«Las cenizas del día», turbadora novela de los años noventa
Por Horacio Otheguy Riveira
Aventuras y desventuras de Jack Whitman, descendiente del poeta Walt Whitman, ejecutivo muy bien pagado en un Nueva York que se esfuerza por desaparecer entre ingentes cantidades de basura, pobreza de distinto color y excesiva riqueza desde una atalaya que parece fascinarse observando la humana degradación.
Una novela escrita en 1993 bajo la pátina del género negro, al que el autor profesa gran admiración y dedicó varias obras, pero Las cenizas del día es una novela al margen de etiquetas con un despliegue de visiones y motivaciones de gran interés para conocer el fenómeno mundial centralizado en La Gran Manzana donde se combina lo mejor y lo peor del inclemente capitalismo centrado en las grandes corporaciones.
Transcurre en los 90, con el comienzo deslumbrante de la informatización a gran escala, hoy ya establecida, y una serie de historias que se entrecruzan con el peso de entusiasmos y tormentos sexuales, emigrantes, racismo, fe y soledades que necesitan ser acariciadas con la mayor dedicación posible. En este marco puede vislumbrarse mucho del caos que hoy se despliega internacionalmente, con el auge tecnológico sumido en la voracidad de una multinacional, personajes arribistas y un protagonista desolado que se empieza a enamorar al descubrir en un vagón del Metro a una hermosa dominicana con una niña. Evidencian pobreza. Él se adelanta y le deja su tarjeta. Seguro de poder ayudarles. Confiando en abrazar más pronto que tarde a semejante belleza que coge, asombrada, la tarjeta de un tipo que viste un traje muy caro. No tardará en descubrir que son las señas de un ejecutivo con un despacho en las alturas de una poderosa empresa.
Antes de ese viaje en Metro, algún tiempo atrás, una bala perdida mató a su esposa embarazada. Arrastra ese penar con una soledad económicamente confortable, dueño de una tristeza que, de pronto una noche, abandona el exceso de angustia y se afana en obtener la compañía de aquella desconocida, alguien que guarda en su interior una tormenta de magníficas sensaciones e implacables consecuencias. No es una mujer fatal, nada encaja en los tópicos de las novelas de amores descarriados. Todo parece nuevo en el palpitante deambular por el peligro emocional de estos personajes: el ejecutivo honesto rodeado de tiburones hambrientos, una belleza enigmática, una niña formidable y un padre abandonado aparentemente muy agresivo. Todos sorprenden con sus actitudes, y hasta la última página Las cenizas del día sabe atraparnos, dolientes y sugerentes, ahondando en la violencia de una ciudad brutal en contrastes riqueza-pobreza; una ciudad muy peligrosa que consigue relajarse bajo caricias tan placenteras que parecen de otro mundo.
Me llamo Jack Whitman y, para empezar, no debí liarme con ella. No debí permitírmelo pese a mi soledad y a la atracción que sentía por ella, especialmente con todo lo que ocurría en aquel momento en la Corporación. Pero siento tanta debilidad por el amor y soy tan ambicioso de poder como cualquiera, quizá más, y estaba loco por el sexo; bueno, eso es sólo una parte. Ojalá aquel lunes por la noche hubiera permanecido más tiempo en la oficina, o me hubiese ido directamente a casa. Ojalá no la hubiera visto.
Pero la vio, la llevó a casa, la protegió sin siquiera besarla, y cuidó a la pequeña hija, y siguió bregando con las inquietantes intrigas de la súper empresa donde ganaba mucho dinero que empezó a peligrar por intereses creados. Con muchísima paciencia y entre muchos vericuetos, la hermosa fémina le dio alcance, ella decidió amarle y enseñarle fascinantes juegos eróticos mientras se iba fraguando un mundo paralelo de cólera, desesperación e inmerecido castigo…
Ya avanzada la novela será la muy deseada quien se atreva a dar el primer paso, pero todas las páginas anteriores, incluidas las intrigas empresariales y muchas otras situaciones singulares prefiguran esta situación, porque todo en la vida de Whitman adquiere trascendencia ante la posibilidad de que pueda entrar en el cuerpo y el mundo de la enigmática emigrante…
«[…] Oí lo que me había despertado: pisadas en la oscuridad de la escalera. Las viejas bisagras de la puerta crujieron. Me di la vuelta y allí estaba Dolores junto a mi cama, desnuda, con el estómago a la altura de mis ojos, sus pesados pechos sobre mí. El oscuro triángulo del vello púbico tenía una franca plenitud. Se agachó sobre mí y me cogió la cara con las manos. Me di cuenta de que había bebido vino en la cocina; me miraba con gran seriedad. Creo que quería estar segura de que habría honestidad entre nosotros. Apartó las mantas y se metió en la cama. Yo tenía la cara ardiente por el sueño y mal aliento. Dudé, pero ella no. Mi cabeza se aclaró rápidamente; de pronto, tenía energía urgente y decidida a mi disposición. «No le digas nada todavía». Me pregunté si se sentía obligada a hacerlo. Hacía mucho tiempo que yo no lo hacía y quería ir despacio, recuperarlo poco a poco. Pero Dolores me presionó rápidamente, se puso sobre mí y se apoyó con fuerza sobre mi pecho. Tras una larga pausa, todo se precipitó: la humedad que resbalaba dentro y fuera, la tensión y la respiración, el olor dulce y rancio del sudor de Dolores que llenaba la habitación.
Giramos y ella me apretó el culo con las manos, forzando el ritmo. Las personas que se acuestan por primera vez raramente follan con violencia. Hace falta un deseo compartido de olvido y cierto valor por parte de la mujer. Y uno nunca está muy seguro de no ser demasiado brusco, de poner las caderas en el ángulo exacto para que ella no pueda cerrar las piernas de ninguna manera. Es lo que los hombres de verdad desean. Todos los hombres lo saben de corazón, y Dolores me dejó hacerlo, me urgía a hacerlo, no tenía miedo…
[…] —¿Qué es esa cosa, esa hendidura en la pared de la escalera? Nunca he visto algo así.
—¿Te refieres a la parte en que la escalera gira a la derecha y hay una hendidura profunda en la pared, como un estante curvo?
—Sí.
—Es para girar el ataúd. Cuando se construyeron estas casas, la mayoría de la gente todavía moría en su habitación. Nadie iba al hospital a esperar la muerte, como ahora. El cuerpo estaba en la cama y había que bajar el ataúd sin romper el revoque o rayar los bordes.
—¿Crees que ha muerto gente en esta casa?
—Tiene ciento diez años. Es muy probable. […]»
Elijo, presa.
Juegos de tontos
El fútbol me gusta
No cadena ya
Termino el partido
Y el resultado quedó
EN EMPATE 0 A 0.
jugaron Real Madrid contra Barcelona, y
Fue una noche de Lluvia, y en campo contrario, en la Campioñ lige. Fin.
Etc, etc, etc… fin..
en barca la partida de fichas, es una repesca de pulpos y gacetas de río a la primera referencia del aparcamiento en el muelle, y las hojas caen en Otoño.
Y, no hay flojera en los portales ni rastro en las calles de el frío aquel, del invierno y su paso por la helada, de el pueblo aquel de allí, de aquella helada montaña, de el escarabajo verde AQUEL. RIO. FIN.
Mirando la Luna : Es, una metáfora, de la soledad, y el purgatorio. De, la humanidad, en este ciclo karmico…. de pecados, y de distancias, entre personas.
Eminentemente, es un disfraz que ha tomado el hombre para camuflarse, para pasar desapercibidos, de su propia manera de manejarse, en Sociedad.
Es un zumo de fuego… la calle. El fuego.
La palma, del tiempo. Es un callejero, sin par… mi, mismo, encima, de una copa.
La noche, estrecha calles y el ojo del buey, feroz, trueno aviso, todos los de las casas, dentro de las minas, actualmente se vienen llamando representaciones de un día sin par…. es un lago, teleférico.
Mirando la Luna, es una manera de entender el mundo. Fin. Etc, etc, etcétera… FIN.. .fin.. FIN. .