,2022

238 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Es posible que fuera de las tragedias de Shakespeare todavía no se haya escrito el gran tratado sobre la estupidez humana. Uno puede llevarse las manos a la cabeza ante las tesituras por las que sobrevive el rey Lear y su bufón, mientras le parece que las puñaladas políticas y las tormentas económicas son una realidad demasiado seria, y que el rey de Shakespeare representa una consecuencia de la estupidez humana, incluida la estupidez de los malvados, mientras que lo que sucede en los periódicos es drama. Así, sin adjetivos: drama. Será, sin embargo, la actitud de jóvenes intrépidos que nos muestran que hay un camino más allá de la rutina del probo funcionario o del probo oficinista o del probo profesor, lo que nos sirva para soltar esa expresión, ese sustantivo: estupidez. Parece que subir a las grandes cumbres con apenas la ropa necesaria, un hornillo y un sobre de sopa, con el fin de saltar en paracaídas desde la cumbre sea una proeza estúpida, porque creemos que su autor se está jugando la vida. ¿Pero qué consideramos vida? Algo así como el entusiasmo será lo que nos defina la vida como tal, más allá de la mera necesidad biológica de que el corazón lata.

En cuanto a la estupidez, al compararla con la de los alpinistas, por ejemplo, Cédric Gras (1982) nos da unos apuntes demoledores cuando trata sobre las purgas de Stalin o el funcionamiento del NKVD en esta obra. Narrada como si estuviéramos asistiendo a un emocionante partido en directo, se nos regala un gran apunte sobre las biografías de los hermanos Abalákov, que vinieron a revolucionar el mundo de la gran montaña en tiempos del imperio soviético. Aunque sólo sea por la cualidad de descubrimiento que posee el libro, merece la pena leerlo. Encontrarse con que a dos posibles héroes se les tratara de una forma tan caprichosa, por utilizar un eufemismo de un eufemismo, nos revuelve los cimientos: ¿qué estaremos criticando que no debamos? El aparato imperial parecía imponer unos criterios con fundamentos insensatos, pero efectivos, y, al parecer, esos criterios no distaban mucho de la estupidez humana. Pero Gras nos regala unas existencias al margen del sufrimiento, nos muestra a unos seres que confían en que sí existan objetivos por los que merezca la pena despertarse cada día. Mientras nos habla dentro de un contexto y nos explica un poco (pues la explicación total requiere de otro tipo de ensayo) cómo se gestaba ese contexto caracterizado por la miseria popular, asistimos a dos tipos de convulsión: la del alma individual, empeñada en permitirse vehemencias, y la del ser social, esa que lleva a cuestionarse si el comunismo era más importante que los ciudadanos, quién traiciona a quién, quién decide qué es lo humano o la tribu.

«Las caravanas de abastecimiento también traen periódicos y correo. Un número de Izvestia que llega una mañana informa de la muerte de tres nazis y de siete sherpas en el Nanga Parbat. Yevgueni se indigna por la explotación de los pobres porteadores himalayos y por los riesgos suicidas que corren los escaladores hitlerianos «fanatizados». En cambio, el alpinismo soviético no sacraliza la muerte. Encarna un ideal de altruismo, de camaradería y de subordinación de las ambiciones personales a la comunidad. Se concibe como una prueba prometeica. En cuanto al Ejército Rojo, sé por otras fuentes que entiende esos primeros ascensos como una exaltación de la intrepidez y de la abnegación. Se trata de zakaliasta, es decir, literalmente, de «templarse», «endurecerse» como el acero. «El alpinismo soviético es una escuela de coraje para las masas», escribe un cronista».

El pequeño demostrará un espíritu bohemio y artista, algo fuera de lugar, sin duda, porque el lugar era muy áspero. El mayor, que será quien siga la estela abierta por su hermano, se lucirá adaptándose a los tiempos, mostrándose tan valiente como intelectual en su deflagración alpina. Gracias a obras como esta, sabemos que pertenecen a ese grupo de gente que uno echa de menos, incluso cuando no tenía noticia de ellos. Esta gente que enciende la luz cuando estamos en la caverna, seguirá siendo nuestro ideal.

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