Mi nombre es Coque Malla: sobredosis de honestidad entre teatro y canciones
Por Mariano Velasco
Fotografías: Pablo Lorente
Para un tipo como Coque Malla que ha cantado y bailado, y nos ha hecho cantar y bailar, cosas tan desenfadadas como aquello de “y por las noches haremos lo de siempre, porque nos gusta y porque nos divierte” o lo de “adiós papá, adiós papá, consíguenos un poco de dinero más”, es admirable que se plante ante su público ahora, a sus 52 tacos, haciendo un verdadero ejercicio de honestidad, para darle un soberano repaso a su vida personal y profesional y, aparte de regalarnos un puñado de excelentes temazos de Los Ronaldos y de su carrera en solitario, descubrirnos que no todo ha sido tan divertido, que ha habido momentos cojonudos y que los ha habido bien jodidos, que se lo ha pasado muy bien y ha disfrutado de la vida pero que también ha sufrido, y que no está dispuesto a ocultarlo entre canción y canción. Así lo hace este tipo tan peculiar y excelente músico en “Mi nombre es Coque Malla. Una confesión musical”, un espectáculo a medio camino entre el teatro y el concierto, entrañable y sincero, que ha ofrecido durante los días 5y 6 de abril con lleno absoluto en los Teatros del Canal de Madrid.
Con una escenografía sencilla pero cuidada y muy resultona, comienza su monólogo Coque Malla pidiendo un primer aplauso para la que va a ser su única compañera sobre las tablas, la guitarra, al tiempo que explica que fue en ella donde encontró cobijo cuando empezó a ser consciente de que era un tío más bien rarito, que no solía estar conforme con lo que hacían y decían los demás. Vamos, lo que viene siendo rebeldía de juventud, que el tipo al que mejor le sentaba el chaleco sin la chaqueta – yo tuve un par de ellos bien chulos, pero no había forma de que me quedaran igual – convirtió, dándole fuerte a las cuerdas, en lo que todos por entonces estábamos esperando oír: rock´n roll.
“Voy a decirle a mi padre
lo que tú y yo vamos a hacer,
hasta ese día la espera será larga,
por favor, ven cariño y ayúdame”.
Así es como comienza a detallar el principio de Los Ronaldos, sobre los que insiste que a pesar de haber sido considerados mayoritariamente como un grupo estoniano y rockero, a él le gusta destacar que ellos eran, sobre todo, funkys, cosa que procede a demostrar acariciando a su compañera de reparto y poniendo en danza los acomodados traseros del respetable.
“La sala de baile se llenó de luz y aire
y las parejas bailan sin tocar el suelo.
Los satélites están todos emitiendo
y la tierra flota en el universo”.
La iluminación, también sobria pero eficaz, logra alguno de los momentos más estéticos del espectáculo al proyectar las enormes sombras del guitarrista sobre las paredes del teatro y rodear al público con alargadas siluetas de coquesmallas guitarra en ristre. Una delicia.
Coque Malla llena de anécdotas su relato sobre los primeros años del grupo, desde cómo dejó plantado al actor Alberto San Juan, su primer guitarrista, para cambiarlo por la primera formación de Los Ronaldos – al final creo que salimos ganando los dos, bromea – hasta el delicioso y surrealista episodio de cuando fue a verlos al estudio nada menos que Santiago Auserón, a la sazón líder de Radio Futura y todo un referente para quienes por entonces se dedicaban a la música pop en este país. Tras tocar de los nervios “Árboles cruzados” delante de él, el autor de “Semilla negra” les comentó que vale, que sí, que le había gustado mucho la “matemática distributiva” de la canción. Cosa que si tú estás empezando y te lo suelta un grande tal que así, poco menos que te hunde en la miseria. “Todavía hoy –añade Coque Malla – no sé si le gustó”.
Las melodías de aquellos primeros ronaldos eran divertidas e invitaban fácilmente a la fiesta y el desenfreno, con unas letras que acostumbraban a pecar de descaradas. Vistas desde hoy, tal vez en alguna ocasión se les fuera la mano. Han cambiado los tiempos, para bien, y cuando se trata hoy de concienciar sobre el “no es no”, hay ciertos discursos en los que antes no se reparaba, o se tomaban a guasa, que hoy difícilmente serían aceptados. Sucede con “Sì, sí”. Poca broma. A Coque Malla se le ocurre detenerla al llegar al polémico estribillo (“tendría que besarte, desnudarte…”) como escandalizándose de sí mismo. Se le agradece el gesto.
Luego vendrían las malas rachas, que las hubo, que Coque Malla achaca en parte, al menos en lo profesional, al pésimo funcionamiento de la industria musical de entonces. Y que el caso es que acabaron con la disolución del grupo. Malos tiempos también en lo personal, que aquel muchacho con eterna carita de niño asume ahora con honestidad hablándonos de su particular descenso a los infiernos y su huida en solitario a tierras lejanas (Tokyo, Bangkok y Vietnam).
“Me dijo ven aquí y muerde,
tú necesitas ser feliz.
Soy el ángel de la muerte
y he pensado mucho en ti”.
Dicen que de todo se sale y nuestro ronaldo salió de aquello, encontrando la estabilidad de la que hoy presume de la mejor manera posible: la familia. Sí, vale, no resulta muy rockero el final de esta historia, qué le vamos a hacer, pero a ver quién es el guapo que, aunque haya ido de tipo duro por la vida, se resiste al final a un amor correspondido y no acaba rendido ante la tierna sonrisa de un bebé… o de dos. No será ni el primero ni el último rockero al que le suceda algo similar, aunque haya bailado el “adiós papá…” y haya vestido en su momento, como servidor, chalecos al más puro estilo Coque Malla.
“Una vez,
vivimos solo una vez.
Soñamos con permanecer
para seguir viviendo”.
Mi nombre es Coque Malla. Una confesión musical
Dirección: Coque Malla
Escenografía: Beatriz San Juan
Diseño de iluminación: Valentín Álvarez
Videocreación: Miquel Ángel Raio
Textos: Coque Malla y Macarena Cabo