«Al paraíso». Nuevas pasiones masculinas de Hanya Yanagihara en una novela irregular
Por Horacio Otheguy Riveira
La asombrosa autora de Tan poca vida, regresa con una composición igual de larga (casi mil páginas) pero más atrevida, al tiempo que con desigual fortuna. Tres partes la habitan, tres libros: 1893, 1993, 2093. Varían los estilos en un vaivén sorprendente que comienza con una región estadounidense que asume la homosexualidad plenamente, introduciéndola en sus asuntos no solo sentimentales, sino incluso legales, con matrimonios que adoptan niños de un orfanato creado por un auténtico patricio también atraído por la misma tendencia sexual. Esta primera parte, de finales del siglo XIX es, en sí misma, una novela apasionante con todos los ingredientes clásicos del género, pero solamente con personajes masculinos con algún apunte femenino sin importancia.
Lo más clásico: el devenir de un muchacho con tendencia a la depresión y a la idealización sobreprotegido por su abuelo, patriarca que le adora. La aventura sentimental de este joven profesor de escuela tiene que ver con marcos de riqueza (en la que vive) y de pobreza (en la que abunda su amante, pianista, profesor de piano). Perfectamente diseñado aquel ambiente a las puertas del siglo XX, las constantes raciales y sus conflictos en un gran país con Estados muy distintos, se exponen con atractivas luces y sombras psicológicas.
Cada época, un mundo. La del siglo XX abarca reencarnaciones de personajes en un marco al principio confuso hasta que nos dejamos integrar en el cúmulo de conflictos que viven, no importa el tiempo, porque el sentido de la repetición es altamente emocional. El cambio con esta segunda parte es radical y poco interesante, a pesar de tocar temas profundos. Es más adelante, en el tercer libro, cuando repunta y vuelve a seducir el estilo cálido, envolvente, de la escritora.
Mucho más ambiciosa que Tan poca vida, y mucho menos lograda, tiene en común con aquella la singular —probablemente única en la historia de la literatura— cercanía de una mujer al mundo masculino en todas sus facetas, pero en este caso sobre todo en la atracción sexual por el mismo sexo. Pudorosa en las demostraciones físicas de afecto, flota en sus páginas una corriente singular de erotismo implícito con el aire misterioso y delicadísimo de las novelas del XIX, pero con una masculinidad transitada con extraordinaria minuciosidad en todos sus detalles emocionales y sociales, desde una calidez inusual en una narradora que, de momento, ha sumado casi dos mil páginas recorriendo el interior y la superficie de hombres que han elegido amarse entre sí.
«[…] No quería ir al Cielo de John, quería ir al suyo. Aquella noche, cuando el abuelo fue a darle las buenas noches, le había preguntado, preocupado cómo sabía Dios lo que quería cada uno. Cómo podía estar seguro de que se encontraban en el lugar con el que habían soñado. Su abuelo se había echado a reír. «Lo sabe, David —había dicho—. Lo sabe, y creará todos los Cielos necesarios».
Así pues, ¿y si aquello fuera el Cielo? ¿Lo sabía, de ser así? Tal vez no. Pero sí sabía que tampoco el lugar del que provenía lo era; ese tal vez fuera el Cielo de otra persona, pero no el suyo. El suyo se hallaba en otro lado, aunque no se aparecería ante él, más bien tendría que encontrarlo. De hecho, ¿acaso no era eso lo que le habían enseñado toda la vida, a lo que le habían dicho que debía aspirar? Había llegado el momento de buscar. Había llegado el momento de ser valiente. De andar solo. Esperaría allí un minuto más, con la pesada maleta en la mano, y luego respiraría hondo y daría el primer paso: el primer paso camino a una nueva vida, el primer paso… camino al paraíso».
Al paraíso quiere ir David, un personaje decidido a lanzarse sin otro control que su ilusión y la pasión carnal por un amigo con todas las señales de peligro. Tal el arranque a finales del siglo diecinueve que irá dando saltos en el tiempo en un esfuerzo literario no siempre conseguido con éxito, ya que la pierde su ambición al abarcar constantes vitales y sociales a lo largo del tiempo en un «eterno retorno» ideológicamente demasiado elemental. Las tres partes coinciden en lo mejor: el desarrollo de las historias mínimas, de hombres desnudos o vestidos enfrentados a sus deseos y presiones externas. Cuanto más avanza en otros temas como el sida, el racismo, los intereses económicos… más se acerca una narrativa cansina, esto abunda en la segunda parte y mejora muchísimo en la distópica tercera, la que transcurre hacia finales de nuestro siglo… un mundo agitado gobernado por un régimen tiránico, obligando a reinventarse el amor, la solidaridad, la necesidad de paraísos como búsqueda constante de imposibles.
El tercer Libro empieza en el otoño de 2093 y en diez partes avanza y retrocede: cincuenta años antes, invierno 2094, cuarenta años antes…; hacia atrás para explicar el presente futurista, y lo hace creando un entramado que reclama cierto espíritu de aventura para recorrer sus historias cruzadas. En esta última fase sí destacan personajes femeninos, sobre todo a partir del verano de 2094, en episodios que se retrotraen a épocas muy lejanas, como los matrimonios concertados…
«]…] El día que conocí a mi marido estaba nerviosa. Fue en la primavera de 2087; yo tenía veintidós años. La mañana que iba a reunirme con él, desperté antes de lo normal y me puse el vestido que el abuelo había conseguido no sé dónde: era verde, como el bambú. En la cintura llevaba una cinta que até en un lazo, y como las mangas eran largas, ocultaban las cicatrices que dejó la enfermedad.
En la agencia matrimonial, que estaba en la zona nueva, me llevaron a una sala blanca y sencilla. Le había preguntado al abuelo si él estaría conmigo durante la cita, pero me dijo que debía verme con el candidato a solas, y que él se quedaría al otro lado de la puerta, en la sala de espera.
Pasaron unos minutos y el candidato entró. Era guapo, igual de guapo que en la fotografía, y eso me entristeció, porque yo sabía que no era guapa, y su atractivo haría que lo pareciera menos aún. Pensé que a lo mejor se reiría de mí, o apartaría la mirada, o daría media vuelta y se marcharía.
Pero no hizo nada de eso. Me saludó inclinando la cabeza, mucho, y yo hice lo mismo y luego nos presentamos. [..]
[…] —Gatito, quiero contarte una cosa sobre tu futuro marido (…) es como yo. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Que es científico.
—No. Bueno, sí, pero no me refería a eso. Me refería a que es como… es como yo, pero también tu otro abuelo. Como él era…
—Es homosexual —dije.
—Sí.
Sabía alguna cosa sobre la homosexualidad. Sabía lo que era, sabía que el abuelo era homosexual y sabía que en tiempos eso había sido legal. Ahora no era ni legal ni ilegal. Podías mantener relaciones homosexuales, aunque no se fomentaba. Pero no podías casarte con alguien de tu mismo sexo. En teoría, cualquier adulto podía vivir con otra persona con quien no estuviera emparentado, lo cual implicaba que dos hombres o dos mujeres podían convivir, pero muy poca gente elegía hacerlo así; si otra persona y tú decidíais vivir juntos sin estar casados, solo recibíais cupones de comida y vales de agua y electricidad para uno.
—Tal vez cambie…
—No cambiará». […]
Una novela río cuyos altibajos forman parte del espíritu aventurero que la autora necesita consolidar: audaces, moribundos, felizmente vivos o a punto de ser ejecutados… todos caminan —o se imaginan— rumbo a sus amores, a la libertad, a la dignidad…, al paraíso.
Me ha gustado la reseña.
Muchas gracias.