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«LAMB», Valdimar Jóhannsson

Por Rafa Mellado

Las historias de corto, que se hacen largometraje para debutar en la dirección, son una fórmula con tradición peninsular. Como aquél Pepi, Luci, Bom…, de un oscarizado Almodóvar; esa otra de un Trueba: Todas las canciones hablan de mí, o un ejemplo reciente (reseñada en Culturamas), Karen, de María Pérez Sanz.

Algo normalizado, que no vamos a criticar porque el nuevo cine lo que necesita es que se le escuche, que se le dé una oportunidad, en cualquier tiempo y latitud. Hay que saber valorar el esfuerzo autodidacta o la necesidad de una tesis, que reafirme años de estudio académico por parte de la dirección. Lo interesante del debut, no es tanto el resultado de éxito o fracaso en taquilla y premios, como la visión nueva que aporta, o lo que huye de los tópicos, de los lugares comunes, tan abundantes en el actual cine llamado “de autor” (esto es lo interesante, pienso, al menos para la cinefilia).

Y Lamb, del debutante Valdimar Jóhannsson (quien se auto referencia en el filme al estilo de los grandes, Almodóvar o David Lynch), premios en Sitges (2021) a mejor película y mejor actriz (Noomi Rapace), premio del Cine Europeo (2021) a los mejores efectos visuales (Peter Hjorth, Fredrik Nord), busca sus raíces en el cuento de hadas islandés, se entronca con la mitología clásica y con el simbolismo cristiano, y se relaciona con múltiples películas o series (basadas a su vez en cómics, Sweet Tooth), con mensaje más ecologista y menos similar a la crítica de Frankenstein (como por ejemplo Splice), y con protagonistas híbridos, más o menos dulces o grotescos. Sumado a un estilo visual y sonoro, y a una puesta en escena muy nórdica, que recuerda a aquella Rams, de Grímur Hákonarson, también por las ovejas.

Dice la sinopsis comercial, sacada de IMDB: «María e Ingvar, una pareja sin hijos, descubren un misterioso recién nacido en su granja en Islandia. La perspectiva inesperada de la vida familiar les trae mucha alegría antes de, finalmente, destruirlos.» Pero para hacer una lectura correcta de la peli habría que quitarse de la cabeza que sea de terror. Aunque lo llamen folk horror moderno, Satán no aparecerá disfrazado de oveja a corromper el duelo de un matrimonio casto con la apariencia de felicidad de algo grotesco, para luego cobrarse sus almas. Se trata de un drama, un drama familiar con un elemento mágico, o como los gurús del guión dirían: una peli que entra en la categoría de La lámpara maravillosa. Alguien pide un deseo y se le concede. En este caso María no expresa su deseo, pero éste se entiende por el subtexto, mientras habla con Ingvar sobre la demostración científica de los viajes en el tiempo hacia el futuro:

Ingvar: Aunque yo no tengo prisa por ver el futuro. Estoy bien aquí y ahora.

María: (después de un silencio) Supongo que también se podrá… volver al pasado.

Donde digo un elemento mágico en realidad son dos (dos camelos mágicos, en la jerga del gurú Blake Snyder). Y donde dije drama familiar quise decir conflicto entre familias. Porque de eso va el cuento de 106 minutos, por un lado de la maternidad frustrada de la pareja protagonista, y por otro lado de una venganza familiar. Para entender los viajes en el tiempo hacia el futuro, leer a Hawking. El terror queda en un subterfugio para conseguir financiar la película. Lo más aterrador: el verano islandés, que los protas se vayan a dormir pero sea de día. (Y hasta aquí pueden leer si no quieren spoiler.)

Rebobinemos la frase: «…volver al pasado», entendemos que había algo en sus vidas que ahora no. Esa parte que va de la pérdida, y de cómo los personajes intentan recrear la felicidad que vivieron. «Ellos no dejan de sufrir, pero luchan para combatir esa tristeza, y el nombre es una pista sobre cómo pretenden conseguirlo.» Que diría su director “autor”. Por eso no sorprende, ¿o sí?, lo rápido que la pareja acepta la nueva situación. El nombre es Ada. El mismo con que bautizan al misterioso recién nacido en su granja de Islandia. Pero antes, pasado el minuto dieciséis, una de las pocas veces que hablan (algo muy bien llevado en la cinta):

María: Va mejor que el año pasado.

Ingvar: Y mejor también que el anterior.

Quieren adelantar que ya nada les irá igual…

La moraleja del cuento tal vez es un aviso a navegantes, a los regresados al campo, a los nuevos rurales, que provienen de la vida urbanita y esnob, unos huidos del estrés, otros de alguna crisis. Que vienen a resolver la despoblación rural, la pérdida de biodiversidad o el cambio climático. Tienen un discurso que se cuentan a sí mismos sobre la naturaleza y el campo. Pero esta naturaleza y este campo no llenarán su vacío existencial. En cambio los hará más pequeños y se vengarán de cómo los tratamos, y de cómo gobernamos el mundo y creemos que podemos hacer y deshacer a nuestro antojo.

Para no caer en el Deus ex machina, en el filme se subraya a través del recurso de la voz en off de la radio el descubrimiento de un templo dedicado al dios Pan, el conflicto que el hallazgo crea entre Griegos y Albanos, y demás. Pese a esta minuciosa o excesiva siembra el giro de la trama sigue sin funcionar. Digamos que retransmitieron el final por adelantado y lo chafaron. O quizá sea cierto que la suspensión de la credulidad funciona nada más que una vez por película. Así, entramos en el juego y creemos al misterioso recién nacido, lo aceptamos igual que la familia adoptiva, sin sorpresa… Después de eso nadie se cree que un dios de la mitología sobrevivió al Logos y esté tan solo y falto de cariño que recurra a la zoofilia.

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